Antes he escrito sobre este asunto por cierto alarmante para el futuro del mundo libre. Aunque Donald Trump finalmente no gane frente a su contrincante en la recta final de las elecciones presidenciales, el mero hecho de haber vencido diferentes pruebas dentro de su partido constituye una muestra de la severa decadencia del espíritu estadounidense. Y esto no sólo ocurre en su partido, sino también en el demócrata, en el que se afianza la política estatista que propone Hillary Clinton y se da aliento al abiertamente socialista Bernie Sanders.
Este fenómeno va a contracorriente de las enseñanzas y de los valores propuestos en su momento por los padres fundadores de esa nación que parió con los principios de libertad más arraigados de todos los que se conocieron en la historia de la humanidad. Este fenómeno, decimos, ocurrió debido a los cambios más o menos radicales que se vienen sucediendo en la educación que, en líneas generales, se imparte en ese país. Esto fue advertido por no pocos autores, por ejemplo, por Thomas Sowell en Inside American Education, por Alan Kors y Harvey Silverglate en The Shadow University. The Betrayal of Liberty on America´s Campuses, Allan Bloom en The Closing of the American Mind y el ensayo de Paul Johnson, Schools for Atilas.
El caso de Trump debe ser analizado con detenimiento. Dejando de lado sus pésimos modales, sus actitudes de matón, su poco sentido de la ética y la estética, sus insultos y sus descalificaciones personales, es pertinente centrar la atención en tres aspectos que, vistos con imparcialidad, encierran errores gruesos que lamentablemente están muy generalizados en los públicos más insospechados de xenofobia, pero que, sin embargo, adhieren al fascismo que propone el patán que lidera las encuestas en el lado republicano. Me refiero a sus falacias sobre el comercio exterior, a las referidas a la guerra y a la inmigración. Constituyen la triada central de las propuestas de Trump, las cuales suscriben los populismos de todos lados.
Veamos esto por partes. En el primer punto, Trump toma el comercio internacional como una escaramuza en la que deben participar los aparatos estatales y no como arreglos contractuales pacíficos y voluntarios entre las partes donde las fronteras o las lejanías no modifican las relaciones causales de la economía respecto a las transacciones que se celebran dentro de un mismo país. Este hombre de negocios no parece comprender que en toda relación comercial ambas partes ganan. Es cierto que muchos son los Gobiernos que se entrometen en el comercio vía trabas arancelarias, manipulaciones en el tipo de cambio, subsidios y otras intervenciones en el mercado, pero esto no se soluciona con más del problema, sino con el debido respeto a los derechos de propiedad de los participantes.
En un mundo estatista, un país libre tiene todas las de ganar. Resulta tragicómico que como consecuencia de restricciones y prohibiciones del país X a los productos provenientes del país Y, esta última nación, “en represalia” imponga restricciones a los bienes y los servicios que vende el país X. Si esta así llamada “represalia” se concreta, el país Y se habrá perjudicado dos veces: la primera por las restricciones impuestas por el país X y la segunda por las que ahora impone el propio país Y “para defenderse”. Probablemente no haya razonamiento que contenga ingredientes más ridículos.
En la misma línea argumental, Donald Trump afirma que hay que librar batallas comerciales contra los chinos y los japoneses (en este último caso, se queja de modo muy agresivo al observar que no hay automóviles de fabricación estadounidense en Tokio y sandeces por el estilo que contradicen las más elementales razones económicas). También propone multar a empresas estadounidenses que se instalen en el extranjero “porque privan de trabajo a los locales”, lo cual demuestra nuevamente la xenofobia y la hipocresía de este empresario que natural y justificadamente invierte en el extranjero cada vez que conviene a sus negocios.
Por esto vale recordar lo dicho en los documentos originales de Estados Unidos y tomarlos seriamente, si no se desea que esa nación se convierta en un desaguisado. Por ejemplo, James Wilson, uno de los firmantes de la Declaración de la Independencia, redactor del primer borrador de la Constitución y profesor de derecho en la Universidad de Pennsylvania escribió: “En mi modesta opinión, el Gobierno se debe establecer para asegurar y extender el ejercicio de los derechos naturales de los miembros y todo Gobierno que no tiene eso en la mira como objeto principal no es un Gobierno legítimo” (“Of The Natural Rights of Individuals”, The Works of James Wilson, J. D. Andrews, ed., 1790/1896). Por su parte, Thomas Jefferson aseveró que se necesita “un Gobierno frugal que restrinja a los hombres que se lesionen unos a otros y que, por lo demás, los deje libres para regular sus propios objetivos” (The Life and Selected Writings of Thomas Jefferson, A. Koch & W. Penden, eds., 1774-1826/1944). Y James Madison ha consignado: “El Gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Este es el fin del Gobierno, sólo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo” (“Property”, James Madison: Writings, J. Rakove ed., 1792/1999).
