A pesar de algunas de las ideas patrocinadas en su momento por el ex presidente del gobierno español y a pesar de algunos desaciertos y problemas que tuvo su gobierno, es necesario destacar las valientes y sumamente oportunas declaraciones de Felipe González en Caracas y luego en Madrid. “Venezuela es un país en proceso de destrucción” es lo menos que ha dicho el ex mandatario español a lo cual agregó que “Podemos hace de monaguillo de Maduro”.
Son muchos las destacadas personalidades de muy diversos rincones que se muestran grandemente preocupadas por la situación venezolana. Mario Vargas Llosa acaba de concluir también, esta vez en la Universidad de Alicante, que “el país [Venezuela] se va deshaciendo por sus políticas” a lo que sumó el magnífico artículo titulado “La Venezuela que dejó al desnudo Felipe”. Por mi parte, quiero ahora introducir otro aspecto a las referencias de la catástrofe venezolana como las apuntadas, para marcar la necesidad de una revisión y corrección de la brutal desfiguración del concepto de democracia.
En Venezuela claro que la situación es extrema: atropellos al Poder Judicial, a todos los organismos de contralor y a los mismos tribunales electorales se agregan al ataque más despiadado a la libertad de prensa, a las crecientes detenciones a opositores, a la politización de las fuerzas armadas, a los controles de precios, a las reiteradas confiscaciones, a la inflación galopante, al crecimiento sideral del gasto público, al déficit fiscal incontrolable y otras tantas tropelías, hacen que la vida de los venezolanos se torne insoportable en medio de persecuciones y la escasez más despiadada de lo elemental para sobrevivir.
Esta lamentable situación de quienes son empleados del régimen carcelario cubano, nos tiene que llamar a la reflexión sobre el verdadero significado de la democracia que, en el caso que nos ocupa, se alega para cometer todo tipo de desmanes. No es aceptable bajo ningún punto de vista, puesto que constituye un insulto a la inteligencia, el considerar un sistema como el descripto como si fuera “democrático”, cuando en verdad se trata de cleptocracia, a saber, el gobierno de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de proyectos de vida.
Sin llegar a estos extremos venezolanos, hay síntomas peligrosos en Grecia, en España y en muchos lugares antes insospechados en el continente americano y en el europeo (además de los casos mencionados). Por tanto, es imperioso pensar y proponer nuevos límites al Leviatán antes que resulte demasiado tarde.
Se han propuesto reformas constitucionales con la intención de ponerle coto a extralimitaciones groseras, se han sugerido modificaciones en el sistema electoral y otras equivalentes pero la situación es de tal gravedad que se requieren cambios más radicales para interponer vallas al atropello constante a los derechos individuales. No resulta congruente esperar resultados distintos recurriendo a las mismas recetas que condujeron al problema. No puede esperarse un milagro.
Sin duda que la educación es clave puesto que es improbable que se busquen mecanismos que defiendan derechos si no se cree en ellos. Son en realidad dos brazos de un mismo proceso: incentivos para la autoprotección y sistemas educativos que trasmitan los valores y principios de una sociedad abierta.
Sin embargo, en líneas generales, no se observa que se pongan manos a la obra mientras se sigue consumiendo tiempo en debates sobre candidatos en la próxima contienda electoral, situaciones más o menos irrelevantes de la coyuntura y equivalentes.
Ya hemos dicho en varias oportunidades que existen tres propuestas de gran calado para mitigar y frenar los avances del monopolio de la fuerza sobre las autonomías individuales, como lo son las de Hayek para el Poder Legislativo, la de Bruno Leoni para el Poder Judicial y la relectura de un pensamiento clave de Montesquieu que en general ha pasado desapercibido y que es aplicable al Poder Ejecutivo.
No es del caso repetir aquí lo expresado por esos tres pensadores que hemos reproducido en otras instancias, pero lo que si es conveniente reiterar es la urgente necesidad de abrir debates respecto a introducir diques de contención para los abusos de poder que a diario se observan en distintos puntos del planeta, los cuales se hacen descaradamente en nombre de una democracia inexistente.
