Por: Adam Dubove
En la primer exhortación apostólica del papado de Francisco, titulada Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), la autoridad máxima de la Iglesia Católica realizó una fuerte crítica a lo que él considera que representa una política de mercados libres que predomina en el mundo. Tomando como propia una noción de la sabiduría popular sobre el libre mercado le atribuye a éste las inequidades y la situación de extrema pobreza que se vive en algunas regiones del mundo.
“Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil”, escribe el Papa aludiendo a una de las críticas más utilizadas contra el libre mercado. La ley del más fuerte, la ley de la selva, la libertad del el zorro en el gallinero o el sálvese quien pueda son algunas de las metáforas similares que se utilizan para describir al mercado libre. Todas ellas infieren que un mercado libre promueve la propia supervivencia a costa de la del resto, incluso si sobrevivir implicara utilizar medios violentos, tal como sucede en la selva.
Estas descripciones no podrían estar más equivocadas. Al contrario de lo que se intenta ilustrar, un mercado libre está basado en la cooperación voluntaria, la idea de poder obtener algo sin ofrecer otra cosa a cambio es sencillamente inconcebible. Por supuesto que en la actualidad, en un mundo en el que proliferan las barreras al comercio internacional, donde las fronteras son a veces obstáculos infranqueables para los que pretenden inmigrar a países donde poder mejorar su calidad de vida, y la noción de derechos de propiedad se encuentra cada vez más debilitada por un sinnúmero de regulaciones e impuestos, difícilmente se podría afirmar que se trata de un mundo en el que la cooperación voluntaria sea la norma.
El economista David Friedman describió en La maquinaria de la libertad tres posibles maneras de obtener algo: (1) a través del intercambio, (2) recibiendo un regalo, o (3) mediante el uso de la violencia. En un mercado libre, es a través de los primeros dos que se puede conseguir lo que se desea, la agresión no es un mecanismo contemplado. Muchas veces la violencia se encuentra escondida debajo de resoluciones, decretos o leyes, que a su vez están promovidas por grupos de presión o empresarios cercanos al poder. Es en esa situación en la que prevalece la ley del más fuerte, donde ya no es premiada la aptitud de ofrecer algo de utilidad para la gente, sino que las retribuciones llegan en forma de favores del poder político.
La violencia que predomina en un entorno en el que no hay respeto por los derechos queda en evidencia cuando desde la clase política se transmite ese desdén por los derechos individuales. ¿Si nuestros representantes y funcionarios públicos no dudan levantar la mano para avasallar los derechos de propiedad, por qué el ciudadano que los vota se actuaría de otra manera?
Las imágenes de los saqueos que están teniendo lugar en varios distritos del país son un fiel retrato de esta situación. Cuando desaparecen los derechos de propiedad, la violencia deja de ser una construcción teórica de los críticos del libre mercado. Es una paradoja que los sistemas promovidos por ellos sean los que convierten a la cooperación pacífica en robos, heridos y muertos.
Que un número relativamente importante de personas –organizadas, o no– contemplen la posibilidad de obtener por la fuerza lo que es ajeno sin ningún tipo de problema moral es parte de la coyuntura política. Los atropellos a la propiedad por parte de los gobiernos son una señal para sus propios electores. Los derechos de propiedad se tornan relativos, y la presencia de efectivos policiales es el único límite entre la decisión de robar o no robar. El concepto de propiedad, y en consecuencia de cooperación voluntaria, se diluyen por completo.
El papa Francisco está en lo correcto al describir el mundo actual como un mundo plagado de injusticias, pero son las injusticias generadas por políticas que obstaculizan la cooperación pacífica entre la gente y no por el libre mercado. Cuanto más oprimida y controlada está la capacidad de las personas para competir en paz es cuando se convierte “la “lucha” pacífica de la competencia en busca del servicio mutuo” –como escribe el economista Murray Rothbard– en una verdadera lucha donde los rasgos más primitivos de los seres humanos salen a la luz.