Pobres los pobres

Alberto Benegas Lynch (h)

El cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga -designado por el papa Francisco para presidir la Comisión de Cardenales para la reforma de la Curia en el Vaticano- ha pronunciado un discurso en Forum Nueva Economía en el Hotel Ritz de Madrid, pieza oratoria destinada a criticar al capitalismo y al mercado. En sus extensas reflexiones sobre el tema queda en evidencia que lamentablemente no entiende el significado de lo uno ni de lo otro. Por más que intente hacer salvedades, sus “pero” revelan su desconocimiento más palmario en esta materia. En ese sentido concluye en su exposición: “El pilar, la piedra basilar más débil del gran constructor del capitalismo ideológico es la pobreza”.

Conozco bien al cardenal Rodríguez Maradiaga, puesto que cuando pronuncié el discurso inaugural en el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), que titulé “Liberalismo y pobreza”, el 30 de junio de 1998, me recibió como dueño de casa en su carácter de arzobispo de Tegucigalpa, donde se celebró la mencionada reunión, a la que fui invitado por monseñor Cristián Precht Bañados por sugerencia de Horst Schönbohm entonces presidente de la Fundación Konrad Adenauer de Argentina, institución esta que contribuyó a financiar ese congreso de obispos y sacerdotes.

En casos como los del mencionado cardenal, tal como he señalado en otras ocasiones, conjeturo las mejores intenciones, pero, como también he subrayado, las intenciones resultan irrelevantes a estos efectos, puesto que lo importante son los resultados de la política que se aconseja. Es una pena que se critique el sistema que permitió y permite a millones de personas salir de la pobreza. Sistema que se define como el respeto recíproco en el contexto de la asignación de los derechos de propiedad y la consecuente libertad de comercio interno y externo, a diferencia del estatismo que en gran medida prevalece en tantos países.

Antes de seguir adelante, respecto a la pobreza material y su ponderación por parte de algunos predicadores, es del caso citar a Santo Tomás de Aquino de la Suma Teológica: “No es preciso que donde hay mayor pobreza haya mayor perfección; antes por el contrario, puede haber gran perfección con gran opulencia” (2.da, 2.da, CLXXXV, art. VI).

En otros casos, resulta muy curiosa y llamativa la actitud de muchos de los que alardean tener una preocupación por la condición de los pobres. En no pocas circunstancias parecería que más bien que sacarlos de esa condición los quieren usar para inconfesable propósitos personales de estos supuestos detractores de la pobreza, quienes, paradójica y simultáneamente, la alaban.

En primer lugar, debe aclararse que todos somos pobres o ricos según con quién nos comparemos y, en segundo término, debemos tener muy presente que todos descendemos de miserables y muy brutos que vivían en cuevas y que el modo de pasar de una instancia de pobreza relativa a una de riqueza no consiste en arrancarle el fruto de su trabajo a quienes han prosperado, puesto que, entre otras cosas, el respeto y la asignación de los derechos de propiedad permite que las consecuentes tasas de capitalización incrementen ingresos en términos reales.

Y no se trata de la caricatura grotesca del llamado “efecto derrame” como si los salarios aumentaran cuando el vaso de los ricos derrama mendrugos para los más necesitados. Se trata de un proceso que en paralelo mejora el nivel de vida de todos a medida que se expande la inversión de aquellos que han podido ahorrar.

En muchísimos casos también los aludidos adalides de los pobres los usan para fines políticos. Si desaparecieran los pobres, aquellos sujetos se quedarían sin libreto para articular sus discursos. En verdad no están para nada interesados en cómo se crea la riqueza, ni siquiera respecto a lo que sucede hoy en China (en general socialista), donde pequeños islotes de libertad generan grandiosas riquezas y eliminación de pobrezas. Prefieren el discurso de la “redistribución de ingresos”, es decir, volver a distribuir por la fuerza lo que la gente distribuyó pacíficamente en el supermercado y afines con el consiguiente consumo de capital y baja de salarios. En otros términos, pobres los pobres.

