Por: Alberto Fernández
Llegó el día. Mauricio Macri asumió la Presidencia de la Nación.
Cristina ha concluido su mandato presidencial. Se despidió del cargo con un impresionante acto en la Plaza de Mayo en el que reafirmó el mismo ideario que sustentó en su gobierno.
Con esa lógica que signó sus días de Presidenta, Cristina alcanzó otro de sus objetivos: logró que “la abanderada del movimiento nacional y popular” no entregase los atributos del mando al “representante de la antipatria”. No le importó el veredicto de las urnas ni el daño institucional que con ello generaba. Solo quiso simbolizar que su fuerza no se rendía ante quienes, a su juicio, representan los peores intereses.
Cristina ha hecho todo esto para dejar un mensaje claro a la sociedad argentina: ella será la oposición. Se opondrá al “neoliberalismo” y al “prepotente” que la maltrata por teléfono. Gran parte de su séquito ha interpretado el mensaje y por eso muchos no acompañaron la jura de Macri en el Congreso.
Concibiendo la política como una eterna disputa, Cristina se prepara para confrontar con los intereses que supuestamente encarna el nuevo gobierno. Ella con los desposeídos, Macri con los poderosos. Ella con Latinoamérica, Macri con el Imperio. Ella con las víctimas, Macri con los genocidas. Su propósito es seguir ejerciendo la política maniquea que idealmente construye el “mundo de los buenos” y lo enfrenta al “mundo de los malos”.
Así es la hora cero de esta nueva presidencia. Mauricio Macri sabe que debe evitar que esa lógica se consolide. Lo ha advertido en su discurso inicial y ha convocado a implementar “la lógica del acuerdo” que pueda doblegar aquella “política maniquea”.
El suyo es un gobierno que se ha construido con los propios. Es legítimo. Muestra con claridad el rumbo que quiere darle a la gestión y no hay razón alguna para reclamarle que incluya a quienes representan otras ideas o propuestas. Además, una buena democracia necesita también de buenas oposiciones. Pero con todo eso, deberá tener la inteligencia que le permita comprometer mayorías en la tarea que afronta.
La perpetuación de las “dos Argentinas” que hoy se expresan en nuestra sociedad es un obstáculo que deberá sortear. Si no lo hace, corre el riesgo de quedar parado en el peor de los lugares del escenario público. Para conseguirlo, su gobierno deberá tener una habilidad que en estos días previos no ha demostrado. Las imprudentes declaraciones que en materia económica generaron malas expectativas y acabaron acelerando los precios son prueba de lo dicho. La acción judicial que promovió y que le dio a Cristina la excusa perfecta para eludir la transmisión del mando es otra evidencia de esa falta de habilidad.
Romper la lógica de las Argentinas confrontadas es el mayor desafío que debe superar el ahora Presidente. Por eso su llamado a convivir en la diversidad ha sido muy oportuno.
Pero será el acierto que conlleven las políticas que implemente, el que permitirá generar más confianza entre la gente y condicionará en mucho a sus opositores. Solo así podrá construir una base social suficientemente fuerte como para sustentar la acción de un gobierno que carece de mayorías propias en ambas cámaras del parlamento.
Con sus primeras palabras, Macri parece querer ponerse al frente de la demanda social colocando el eje de su gobierno en el combate a la pobreza, a la inseguridad y a la corrupción. Esos, sumados la reconstrucción de una justicia que ha perdido el crédito social, son los problemas que atormentan hoy a la mayor parte de los argentinos y es oportuno que sea quien comanda el gobierno el que se aboque a solucionarlos.
Si Macri logra encabezar la demanda ciudadana, será cierta la posibilidad de ver facilitada su tarea. Una labor que no será sencilla si las heridas que existen no cicatrizan. Y está claro que algunos quieren que sigan sangrando.