Se trata de una persona muy consistente con sus principios, cuyo eje central radica en el valor de la libertad, esto es, concebir la sociedad como interacciones voluntarias en las que prima el respeto recíproco; sólo justifica el uso de la fuerza cuando es de carácter defensivo. En este contexto, cada uno puede hacer de su vida lo que le plazca, siempre y cuando no lesione derechos de terceros.
Doug Casey es de hablar pausado y bien articulado, con contenidos muy sustanciales y bien fundamentados. Es un inversionista de dotes excepcionales.
Se autodefine como un “especulador internacional”, lo cual subraya un concepto básico, pero poco comprendido. Todos los seres humanos somos especuladores. Todos apuntamos a pasar de una situación menos favorable a juicio de sujeto actuante a una que estimamos que nos proporcionará mayor satisfacción. El acto puede ser ruin o sublime, pero siempre está presente la especulación. Hablar de especulador es equivalente a aludir a la acción humana. Algunos aciertan en sus conjeturas, otros se equivocan, pero todos especulan. La madre especula con que su hijo se encuentre bien, el asaltante a un banco especula con que le saldrá bien el atraco y así sucesivamente.
Como señala Casey, de lo anterior se deriva que todos actuamos en nuestro interés personal. En rigor, no hay tal cosa como acciones desinteresadas, lo cual, por otra parte, pone en evidencia que si un acto no está en interés de quien lo lleva a cabo, simplemente no se ejecutará.
Doug Casey es autor de numerosos libros, algunos de los cuales han estado en la lista de bestsellers del New York Times, ha dirigido consultoras de reconocido prestigio, ha pronunciado conferencias en diversas instituciones estadounidenses y del exterior, ha publicado valiosos newsletters de gran tirada, con lectores de todas partes del mundo, ha sido invitado a diversos programas televisivos y ha producido documentales como la célebre Meltdown America. Sin perjuicio de la administración de sus inversiones personales, ahora está trabajando en la escritura de una saga de novelas de gran calado.
En esta nota periodística centro la atención en algunos pocos aspectos de su último libro, titulado Totally Incorrect, que consiste en preguntas y reflexiones que le formula Louis James al autor y que, a su turno, este se explaya en sus consideraciones.
Resumo mi lectura del referido libro en cinco temas. En primer lugar, la preocupación y la alarma de Casey por lo que sucede en Estados Unidos. La deuda pública colosal, el nivel astronómico del gasto del Gobierno central, las absurdas y asfixiantes regulaciones, los inmorales “bailouts” a empresarios incompetentes e irresponsables. La manía por involucrarse en guerras permanentes, la liquidación de las libertades individuales y el consiguiente abandono del debido proceso con la excusa del terrorismo, la inaudita y contraproducente lucha contra las drogas que todo lo corrompe a su paso, la pésima política respecto al medioambiente, que destroza la propiedad privada en nombre de la defensa de la propiedad del planeta, lo dañino de la Reserva Federal y la banca central en general. Además, el inaceptable espionaje a los ciudadanos del país y del extranjero por parte del Gobierno, que en todo se contraponen a los consejos originales de los padres fundadores.
El segundo punto que rescato de la obra es el referido a la educación. Casey señala con énfasis la imperiosa necesidad de eliminar la politización a través de ministerios y secretarías que deciden pautas, textos y estructuras curriculares. Sugiere abrir a la competencia todos los centros educativos y pondera los procedimientos del homeschooling. Muestra que la genuina educación consiste en profesores que estimulen el pensamiento independiente e incentiven el desarrollo de las potencialidades de cada estudiante, al contrario de lo que se considera habitualmente, en el sentido —como consigna el autor— de que los estudiantes “piensan que alguien les dará educación, cuando en realidad la educación es algo que cada uno debe darse a sí mismo”.
En este contexto, como dice en el libro Louis James, el asunto medular de este momento estriba en que en el llamado mundo libre hay demasiada polución intelectual.
En tercer lugar, se refiere extensamente a la idea de caridad. Aclara antes que nada que se trata de un acto realizado con recursos propios y de modo voluntario, al contrario de lo que se piensa de modo generalizado en cuanto a que el aparato estatal es solidario cuando arranca recursos de los vecinos para entregarlos a otros, lo cual no sólo es la antítesis de un acto de caridad o beneficencia, sino que se trata de un asalto. Luego sostiene que, por un lado, es partidario de la caridad individual más bien referida a “enseñar a pescar en lugar de regalar un pescado” y, por otro, desconfía de la institucionalización de asociaciones de caridad, ya que se suelen convertir en burocracias que en parte tuercen sus objetivos hacia los salarios de secretarias y demás funcionarios.
