Por: Alberto Valdez
No cabe ninguna duda de que la presidenta Cristina Fernández ha recuperado el protagonismo y se para nuevamente en el centro del ring como si no hubiese sido derrotada en las elecciones legislativas. No es una novedad que la administración K ha demostrado siempre una gran capacidad de recuperación frente a coyunturas complicadas, siempre favorecida por el amateurismo y la falta de sentido estratégico de los principales referentes opositores que ganaron el 27 de octubre.
El 5 de agosto, antes de las PASO y las legislativas del mes pasado, anticipamos desde esta columna que “quizás el escenario más probable que puede empezar a conformarse tenga que ver más con el fin de ciclo por falta de poder político. Incluso, hasta se habla de un resultado electoral que golpee a CFK pero que a su vez no surja ninguna alternativa competitiva”. Estamos frente a ese escenario: un gobierno debilitado como para encarar epopeyas populistas cuya principal fortaleza radica en la atomización de los sectores opositores.
En estas condiciones CFK decidió darle un refresh al gabinete, movida que parece aún no haber terminado ya que se habla de más cambios (Cancillería, Industria), como para relanzar a su gobierno y liderar la transición hacia 2015. Volvió renovada y con su poder intacto. No es poca cosa para una presidenta que lleva 6 años en la Casa Rosada y su fuerza política fue derrotada tanto en agosto como en octubre. Pero los desafíos económicos y fiscales son de tal magnitud que no alcanza con esas respuestas.
El principal inconveniente que enfrenta el cristinismo pasa por la incertidumbre que se agudiza diariamente de la mano del drenaje de dólares que se van del Banco Central. La desconfianza no está instalada exclusivamente en el mundo empresario y financiero, también se percibe descreimiento en amplios sectores de las capas medias y bajas por la creciente pérdida de poder adquisitivo y las perspectivas del ajuste en cuotas que se viene en las próximas semanas.
El diagnóstico es simple: el desborde del gasto público se devoró el superávit fiscal, la emisión monetaria acelera las expectativas inflacionarias y encima se acabaron los dólares para comprar energía y enfrentar compromisos externos. Lo complicado es revertir este círculo vicioso y reiterado en la historia contemporánea. Economistas ortodoxos y heterodoxos coinciden en que sólo se sale recuperando la confianza del público y para ello, a estar altura, resultaría indispensable que Cristina implementara un fuerte viraje a su gobierno de 180 grados.
Para volver a gozar de credibilidad el kirchnerismo tendría que desarticular el relato y lanzar una “perestroika” que cambie de cuajo la base del modelo. Un escenario que no está disponible en el ánimo de la jefa de Estado y de sus seguidores más radicalizados. Ese giro sería un reconocimiento explícito de los errores de gestión y una derrota cultural e ideológica. Pero ha quedado demostrado que para que la gente vuelva a vender sus dólares (señal de confianza en el peso) ya no alcanza ni con la impactante renuncia de Guillermo Moreno.
La percepción de la sociedad es que el cocktail del pragmatismo de Jorge Capitanich y el dogmatismo de Axel Kicillof es para no cambiar nada. Ratificar el rumbo con otras formas y hacer control de daños. Claro que durante un tiempo el jefe de Gabinete intentará con su envolvente prédica presentar una administración más moderada y muchos se dejan seducir como lo hicieron con el utópico giro pro mercado que predicaban Amado Boudou y Hernán Lorenzino.
En inglés se llama “wishfull thinking” (expresión de deseos), el método más efectivo para tener esperanzas a pesar de Kicillof. La figura del flamante ministro de Economía representa la “línea Maginot” del “modelo productivo con inclusión y ascenso social”. Su ascenso como ministro, sin Moreno, controlando el equipo económico, el BCRA, el Banco Nación y la Cancillería lo han transformado en el garante del purismo ideológico en términos de política económica.
Pero Kicillof tiene el aval de Máximo, Wado De Pedro y el Cuervo Larroque y La Cámpora es Cristina. Ese el núcleo duro que se juramenta no dar “ni un paso atrás” y que no acepta el diagnóstico de que los actuales problemas fiscales y económicos son consecuencia del modelo. No hay errores sólo conspiraciones que ponen palos en la rueda. Frente a cada problema hay un enemigo para echarle la culpa. Pero mientras tanto se van 1000 millones de dólares por semana y se viene un ajuste que disparará más la inflación. Más allá de la labia de Capitanich, así nadie va a largar un dólar.