Por: Adam Dubove
Jutzpá es lo que demostró tener Ricardo Echegaray, titular de la AFIP, en la conferencia de prensa que brindó la última semana. “No me gusta que me agredan o que me persigan”, dijo el recaudador de impuestos para contextualizar las agresiones que sufrió un periodista de TN que intentaba documentar su viaje a Río de Janeiro. Hay un viejo chiste que permite captar con precisión el significado de ese término que proviene de yiddish: “Un chico asesina a sus padres y luego le ruega al juez: ‘Tenga piedad de mí, ¡soy huérfano!’”. Eso es tener jutzpá.
Echegaray reclama que no lo persigan, agredan, o violen su privacidad, cuando sus funciones en la AFIP son exactamente esas: perseguir, agredir y violar la privacidad de los argentinos. Claro, él dirá que persigue, agrede y viola la privacidad por un fin noble y que se encuentra avalado por la ley. Pero así y todo perseguir, agredir y violar la privacidad es perseguir, agredir y violar privacidad, sin importar cuál sea el destino. No hay vuelta que darle.
Imaginemos que la tarea de Echegaray la realizara un particular, a eso lo llamaríamos robo, y si lo hiciera un grupo de personas lo llamaríamos saqueo, pero si el autor es el Administrador Federal de Ingresos Público y el botín es para el Estado, hablamos de impuestos, contribuciones, aportes, y otros eufemismo para camuflar lo que verdaderamente es: un robo. Los que rechazan los primeros dos casos son los primeros en justificar la necesidad de robarle al trabajador, al productor, bajo la extraña argumentación de que esa violencia es necesaria para poder vivir en sociedad.
Echegaray dejó claro desde su nombramiento al mando de la AFIP que no ve en la Constitución ningún tipo de limitación u obstáculo para saciar sus fines recaudatorios. Afirmaciones dan a entender esto las hace a menudo. Un claro ejemplo es el comunicado que emitió la AFIP en agosto de 2012, con motivo de anunciar que la privacidad es una ilusión, y un privilegio que solo los funcionarios públicos pueden gozar. En esa oportunidad manifestó: “La medida se enmarca endentro [sic] de los tres pilares en los que se apoya la nueva estrategia de fiscalización de la AFIP: la utilización al máximo de la tecnología disponible, la explotación centralizada de la información y los controles tanto “ex-ante” como en línea de las operaciones.”
El límite que tiene el organismo recaudador es el nivel de tecnología disponible, la información que manejarán será la máxima que les permita la tecnología, y la necesidad de demostrar la inocencia es una constante en la vida cotidiana. Es así entonces que las prepegas deben informarle al organismo sobre sus asociados, los colegios privados sobre los padres de sus alumnos, las tarjetas de crédito sobre los consumos de sus clientes, locatarios y locadores sobre sus alquileres, los countries sobre sus residentes, los administradores de edificios sobre sus consorcios. La lista continúa, alcanza compraventas de autos usados, alquiler de maquinaria, provisión de servicios fuera de la Argentina, y un largo, largo, etcétera.
Especial hincapié hace el organismo entre aquellos que desean escapar algunos días, y en alguna medida, de los colmillos del Estado argentino. En este sentido la AFIP le requiere que las líneas aéreas informen las listas de pasajeros, que los pasajeros informen su CUIT o CUIL como condición para adquirir pasajes, y que las agencias de turismo informen acerca de la venta de paquetes de viaje al exterior. Mientras tanto, Echegaray, afirma plácidamente que no tuvo problemas para obtener los dólares que requirió para su aventura carioca.
Para peor, los abusos de la AFIP no se detienen ahí. La difusión de información confidencial, la persecución de periodistas, o incluso la inspección de un comedor en Tucumán que albergó a Jorge Lanata durante la emisión de uno de sus programas del año pasado se pueden añadir al extenso prontuario de Echegaray al mando de esa dependencia.
Echegaray es una circunstancia, es el actual ejecutor, pero su salida no resolvería nada. Un cambio de nombres no altera la organización, la estructura o la metodología. Así como sucedió con la salida del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, la salida de Echegaray que algunos reclaman sería tan solo un enroque.
¿Sobre quién debe caer la responsabilidad por el obsceno aumento de poder de la AFIP? No son sólo las decenas de resoluciones firmadas por su autoridad máxima, o el esquema depredador que propone el gobierno. Fue también la pasividad por parte de los ciudadanos ante los sucesivos avances del organismo la que permitió que la pérdida de la privacidad se haya convertido en una cuestión natural. Es esta actitud pasiva la que le permite a la AFIP acumular más y más poder. Para que exista un opresor, debe haber alguien que se deje oprimir. Ya en el silgo XVI el filósofo francés Étienne de la Boétie afirmó que “para obtener la libertad, solo basta con desearla”.
Desear la libertad implica tomar riesgos. Desear la libertad es renunciar a la falsa ilusión de certidumbre y estabilidad que proponen ese grupo de personas que se asumen como todopoderosos y que prometen brindar y proveer bienestar y seguridad. Desear la libertad es aventurarse en lo desconocido, es mantener una convivencia pacífica y basada en conductas voluntarias, sin la agresión constante que emana desde el Estado.
Mientras continuemos alimentando las ambiciones de cada uno de los Echegaray en el gobierno, o de los que aspiran a convertirse en ellos, y mientras sigamos siendo cómplices del deseo de control total que infieren en cada palabra eligen, entonces tendremos la única certidumbre a la que podemos aspirar. La certidumbre de que no seremos libres.