Por: Alberto Valdez
“Acá hay que barajar y dar de vuelta”, dice un veterano gobernador del PJ luego de haber analizado telefónicamente con sus colegas el cierre de listas que definió con su lapicera la presidenta Cristina Fernández. Evidentemente, la designación de Carlos Zannini como compañero de fórmula de Daniel Scioli no fue recibida con entusiasmo por el establishment peronista. Algo similar provocó entre gobernadores y barones del GBA la camporización de las listas de legisladores nacionales que anticipan un fuerte desembarco de “soldados de la Presidenta” en el Congreso a partir del 10 de diciembre.
Si bien todo esto era previsible y esperado por el pejotismo, quizás nunca imaginaron tanta contundencia en las decisiones de la jefa de Estado. No es una novedad que la dirigencia peronista nunca termina de comprender hasta donde está dispuesta a avanzar Cristina. Pero la dinámica es la de siempre: se enojan mucho, hacen catarsis entre ellos y luego van a la Casa Rosada a aplaudir a la Presidenta. Sin embargo, esta vez perciben que el desembarco de Zannini es un cambio de escenario que, en primera instancia no les gusta y puede provocar efectos electorales.
Más allá de los pruritos del establishment peronista sobre la figura del compañero de fórmula de Scioli, todo parece indicar que el flamante tablero electoral abre interrogantes y ya ha provocado debates en el mundo político, empresario y periodístico. Evidentemente el cuadro de situación ha variado por los gestos enviados por CFK a la hora de definir la alineación que pondrá en la cancha el domingo 9 de agosto. Con pragmatismo, no dudó en bendecir al candidato presidencial que más mide en su espacio político y para neutralizar su imagen de “moderado” lo rodeó de kirchnerismo duro, sobre todo con el peso específico de Zannini y su influencia en la gestión diaria desde hace 12 años.
El primer impacto se percibió claramente entre empresarios y financistas: pesimismo porque percibieron que, si gana Scioli, habrá mucha más continuidad que cambio, sobre todo en la política económica y monetaria. La preocupación se instaló incluso entre aquellos hombres de negocios que simpatizan con el gobernador de Buenos Aires y que han acompañado las políticas K más por necesidad que por convicción. Cambiaron abruptamente las expectativas.
El pesimismo está basado en la sensación exagerada de un triunfo irreversible de un Scioli limitado y condicionado por el entorno de CFK. Creían que hasta el candidato del FPV garantizaba fin de ciclo y las exageradas expectativas de “la lluvia de dólares” porque se iba Cristina. Ahora chocaron con una realidad que no les agrada y aumenta el temor y la incertidumbre a un eventual gobierno que no tendría la misma respuesta o muy parecida a los problemas que tanto preocupan: holdouts, inflación, falta de dólares y desborde fiscal.
El experimento de la camporización de Scioli también ha impactado en la dirigencia política opositora. La mayoría ha tenido sensaciones ambiguas. En primer lugar, comprendieron que la jefa de Estado quiere ganar las elecciones y que ha puesto toda la carne en el asador. Pero a su vez creen que se les presenta una oportunidad, sobre todo a Mauricio Macri, para atraer al voto moderado frente a un oficialismo que no disimula que otra vez “va por todo”. El rol electoral de Zannini cohesiona al kichnerismo pero puede ser un pasivo entre la clase media de centros urbanos, sectores que suelen definir las elecciones presidenciales.
Hasta ahora son todas especulaciones. Todavía no hay números frescos a nivel nacional que permitan medir si hubo algún impacto o no en la sociedad. Y, para peor, los políticos ya desconfían de la mayoría de los encuestadores que se vienen incendiando y dilapidando su reputación con gruesos errores en los últimos comicios. El vice de Scioli es una figura de bajísimo perfil pero en muy pocas semanas va a ser muy conocido. Por eso la pelea va a tener mucho con la comunicación de unos y otros. Obviamente, los opositores intentarán “demonizar” su figura como el “monje negro” que va a manejar un eventual gobierno de Scioli.
El nuevo escenario supone una campaña protagonizada más por Cristina y Zannini que por Scioli, más allá de la voluntad de los protagonistas. El mensaje de la Casa Rosada parece ser “continuidad sin cambios” que no es lo que prometió en su momento Dilma en Brasil o Pepe Mujica en Uruguay. Por lo menos, había matices. Macri y sus aliados de “Cambiemos” encajan mucho mejor frente a la apuesta K: una polarización sin mucho lugar para “la ancha avenida del medio”. Pero la moneda está en el aire y aún nadie sabe cómo termina este proceso electoral.