Por: Adam Dubove
Uno de los conceptos a los que apeló el kirchnerismo para impulsar varias de sus políticas, y sobre el que se sigue apoyando como forma de defender las medidas implementadas, es el de “democratización”. Así, las transmisiones fútbol, la educación, las jubilaciones, la tecnología, la salud, los contenidos audiovisuales, los insumos para la prensa gráfica, entre otras cosas, fueron “democratizadas” bajo este gobierno.
El denominador común de estas democratizaciones es que se dieron gracias a una mayor intervención del Estado. Por ejemplo, las condiciones de venta del papel para diarios son fijadas por el Estado, en materia jubilatoria el Estado tomó el control absoluto, los partidos de fútbol son transmitidos por TV con financiación estatal. Es decir, la comunicación oficial intenta asimilar el concepto de democratización con el de mayor intervención estatal. De esta manera el congelamiento de precios “democratiza” el consumo, o el aumento del presupuesto educativo significa una “democratización” de la educación. Nada puede estar más lejos de la verdad.
La intervención estatal, al contrario de lo que se pretende con la democracia, aleja a los individuos del proceso de la toma de decisiones. Se trata de un proceso inverso que reemplaza las voluntades individuales que posibilitan respetar y tolerar todos los caminos elegidos, por las imposiciones de una minoría que por haber sido elegida democráticamente cree tener derecho a sustituir los planes de vida de cada persona.
El término más apropiado para describir este proceso es el de “politización”, o sea, la sustitución del criterio personal de cada uno por un criterio político definido por un tercero e impuesto sobre toda la población. O en otras palabras, el entorpecimiento de las relaciones sociales, la incorporación al tejido social a un extraño que se maneja con reglas del juego diferentes.
Los ciudadanos de a pie, los que no ostentamos ningún cargo público, o no tenemos la posibilidad de influir mediante el lobby, pactos políticos, demostraciones de fuerza, o artilugio similar sobre el poder político, vemos disminuido nuestro campo de libertad. En consecuencia, las decisiones acerca de innumerables aspectos de la esfera privada de los individuos terminan siendo decididos por las pautas impuestas por un funcionario público o sus allegados.
Las consecuencias de la politización, disfrazada de democratización, son nefastas. La imposición política restringe, distorsiona y anula la elección individual. La politización desvirtúa el rol de la sociedad civil. Los intercambios voluntarios pasan a ser reglamentados por un puñado de hombres que cree saberse más sabios que el resto de la sociedad.
El reemplazo de elecciones individuales por una imposición dictaminada desde la elite política no sólo desnaturaliza al ser humano como un ser racional e independiente, sino que además lo incentiva a dejar de pensar en qué ofrecerle al resto de la sociedad para obtener algo a cambio (ya sea bienestar material o espiritual) y apunta todos sus esfuerzos a intentar servir a los poderosos para obtener una pequeña recompensa a cambio. El costo de esa pequeña recompensa es la libertad.