Pero tal vez lo más importante que destaca Casey en este campo es el complejo de culpa de empresarios y la presión social para que entreguen parte de sus ganancias en obras caritativas para “devolver algo de lo que han quitado”. Esta línea argumental me recuerda el magnífico ensayo tan bien documentado de Milton Friedman en The New York Times Magazine, titulado “The Social Responsibility of Buisness is to Increase Profits”. Esto es así debido a que en un mercado abierto y competitivo los empresarios están forzados a atender las demandas de su prójimo para obtener beneficios. Si el empresario da en la tecla con las necesidades de los demás, obtiene ganancias y si yerra, incurre en quebrantos. El cuadro de resultados muestra el camino para que los siempre escasos factores de producción estén en las mejores manos a criterio de los consumidores. Desde luego que esto se extiende a todas las inversiones en las que el empresario, al sacar partida de lo que estima que son costos subvaluados en términos de los precios finales, es decir, a través del arbitraje, ubica recursos en las áreas que conjetura que serán más demandadas.
De más está decir que esto no ocurre con los empresarios prebendarios, cuyos patrimonios no provienen del plebiscito diario en los diferentes mercados presentes o futuros, sino del privilegio y de los mercados cautivos, con lo que se convierten en explotadores de la gente.
Otro aspecto del libro de marras es su muy ajustada definición de fascismo, en contraste con el comunismo, donde ambas tradiciones de pensamiento coinciden en la necesidad de demoler la sociedad abierta a través del estrangulamiento de la propiedad privada. El fascismo permite el registro de la propiedad a nombre de particulares, pero usa y dispone del aparato estatal, mientras que el comunismo directamente usa y dispone el gobierno. Señala que en la gran mayoría de los países el fascismo se aplica de modo generalizado en prácticamente todos los campos. Razonamientos que me recuerdan a las cuidadosas elaboraciones de Jean-François Revel en su obra La gran mascarada, en la que se detiene a considerar el estrechísimo parentesco ente el nacional-socialismo y el comunismo.
Por último, en esta reseña parcial y muy telegráfica, termino con un pensamiento del autor sobre los musulmanes: “Hay toda la razón para creer que cualquier grupo perteneciente al mundo islámico intentará defenderse de las Cruzadas medievales enmascaradas como estadounidenses modernos. Retribuirán la lucha no con aviones, misiles y tanques, sino con armas que pueden solventar […]. Algunos, especialmente en círculos de la seguridad nacional, se preguntan discretamente qué se debe hacer con la amenaza musulmana. Mi respuesta es absolutamente nada. No veo a los musulmanes como una amenaza diferente de los cristianos, los judíos, los budistas o cualquier otro grupo religioso. Los que conozco son tan agradables y decentes como cualquier otra persona. Una vez que uno busca una respuesta para el ‘tema musulmán’ se está buscando problemas del peor tipo, tal como hicieron los alemanes cuando trataron de responder a ‘la amenaza judía’. Desafortunadamente esta es la dirección en la que se está moviendo Estados Unidos. No dudo que, antes de que termine esta década, aquellos de nosotros que tenemos amigos musulmanes seremos observados como terroristas potenciales por la razón apuntada”.
Por mi parte, agrego que no debe asimilarse un criminal con una denominación religiosa, del mismo modo que no hubiera sido pertinente aludir al “terrorismo cristiano” en épocas de la Inquisición, ya que las hogueras eran encendidas por asesinos seriales disfrazados de religiosos. Muchos fundamentalistas desean aquella confusión, porque las llamaradas del fanatismo pseudoreligioso siempre aniquilan, amputan y matan en nombre de Dios, la bondad y la misericordia.
Espero que a raíz de estos breves comentarios sobre uno de los libros de Doug Casey, haya quienes se interesen en traducir al castellano y publicar el libro referido para beneficio de los lectores del mundo hispanoparlante. Se trata de un hombre íntegro que dice lo que piensa sin rodeos ni subterfugios y, por tanto, no teme a ser políticamente incorrecto.