Más sobre coyuntura y las ideas de fondo

Alberto Benegas Lynch (h)

Parece una perogrullada insistir en el hecho de que para que se entiendan los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de una sociedad de hombres libres es indispensable trasmitir con claridad esas fundamentaciones, con todo el rigor que resulte posible, ya que el receptor es en general hospitalario y sensible a la argumentación y no a las simples afirmaciones.

Es por ello que es indispensable contar con espacios para elaborar sobre ideas de fondo. Esa es la manera de correr el eje del debate al efecto de abrir plafones para que el político pueda articular discursos compatibles con la sociedad abierta, dado que no puede proponer políticas que la opinión pública no entiende ni acepta.

Ahora bien, si nos dedicamos sólo a la coyuntura, nunca salimos del pantano. Más aún, con este procedimiento, cada vez la coyuntura se hace más negra, precisamente porque nadie se dedicó a explicar las ideas de fondo y se dejan terrenos abiertos para que el espíritu totalitario avance con sus ideas colectivistas.

Es cierto que a la gente en general le resulta más atractivo y más fácil leer sobre la coyuntura que bucear en ideas de fondo, pero, como queda dicho, es necesario hacer que las raíces de la libertad se exhiban en todas sus facetas. Dedicarse exclusivamente a la coyuntura es poner el carro delante de los caballos, es ocuparse de los efectos sin prestar atención a las causas. Por ello es que con toda razón el marxista Antonio Gramsci ha reiterado: “Tomen la cultura y la educación y el resto se dará por añadidura”. La coyuntura es el resultado de las ideas de fondo que prevalecen para bien o para mal.

No hay conflicto ni incompatibilidad entre ideas e intereses que en no pocas ocasiones se suelen presentar en conflicto. Los intereses son también ideas, por lo que debe prestarse especial atención a este campo. En la mayor parte de las acciones y las propuestas no hay maldad, sino buena voluntad y las mejores intenciones. El tema estriba en la idea que se encuentra tras las conductas, es decir, cómo se conciben los nexos causales correspondientes, en otros términos, cuál es la teoría que fundamenta tal o cual política. “Nada hay más práctico que una buena teoría”, ha dicho con mucha razón Paul Painlavé.

Todo lo que ha creado el hombre se basa en una teoría. Si el resultado es bueno, quiere decir que la teoría es correcta; si es malo, significa que la teoría es equivocada. Esto va desde el método para sembrar y cosechar, la fabricación de una computadora hasta la plataforma de un partido político.

Ideas y teorías son conceptos que interpretan diversos sucesos. Como se ha apuntado tantas veces, no se trata para nada de “ideologías”, esa palabreja que en su acepción corriente significa propuestas cerradas e inexpugnables. Por el contrario, se trata de procesos abiertos, dado que el conocimiento tiene el carácter de la provisionalidad, sujeto a refutaciones y en un contexto siempre evolutivo.

Entonces, si la raíz del asunto estriba en las ideas, es allí donde debe concentrarse el trabajo: en debates abiertos y en el estudio desapasionado de diversas corrientes de pensamiento, ya que la cultura forma parte de un entramado de préstamos y donativos, de recibos y entregas múltiples que se alimentan entre sí y conforman una textura que no tiene término.

Sin embargo, se observa que la mayoría de quienes desean de buena fe terminar con la malaria, paradójicamente, se dedican a la coyuntura y a repetir lo que está en los diarios y que todo el mundo sabe. Los que comentan coyunturas son espectadores pasivos de la agenda que determinan otros, los que se preocupan y ocupan de las ideas de fondo marcan su propia agenda.

El relato de la coyuntura no escarba en el fondo del asunto, se limita a mostrar lo que ocurre, lo cual ni siquiera puede interpretarse si no se dispone de un adecuado esqueleto conceptual. Más bien, es pertinente subrayar que la buena coyuntura se dará por añadidura si se comprende y comparte la teoría que permite corregir lo que haya que corregir.

Por parte de los que se dicen partidarios de la sociedad abierta hay un gran descuido de las faenas educativas, muy especialmente en lo que hace a la gente joven en ámbitos universitarios, que constituye el microclima del que parirá el futuro. En cambio, se dirigen a quienes al momento tienen posiciones de poder, sin percatarse de la futilidad de la tarea. Se dice que no hay tiempo que perder y que el trabajo estudiantil es a muy largo plazo, lo cual se viene repitiendo desde tiempo inmemorial. Por otra parte, los espíritus totalitarios operan con notable éxito en colegios y casas de estudio universitarias desde siempre, con lo que han logrado un plafón intelectual de enormes proporciones que naturalmente empuja a la articulación de un discurso político en sintonía con esa tendencia.

