Por: Aldo Abram
Hace tiempo conocí a Rafael, un indigente que no siempre había vivido en esa situación de pobreza extrema. Antes era un comerciante de buen pasar, que estaba casado con una mujer a la que amaba mucho. Por esas cosas de la vida, su esposa decidió que el matrimonio no funcionaba y se divorciaron. Fue un duro golpe anímico para Rafael, que seguía amándola. Al poco tiempo, el país entró en una de sus periódicas crisis y lo agarró con las defensas bajas.
Lamentablemente, terminó perdiendo todo y eso le quitó las últimas ganas de luchar por reconstruir su vida, por lo que terminó viviendo en la calle y de la caridad. Se estableció en una plaza y pronto advirtió que podía hacer algunos manguitos cuidando los autos de quienes estacionaban allí para ir al centro, donde hacían trámites y compras. Rafael, como buena persona que era, se fue ganando a sus “clientes”, de los que recibía unas monedas (a voluntad), ya que les daba tranquilidad dejar su vehículo seguro.
Un cliente habitual era un hombre muy mayor, sin familia, con quien solía compartir conversación y así trabaron una buena relación. Este señor no sólo le daba una buena propina por cuidarle el auto, sino que a menudo lo invitaba a comer algo, para así poder charlar tranquilos. Un día dejó de venir a visitar a su amigo el “cuidautos”, que extrañaba sus charlas. Al tiempo, llegó un abogado que le avisó que había muerto y que él había heredado sus bienes. Un lindo auto, un departamento muy bien puesto y una galería en la que se alquilaban los locales.
Rafael dejó la plaza y el cuidado de vehículos. Se instaló en su nuevo hogar y empezó a gozar de una nueva vida. Los alquileres eran buenos y le permitían mantener un alto estándar de gastos. Además, no le faltaba generosidad y ayudaba a muchos de sus viejos amigos de infortunio. El problema es que el dinero no alcazaba para tanto y, además, para hacerle un adecuado mantenimiento a la galería que con el tiempo empezó a decaer. La situación se volvió tan grave que el contador aconsejó venderla a alguien que pudiera invertir lo necesario para ponerla nuevamente en valor. Así se hizo y Rafael siguió con su alto nivel de gasto hasta que un día se encontró que no le quedaba nada y que, incluso, había tenido que vender el auto e hipotecar el departamento. En definitiva, Rafael tuvo que volver a la plaza y a la vida que había abandonado unos años antes.
Esta historia nos puede servir de base para entender lo que, muchas veces, le sucede a algunas economías.
Cuando algunos países tienen la suerte de que el escenario mundial les sonría y los bendiga con favorables precios para sus productos exportables, los gobiernos suelen gastarse toda la plata en redistribuir riqueza sin prever cómo mantener su futura generación. Es lo que le sucedió a Venezuela que, en 10 años, tuvo una suba de más de 10 veces del valor del crudo y una entrada de varios cientos de miles de millones de dólares extras de ingreso que se gastó en una “gesta populista”. Así el chavismo llevó a la economía al estado de postración actual, asomándose al precipicio de una enorme crisis.
También, es la historia de la década “ganada” del kirchnerismo o, mejor dicho, desperdiciada. Comparada con el peor escenario inmediato anterior, la dura crisis de 2001-2002, es lógico que la situación haya mejorado muchísimo. Los índices de desempleo y de pobreza bajaron fuertemente. Muchos sectores de bajos ingresos se vieron beneficiados por generosos planes sociales y otros, no tan pobres, con enormes subsidios al consumo de servicios públicos e, incluso, bienes privados, como los combustibles y algunos alimentos. En general, hemos tenido niveles de consumo muy superiores a los que acostumbrábamos y nunca nos preguntamos si eran sostenibles o si dejábamos facturas por pagar.
El gasto de los distintos niveles del Estado se duplicó en términos del PBI y la cantidad de sus empleados creció más de 40%; a pesar de lo cual la calidad de las funciones que desarrollan no ha mejorado. Obviamente, esto implicó la necesidad de aumentar fuertemente la presión tributaria sobre el sector productivo, particularmente aquellos más eficientes que, con semejante mochila, se les volvió cada vez más difícil competir en la carrera del comercio internacional.
Por lo que no extraña que, a pesar de haber aumentado las exportaciones en más de 220%, Argentina haya sido el país de América del Sur que menos las incrementó durante los últimos 10 años.
También, se desincentivó la inversión en los sectores más productivos y, muchas veces, el intervencionismo estatal dio señales de asignación equivocada del capital, lo que ha hecho que la ganancia en eficiencia rondara la mitad de la lograda en la década anterior. Por otro lado, la falta de seguridad jurídica y funcionarios que se extralimitan en el ejercicio de sus funciones ahuyentaron a los inversores locales y extranjeros. Hoy los niveles de llegada de capitales productivos del exterior (IED) a la Argentina, medidos per cápita, son sólo superiores a los de Ecuador, Paraguay y Venezuela.
Los sectores productivos que fueron obligados a financiar al Estado o a subsidiar los consumos han quedado en una situación de extrema fragilidad. Fuerte caída del rodeo de ganado vacuno, las menores cosechas de trigo de los últimos cien años, producción y reservas de petróleo y gas que decrecen, servicios públicos que no cuentan con el mínimo de mantenimiento necesario, con los riesgos y la pésima calidad de prestación que eso significa. Va a llevar años de inversiones lograr recuperar a estos sectores.
Así llegamos a la actual situación, en la que para sostener niveles excesivos de gasto público se ha exprimido al Banco Central llevándolo a cobrarnos elevados impuestos inflacionarios. En tanto, la apropiación de las reservas terminó de debilitar su solvencia y su capacidad moderadora del mercado cambiario; lo que derivó en el cepo. Lamentablemente, los controles de cambio han demostrado ser desastrosos, no sólo en Venezuela, sino en la Argentina. En los últimos 70 años, tuvimos más de 20 planes con este engendro y todos terminaron mal. Empiezan a llegar las “cuentas” de un auge artificial populista y, ahora, nos encontramos que no hemos aprovechado la bonanza internacional para hacer las inversiones necesarias para generar riqueza y, encima, debemos afrontar las facturas que dejamos por pagar. Conclusión, más allá de algunos “parches” coyunturales como blanqueos o desdoblamientos cambiarios, que pretenderán extender la “fiesta” y evitar pagar los costos de tantos desmanejos, la realidad terminará imponiéndose al relato. En definitiva, nos encontraremos como empezamos esta historia, con mucha buena gente que vuelve a la pobreza.