Por: Adam Dubove
El anuncio de la muerte de Hugo Chávez activó el circo necrófilo propio de los regímenes autoritarios, en los cuales predomina el nacionalismo y el culto a la personalidad. Asimismo, se generaron un sinfín de repercusiones tanto a nivel mundial como también a nivel local. Como era esperable, la gran mayoría de los políticos argentinos manifestaron su congoja por la muerte del venezolano y a su vez destacaron de forma positiva sus catorce años de gobierno en Venezuela. Una gran cantidad de funcionarios públicos decidió viajar a Caracas para homenajear al recién fallecido, y ninguno de ellos escatimó elogios para con la gestión del bolivariano.
Las reacciones en la política oscilaron entre elegías que elevaban a Chávez a la altura de una deidad y la prudencia de unas simples palabras de respeto. En algunos casos, también se pudo leer una somera salvedad sobre las divergencias que mantenían con el líder venezolano. Entre los primeros, en su mayoría kirchneristas, aunque también figuras identificadas con “la oposición” como Fernando “Pino” Solanas, Claudio Lozano o Victoria Donda, no ahorraron palabras de aprobación a las políticas chavistas. Del otro lado, el Comité Nacional de la UCR emitió un escueto comunicado desde el que expresaban su pésame por el fallecimiento de Chávez. En cuanto al PRO, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gabinete del Gobierno de la Ciudad, consideró a Chávez “un líder político importante para Latinoamérica” y se limitó a señalar que tenían “ideologías completamente opuestas”. Una de las pocas excepciones entre tanta tibieza y apatía fue el comunicado del Partido Liberal Libertario, que con letra clara resaltó las características más significativas del gobierno chavista: “la continua violación de derechos humanos y libertades individuales”.
La sobriedad o el silencio, en estos casos, están más cerca de la cobardía y la complicidad que del respeto que intentan transmitir. Pocos han considerado las nefastas consecuencias de los catorce años de “socialismo del siglo XXI”, que han quedado muy bien documentadas por la ONG defensora de los derechos humanos Human Rights Watch, que publicó un documento acerca de “El legado autoritario de Chávez” donde destaca “la alarmante concentración de poder e indiferencia absoluta por las garantías básicas de derechos humanos”. En el mismo sentido, el dossier de Reporteros Sin Fronteras refleja la precaria situación respecto de la libertad de expresión en la Venezuela de Chávez. Ni siquiera la perturbadora situación que se vive en Venezuela amerita la denuncia de las violaciones a derechos fundamentales, y es considerada apenas el producto de la una discrepancia de criterios. Visto así parecería que la comisión de crímenes de Estado puede ser una postura válida dentro de la oferta política. En cierto modo, puede ser el germen nacionalista que atraviesa a gran parte de los políticos argentinos el origen de esta pasividad y moderación extrema.
En el plano económico, los resultados del gobierno del oriundo de Barinas no fueron distintos a los de cualquier otro gobierno estatista, donde los beneficiados son siempre los mismos. No estoy hablando de los sectores de menos recursos, de los cuales los partidarios del chavismo se vanaglorian de haber mejorado su situación. La realidad es que, mientras que éstos obtuvieron una mejora relativa, aunque siempre sumidos en la más terrible de las pobrezas, los principales beneficiados por el plan económico chavista fueron militares, empresarios y otros allegados al dictador, que han construido enormes fortunas gracias a favores políticos y privilegios de todo tipo, típicos en estos sistemas. Tal fue la magnitud de este proceso que los integrantes de este selecto grupo fueron agrupados bajo el nombre de boliburguesía, una contracción entre bolivariano y burgueses.
Para el resto de la sociedad, los resultados no fueron tan positivos. Como explica Manuel Llamas, el resultado de catorce años de chavismo puede resumirse bajo la consigna “más miseria, menos libertad”. La alta inflación y el desabastecimiento fueron dos realidades que acompañaron a la gestión chavista, además de las centenas de expropiaciones a las que fueron sometidas empresas radicadas en territorio venezolano, que se tradujeron en un descenso abrupto de la productividad, en un desvío del capital y en una peor calidad de vida para los venezolanos.
Sin embargo, esto no se dio por un “desmanejo en la economía”, como afirmó el diputado Francisco de Narváez (uno de los pocos en calificar la presidencia chavista como “tremendamente autoritaria”), sino justamente porque el proyecto de Hugo Chávez consistía en manejar la economía. En otras palabras, De Narváez realiza un diagnóstico equivocado al creer que los desastrosos resultados económicos de Venezuela se deban a que la economía esté mal manejada, cuando es el propio concepto de que la economía esté manejada desde el gobierno la causa del estrepitoso fracaso. En ese sentido, De Narváez y el 99% de la política Argentina encuentran su coincidencia con Chávez.
A partir de ahora Hugo Chávez será historia, pero es equivocado creer que con su muerte desaparecerán todos los males que acecharon a Venezuela y a la región. Chávez fue tan sólo una consecuencia de un conjunto de factores que le permitieron expandir su poder. Los regímenes autoritarios no surgen de forma espontánea; ningún ser humano es tan poderoso como para imponerlo por su propia cuenta. Se requiere que haya un contexto preexistente en el que estén legitimadas estas acciones para que más tarde venga un Hugo Chávez y las exalte. La responsabilidad no debe recaer sobre los mecanismos de elección, la forma de gobierno o las condiciones económicas, sino en el compromiso de los ciudadanos de mantener su libertad.
Por último, no se puede escribir acerca de Chávez sin dejar de mencionar el importante rol que tuvo la política exterior de Estados Unidos en el ascenso del bolivariano como líder regional. La impronta demagógica de su personalidad le permitió combinar un encendido discurso antiimperialista (vale la pena recordar que históricamente los movimientos antiimperialistas estuvieron constituidos, entre otros, por liberales) con una política militarista que convirtió al país caribeño en uno de los principales compradores de armas de la región, con uno de los presupuestos militares más altos en relación al PBI.
Lamentablemente, el final de Chávez no será el final del chavismo ni el final del estatismo, pero tal vez sin la presencia del líder carismático se comiencen a abrir las ventanas de la realidad.