Por: Adam Dubove
El acuerdo político entre la Argentina y la República Islámica de Irán en el marco de la investigación del atentado contra la AMIA es tan sólo un paso más en la errática política exterior argentina.
Este hecho por sí sólo es aberrante y resulta una ofensa para para las víctimas, sus familiares, y los que ansían encontrar la justicia tan buscada. El llamado memorándum consagra la impunidad en una causa que desde 1994 fue manipulada por todos y cada uno de los gobiernos. Como frutilla del postre se incorpora al país que es señalado como responsable del ataque terrorista, y de proteger a los acusados en una comisión investigadora.
Estamos ante una situación sin precedentes, aunque no por ello sorprendente. La política exterior de la Argentina al mando del kirchnerismo, y especialmente desde el 2007, ha consistido en afianzar la relación con regímenes que vulneran los derechos de sus ciudadanos como política de Estado, y cuya nota característica es gobernantes ricos y ciudadanos pobres. Es decir, países a los que Argentina cada vez se va pareciendo más.
Desde su asunción en 2007, la presidenta Cristina Fernández optó deliberadamente por relacionarse con gobiernos autoritarios, reforzar la relación con gobernantes que se perpetúan en el poder, que no respetan los procesos democráticos, con regímenes liberticidas.
Sin ir muy lejos, ha sido una política oficial defender a la dictadura cubana, y apoyar en los foros internacionales a los hermanos Castro que gobiernan la isla desde hace más de 54 años. La estrecha relación que mantiene con Hugo Chávez es de público conocimiento, sin importarle el deterioro en materia de libertad política y de respeto por los derechos individuales en el país de Bolívar. El Ecuador de Correa o la Nicaragua de Ortega son otros ejemplos que siguen esta misma línea.
De visita por África, la presidenta se reunió con varios jefes de Estado que luego de las rebeliones de los jóvenes árabes en busca de mayor libertad pasaron a ser historia. Justamente fue el heroico gesto de Mohamed Bouazizi el que despertó aquella ola de revoluciones en varios países árabes. Bouazizi, un vendedor callejero, se incendió a sí mismo en protesta por la confiscación de la mercadería que vendía, y por la humillación que sufrió por parte de funcionarios municipales. Fue la gota que rebalsó el vaso para él y para otros miles de tunecinos cansados del opresivo gobierno de Zine El Abidine Ben Alí. Tres años antes, Cristina Kirchner visitaba Túnez y se reunía con su presidente, el multimillonario Ben Ali, quien construyó su fortuna personal durante sus 24 años de gobierno.
También en 2008, la presidenta se reunió con Muammar Qaddafi, presidente de Libia (en realidad su cargo oficial era “Hermano líder y guía de la Revolución de Libia”) desde 1969, hasta que fue depuesto en 2011. En aquella oportunidad la mandataria argentina reconoció sentirse identificada con el violador serial de derechos humanos manifestando que ambos fueron “militantes políticos desde muy jóvenes” y que habían “abrazado ideas y convicciones muy fuertes y con un sesgo fuertemente cuestionador al status quo”.
No debemos olvidar que quien se presenta como una defensora de la democracia no tuvo problema alguno en ser agasajada por Hosni Mubarak, otro de los gobernantes que cayeron durante la Primavera Árabe después de haber gobernado Egipto por 30 años con mano de hierro.
A esta lista hay que sumarle el recibimiento con honores que tuvo Bashar al-Assad, el sanguinario presidente sirio, cuando en el 2010 visitó Buenos Aires. La “misión comercial” a Angola, gobernada por José Eduardo Dos Santos desde 1979, o la vista de Teodoro Obiang de Guinea Ecuatorial, que también inauguró su gobierno el mismo año, pueden enmarcarse en la atracción de Cristina Fernández por los lideres autoritarios.
Mientras que la intensidad en las relaciones con gobiernos que representan las peores prácticas políticas del planeta se incrementa, los ciudadanos argentinos encuentran cada vez más obstáculos para comerciar con ciudadanos de otros países. El libre comercio entre naciones, garantía de paz y herramienta clave para el desarrollo, no es tan prioritario para este gobierno como las alianzas con los personajes más oscuros de la política global. Al mismo tiempo, proliferan las misiones comerciales donde solamente un puñado de empresarios privilegiados, generalmente beneficiarios de otras prebendas, pueden colocar sus productos en el exterior únicamente gracias a los favores políticos y no a su excelencia o eficiencia en lo que hacen.
Por todo esto, tampoco sorprende que cuando Cristina Kirchner visitó Vietnam el mes pasado haya resaltado la figura de Ho Chi Minh. El vietnamita que condenó con sus políticas comunistas a millones de compatriotas a la pobreza extrema y al éxodo.
Las visitas internacionales dicen mucho del actual gobierno, y de su comodidad para moverse en territorios que cualquier persona comprometida con los derechos humanos encontraría áspero. No es fácil desenvolverse entre líderes autoritarios, más cuando la personalidad de algunos de estos puede resultar hasta intimidante. No es el caso de la presidenta que en estos casos se siente como pez en el agua.
NOTA: La admiración de Cristina Kirchner por el Nobel de la Paz Barack Obama, que mantiene abierto el campo de concentración en Guantánamo, que ha bombardeado cinco países, que no ha tenido problema en ordenar ejecuciones extrajudiciales ciudadanos norteamericanos, que sostiene un verdadero imperio con más de 900 bases militares distribuidas en todo el mundo, y que en definitiva continúa la política exterior de George W. Bush, será tema de otra columna.