El segundo punto se refiere a la guerra, que Trump la usa como permanente amenaza a lo que se decide en otras naciones y defiende acciones bélicas inaceptables, como la “invasión preventiva”, la pretensión de regir por la fuerza otras vidas en otros puntos del planeta y su repugnante, inaceptable y alarmante teoría de la tortura.
En este sentido, conviene también recordarle al magnate de marras, entre otros muchos aspectos, los valores y los principios con que se estableció la nación en la que nació. El general George Washington afirmó: “Mi ardiente deseo es, y siempre ha sido, cumplir con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a los Estados Unidos fuera de todo conexión política con otros países” (A Letter to Patrick Henry and Other Writings, R. J. Rowding, ed., 1795/1954) . En el mismo sentido, John Quincy Adams explicó: “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia para todos. Es el campeón de las suyas. Recomienda esa causa general por el contenido de su voz y por la simpatía benigna de su ejemplo. Sabe bien que, alistándose bajo otras banderas que no son la suya, aun tratándose de la causa de la independencia extranjera, se involucrará más allá de la posibilidad de salir de problemas, en todas las guerras de intrigas e intereses, de la codicia individual, de la envidia y de la ambición que asume y usurpa los ideales de libertad. Podrá ser la directriz del mundo, pero no será más la directriz de su propio espíritu” (An Address Delivered On the Fourth of July, 1821).
Por último, el tercer aspecto de la inmigración, el nieto de inmigrantes que ahora la emprende contra los inmigrantes, especialmente contra los mexicanos, a quienes tildó de traficantes de drogas, violadores y criminales, al tiempo que aseguró que construirá un muro muy alto que hará financiar a los propios mexicanos.
Se le borró de la memoria que la tradición estadounidense se basó en la generosidad de recibir extranjeros con los brazos abiertos, tal como se lee al pie de la Estatua de la Libertad en las conmovedoras palabras de Emma Lazarus y no tiene presente que, tal como lo demuestran sobradas estadísticas y sesudas consideraciones sobre el tema, en general, los inmigrantes tienen un gran deseo de trabajar y muestran gran empeño en sus destinos laborales (muchas veces hacen faenas que los nativos rechazan), son disciplinados y tienen gran flexibilidad para ubicarse en muy distintas regiones. Sus hijos (pocos, habitualmente) revelan altos rendimientos en los centros de educación.
Es que fascistas como Trump no tienen en cuenta que las fronteras sólo tienen razón de ser para fraccionar el poder y carece por completo de sentido clasificar la competencia de las personas según dónde hayan nacido y que todos deberían tener el derecho de trabajar donde sean contratados libremente, sin restricción alguna. En verdad, el término moderno de “inmigración ilegal” constituye un insulto a la inteligencia. Solamente deben ser bloqueados los delincuentes, pero no dirigidos a inmigrantes (si fuera el caso), ya que los hay también entre los locales de cualquier país.
Por otro lado, impedir que ingresen inmigrantes debido a que pueden recurrir al lamentable Estado benefactor (una contradicción en términos, ya que la violencia no puede hacer benevolencia) y, por ende, acentuar los problemas fiscales del país receptor, constituye un argumento pueril, dado que esto se resuelve prohibiéndoles el uso de esos “servicios”, al tiempo que no se les requeriría aporte alguno para solventarlos, es decir, serían personas libres.
El clima de xenofobia que producen posiciones como las de Donald Trump se sustenta en una pésima concepción del significado de la cultura, puesto que mantiene que los de afuera contaminan la local. La cultura precisamente se forma de un constante proceso de entregas y recibos en cuanto a la lectura, la música, las vestimentas, la arquitectura y demás manifestaciones de la producción humana.
Además, la cultura es un concepto multidimensional: en una misma persona hay muy diversas manifestaciones y en la misma persona es cambiante (no es la misma estructura cultural la que tenemos hoy respecto a la que fue ayer).
También las declaraciones de este candidato presidencial adolecen de los basamentos del significado del mercado laboral, a pesar de la soberbia y la arrogancia que ponen de manifiesto sus declaraciones: cree que al ser empresario conoce bien el andamiaje económico (le sucede lo mismo que con banqueros que no tienen idea de qué es el dinero o con profesionales del marketing que no saben qué es el mercado). No comprende que en un mercado abierto nunca existe desocupación involuntaria, que se produce debido a la intervención de los aparatos estatales en la estructura salarial y que las innovaciones tecnológicas y el librecambio liberan recursos humanos y materiales para que se asignen en nuevos proyectos.
Es de desear que las instituciones, los centros de estudios y las fundaciones dedicadas a explicar los beneficios de la libertad en Estados Unidos puedan contrarrestar los desconceptos superlativos y los peligros que desafortunadamente se están abriendo paso en el otrora baluarte del mundo libre.