Así, como hemos consignado en otras oportunidades, el padre Gustavo Gutiérrez -quien fue invitado por el papa Francisco a concelebrar misa, que tuvo lugar en el Vaticano- es el creador de la teología de la liberación, que en su libro, que lleva el título de esa corriente de pensamiento, escribe: “Marx irá construyendo un conocimiento científico de la realidad histórica. Analizando la sociedad capitalista en la que se dan en concreto la explotación de unos seres humanos por otros, de una clase social por otra y señalando las vías de salida hacía una etapa histórica en la que la persona humana pueda vivir como tal […] Iniciativa que debe asegurar el paso del modo de producción capitalista al modo de producción socialista […] creadas las condiciones de una producción socializada de la riqueza, suprimida la apropiación privada de la plusvalía, establecido el socialismo, las personas puedan comenzar a vivir libre y humanamente”, para lo cual recomienda “una revolución social” y “una radicalización política”, para lo que “la revolución cubana ha cumplido un papel acelerador” e insiste en los beneficios del “foquismo guerrillero” y “nuevas formas de lucha armada” y que “ello supone y facilita, por otra parte, un diálogo doctrinal con el marxismo”, ya que “un sector importante del clero latinoamericano pide” que no hay que “confundir violencia injusta de los opresores que sostienen este ´nefasto sistema´ con la justa violencia de los oprimidos que se ven obligados a ella para lograr su liberación”.

La idea central de lo que hemos citado es tomada con entusiasmo por otros, aunque no se refieran abiertamente al marxismo ni suscriban la violencia, y en no pocos casos rechazan de buena fe aquella tradición de pensamiento. En otras ocasiones daría la impresión de que si el marxismo borrara de su credo su obsesión atea, se lo aceptaría más extendidamente. De todos modos, insistimos, es curioso observar a algunos quejarse de la pobreza, cuando, al mismo tiempo, bloquean la posibilidad de salir de esa situación liberando energía creadora que proporciona la sociedad abierta y los consiguientes mercados libres y competitivos.

Como queda dicho, paradójicamente se condena la pobreza que es consecuencia de las recetas estatistas y, simultáneamente, la alaban como una condición preferencial con lo que, entre otras cosas, de hecho eliminan la caridad tanto material como del apostolado, puesto que mejora la condición de los pobres. Incluso hay quienes sostienen que los pobres pertenecen al “reino de Dios”, con lo que los pastores deberían solo ocuparse de los ricos, ya que los primeros estarían salvados, sin percatarse de que el mensaje evangélico alude a un tema de prioridades: la autoperfeción espiritual del hombre por un lado y las cosas de este mundo, por otro.

En esta línea argumental y en el contexto de la cita que hemos transcrito más arriba de Santo Tomás de Aquino, es pertinente reiterar pasajes evangélicos: en Deuteronomio 8, 18: “Acuérdate que Yahveh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo 5, 8: “Si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo 5, 3: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”, fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la perfección), en otras palabras al que “no es rico a los ojos de Dios” (Lucas 12, 21), lo cual aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del arzobispo de Barcelona): “Fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “ la clara fórmula de Mateo -bienaventurados los pobres de espíritu- da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo VI, pp. 240-241). En Proverbios 11, 18: “Quien confía en su riqueza, ese caerá”. En Salmos 62, 11: “A las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón”. Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos 10, 24-25), ya que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo 6, 24).

Por otro lado, las diferencias de ingresos y patrimonios a las que también se refirió en tono de queja y reproche el cardenal Rodríguez Maradiaga, en un mercado abierto, son el resultado de la votación diaria de la gente, como consecuencia de sus preferencias y sus rechazos y en este plano nada tienen que ver con la codicia ni con el “imperialismo del dinero”. Es simplemente el resultado de lo que la gente prefiere, que al adquirir bienes y servicios de su agrado establece niveles de ingresos y patrimonios.

Por supuesto que esto no ocurre donde llamados empresarios se unen en alianza con el poder político de turno, situación en la que aquellos obtienen todo tipo de privilegios y dádivas para explotar miserablemente a sus congéneres. Tampoco estamos hablando de sociedad abierta en la medida en que se promulguen regulaciones asfixiantes, gastos públicos siderales que ensanchan la figura del Leviatán, endeudamientos estatales que comprometen patrimonios de futuras generaciones que no han participado en la elección del gobernante que contrajo la deuda, inflaciones que no son más que estafas legales especialmente a los salarios de los más necesitados y presiones impositivas que constituyen una maraña que responde solo a la voracidad fiscal.

Y estos no son temas “meramente técnicos”, sino que son consustanciales a lo moral. Sin perjuicio de otras observaciones que se podrán hacer, lejos parece están algunas de las enseñanzas, por ejemplo, de León XIII, quien enfatizó en su encíclica Rerum Novarum: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden ser todos iguales, los altos y los bajos. Afánanse en verdad los socialistas, pero vano es ese afán y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza, y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad de la fortuna, lo cual es conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesita para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos, y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres es la diversidad de la fortuna de cada uno”.

En cualquier caso y a modo de resumen del problema que aquí dejamos consignado respecto a manifestaciones de representantes de la Iglesia, la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede ha expresado por escrito el 30 de junio de 1977: De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.