Por: Adam Dubove
La mejor manera de resumir los diez años del Gobierno kirchnerista, “la década ganada” en términos del relato, es comenzar por los hechos más recientes que describen al kirchnerismo en su máxima expresión.
El último 25 de mayo, el gobierno de Cristina Kirchner organizó un acto que tuvo un gran despliegue, con el único fin de festejar el décimo aniversario de un proyecto que se aparta de la Constitución y cuyo objetivo es la suma de poder público y el fortalecimiento del poder estatal. Y sin dudas lo ha logrado, claro que a costa del debilitamiento del poder de la sociedad civil. Con números musicales, un clima festivo y un discurso presidencial, intentaron camuflar con bombos, arengas y música diez años de violencia, agresión y retroceso junto a toda la parafernalia peronista.
Durante los últimos diez años los argentinos volvieron a sufrir en carne propia los abusos y las violaciones a sus derechos por parte de un gobierno. Así como vieron licuarse sus ahorros a fines de los 80 con el caos económico producto del estatismo de Raúl Alfonsín, el endeudamiento y la reforma de la Constitución durante el gobierno de Carlos Menem, o cuando quedaron atrapados entre el corralito y la brutal represión en la Plaza de Mayo de aquel diciembre de 2001, para los argentinos el kirchnerismo ha sido más de lo mismo.
Los anuncios con bombos y platillos, la infinidad de programas, planes estratégicos y demás lanzamientos que hace el gobierno suelen terminar como terminan aquellas cosas que se planifican con la fatal arrogancia de los políticos de poder controlarlo todo: en fracasos. Incluso aquellas medidas que los kirchneristas cuentan entre sus éxitos, ya que el potencial desperdiciado por el intervencionismo estatal es imposible de medir. Los efectos visibles, ya sean fracasos o éxitos, son fáciles de medir; en cambio, mensurar el destino que podrían haber tenido miles de millones de pesos en manos de aquellos que trabajaron para lograrlo es una misión imposible.
Además de los anuncios, el gobierno se ha caracterizado por defender sus diez años de gestión con estadísticas que son más parecidas a los anuncios de la ficción de Orwell, 1984, que a verdaderos avances hacia una sociedad más próspera. Es sencillo demostrar que hubo mejoras en los índices estadísticos si, por un lado, el gobierno es el productor de estadísticas y éstas gozan de una dudosa reputación y si, por el otro, los índices se hacen en comparación con los años 2001-2003, sin dudas los peores de este siglo. Como escribió Ezequiel Spector algunos días atrás: “Al cumplirse diez años de kirchnerismo, puede festejarse que hay más libertad de prensa que durante la dictadura, y que hay menor pobreza que en 2001. Quedará por discutir si no es un estándar demasiado bajo como para alegrarse sólo por haberlo superado”.
Por último, el tercer pilar en el que el gobierno ha basado su relato exitista es la expansión de derechos. Vale reconocer en este punto la iniciativa de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo como una medida positiva en un marco en el cual las licencias matrimoniales son un monopolio estatal. Y nada más. En el resto de los casos, la expansión de derechos no fue otra cosa que una captura de poder. El crecimiento exponencial de los planes sociales, las regulaciones laborales y los subsidios no son característicos de una sociedad pujante y rica, más bien todo lo contrario, son propios de una sociedad dependiente de la ayuda estatal. Un derecho jamás puede implicar forzar a un tercero a proveer o financiar determinada actividad.
No obstante, hablar de “la década ganada” no es del todo desacertado. Sin dudas en la década K hubo ganadores y perdedores, y sin dudas aquellos que ganaron en los últimos diez años estaban festejando arriba del escenario de la plaza, mientras que los que perdieron se encontraban debajo del escenario y en el resto del país teniendo que pagar contra su voluntad la demostración de poder K del pasado sábado. También los que perdieron están en los cementerios esperando justicia, como las víctimas del accidente de Once; están agobiados por sus deudas personales fruto del consumismo promovido como política oficial; o están viendo cómo su dinero pierde poder adquisitivo todos los días y no pueden protegerse de la inflación.
Elegir el 25 de Mayo de 2013 para celebrar su “década ganada” es una gran paradoja. En la Revolución de Mayo, el respeto por los derechos individuales y la libertad de comercio eran dos de los estandartes revolucionarios. Después de 203 años, una vez más, estas consignas vuelven a ser revolucionarias.