Vamos, eso sí, a repetir las advertencias de varios autores sobre este problema mayúsculo del poder ilimitado de los votos sin contemplar la esencia de la democracia cual es el respeto por los derechos de las minorías para así evitar el “síndrome Hitler”. Comenzando por Cicerón, quien escribió que “el imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo”. Giovanni Sartori consigna que “cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría. Debido precisamente a que el gobierno de la mayoría está limitado, todo el pueblo (todos los que tienen derecho al voto) está siempre incluido en el demos”.
Por su parte, Gottfried Dietze apunta que “la democracia que supuestamente debe promover la libertad se ha convertido en un desafío para la libertad”. Bertrand de Jouvenel afirma que “la soberanía del pueblo no es, pues, más que una ficción que a la larga será destructora de las libertades individuales” y Benjamin Constant nos ha enseñado que “los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que vulnere estos derechos se hace ilegítima”.
Los tres autores que mencionamos ut supra como propulsores de límites de importancia al poder político se pronuncian de esta manera sobre el problema que enfrentamos. Hayek: “Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata”. Leoni: “Donde las autoridades y las mayorías prevalecen, como en la legislación, los individuos deben rendirse independientemente si están en lo correcto o no”. Montesquieu: “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.
Por último, es pertinente citar a uno de los Padres Fundadores estadounidenses, en el país en el que, salvo la inaceptable copia de lo que tenía lugar en el resto del mundo respecto a la espantosa esclavitud eliminada en su momento, resume el pensamiento de la revolución más exitosa en la historia de la humanidad en cuanto a la difundida libertad (hasta los tiempos modernos en los que se ha abandonado buena parte de esos valores). Así, James Madison ha sentenciado que “el gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Este es el fin del gobierno, solo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”, en el contexto de lo expresado por Jefferson en cuanto a que “Un despotismo electo no fue el gobierno por el que luchamos”.
Estos preceptos fueron tomados por las sociedades que aspiraban a la libertad, entre los cuales se destaca el caso argentino con el ideario alberdiano debido a su portentoso progreso cuando se siguieron esos principios rectores, protegidos por consideraciones institucionales como las formuladas por Juan González Calderón quien ha advertido y puntualizado que la democracia falsificada de los números “se basa en dos ecuaciones falsas: 50% más 1%= 100% y 50% menos 1%= 0%”.
Autores como Ronald Coase, Harold Demsetz y Douglass North han enfatizado el rol vital que tienen los incentivos, y en el caso considerado existen muy pocos obstáculos que limiten la posibilidad de coaliciones y alianzas que arrasen con los derechos individuales. De allí, por ejemplo, los incentivos para centrar la atención en proteger derechos por parte de quienes tienen un pesado “velo de ignorancia” (para usar una expresión de Rawls) que introduce la elección por sorteo propuesta por Montesquieu. De todos modos, si no resultaran atractivas las sugerencias de éste último autor, ni las de Hayek y de Leoni, insistimos, es imperioso pensar en otros mecanismos para evitar a toda costa la farsa que en gran medida tiene lugar en nombre de la democracia. Y todo está ubicado en el plano institucional fuera del debate de quienes serán los nombres de los que ocuparán cargos públicos, puesto que como ha señalado Popper, el tema no consiste en la concepción del “filósofo rey” de Platón sino en establecer marcos institucionales “para que el gobierno haga el menor daño posible”.
Para mayor precisión, en muchos documentos constitucionales se recurrió a la expresión “república” en lugar de “democracia” como fue el caso de la estadounidense y la original argentina, ya que el primer término explicita la alternancia en el poder, la publicidad de los actos de gobierno, la igualdad ante la ley, la responsabilidad del gobernante por sus actos frente a los gobernados y la separación de poderes.
A veces nos invade cierto escepticismo cuando observamos la apatía por discutir estos temas, al tiempo que se abandona la educación “porque es un tema de largo plazo” (sic), mientras se desperdician mentes embarcadas en debates más o menos irrelevantes.