Está bien ilustrar la idea algunas veces con la coyuntura como anclaje para algún ejemplo, pero sin perder de vista que es aquella la que marca el rumbo y nada se gana con inundar de series estadísticas si no se tiene clara la teoría que subyace. Es que son pocos los que se circunscriben a los datos de coyuntura que conocen los fundamentos de la propia filosofía que dicen suscribir. Esto se percibe ni bien surgen en el debate temas de fondo de la tradición liberal.

La dedicación a la enseñanza es tanto más necesaria cuanto que los socialismos de diversas tonalidades apuntan a sentimientos de superficie y evitan hurgar en razonamientos que permiten vislumbrar las ventajas de la libertad. En este mismo sentido, el premio Nobel en economía Friedrich Hayek nos advierte: “La economía es contraintuitiva” y el decimonónico Frédéric Bastiat insistía en que el buen analista hurga en “lo que se ve y lo que no se ve”, lo cual demanda esfuerzos adicionales.

Como la energía es limitada y los recursos disponibles también lo son, conviene establecer prioridades para enfrentar los crecientes desmanes de los Gobiernos, supuestos defensores de las autonomías individuales. Correr tras las coyunturas es equivocar las prioridades, se requiere, como el pan de cada día, prestar debida atención al debate de ideas, ya que son estas precisamente las que generan tal o cual coyuntura.

Debe subrayarse que en el plano político se requiere el consenso y la negociación entre posturas diferentes al efecto de permitir la convivencia, pero lo que destacamos en esta nota es la imperiosa necesidad de esforzarse en incentivar debates de ideas en la esperanza de que la comprensión de los beneficios de la libertad se hagan más patentes, para lo que el enfrascarse en mediciones y estadísticas no contribuye al objetivo de marras.

Es clave comprender y compartir el esqueleto conceptual de la sociedad abierta, puesto que las estadísticas favorables son el resultado. Por el contrario, si se tratara de demostrar las ventajas de la libertad a puro rigor de estadísticas, ya hace mucho tiempo que se habría probado la superioridad del liberalismo. El asunto es que, en definitiva, con cifras no se prueba nada, las pruebas anteceden a las series estadísticas, el razonamiento adecuado es precisamente la base para interpretar correctamente las estadísticas. Es por eso que resulta tan esencial la educación y no perder el tiempo y consumir glándulas salivares y tinta con números que, desprovistos del esquema conceptual adecuado, son meras cifras arrojadas al vacío.

El oxígeno vital es la libertad. Si los debates se centran exclusivamente en las cifras, se está desviando la atención del verdadero eje y del aspecto medular de las relaciones sociales. Como bien ha escrito Wilhelm Röpke en Más allá de la oferta y la demanda: “La diferencia entre una sociedad abierta y una sociedad autoritaria no estriba en que en la primera haya más hamburguesas y refrigeradoras. Se trata de sistemas ético-institucionales opuestos. Si se pierde la brújula en el campo de la ética, además, entre otras muchas cosas, nos quedaremos sin hamburguesas y sin refrigeradoras”.

En otras palabras, correr tras la coyuntura es un certamen destinado al completo fracaso, puesto que los números serán cada vez peores, debido, precisamente, a que no se han comprendido las ideas que posibilitan la corrección de datos que constituyen la expresión de lo que ocurre. Comprendo que en la desesperación —porque la barranca abajo puede ser muy empinada— haya quienes se empeñan en batallar con cifras con la pretensión de que se entienda el desastre, pero, como queda dicho, es equivalente a correr tras la sombra de uno mismo con el sol a las espaldas que nunca se alcanza, hasta que en nuestro caso se decida “tomar el toro por las astas” y encarar el problema de fondo, aclarar las ideas que subyacen en los datos de coyuntura.

Sin duda que los diarios y sus equivalentes se alimentan de noticias, es decir, de coyuntura, puesto que de eso se trata y las columnas de opinión en gran medida se focalizan en torno a ese material, lo cual no excluye que una proporción de esas columnas inviten a los lectores al ejercicio de pensar y abrir cauce con ideas de fondo al efecto de asegurar un futuro más despejado rumbo a la sociedad libre, lo cual tiene lugar en los medios de mayor peso, ya que son conscientes de que no puede comenzarse por el final.