¡Off with her head! (Córtenle la cabeza), gritaba la Reina Roja desesperada y altanera, ante la incredulidad de la inocente Alicia, que había caído por el agujero negro interminable siguiendo a un neurótico conejo blanco dominado, a su vez por un gran reloj. Son reminiscencias del mundo del absurdo creado por Lewis Caroll. Un mundo donde el tiempo transcurre de manera distinta del resto, en el que en alguna parte es la hora del té interminable con tazas y platos rotos. Mundo donde prima la cruel lógica de la sinrazón, del nonsense, ejemplificada en un proceso judicial en el que Alice es llamada a testificar sin abogados defensores, sin expediente, sino sólo vagas acusaciones de las que nadie sabe nada. Un mundo donde todo es posible, pero no en el sentido de que trata la literatura de autoayuda, sino que en el que todo es disparatadamente posible y por lo mismo inquieta y amenaza.
Es el reino del caos, en el que su reina grita la hora de la venganza contra el orden lógico de los otros mundos. Ella es la monarca absolutista que sin freno alguno delira al formular la sentencia de decapitar a su antojo, a la vista de asustadizos súbditos que llegan a transformarse a sí mismos, deformando lo que realmente son, para no ofender a la Reina de la enorme cabeza, porque viven permanentemente con el miedo a perder la suya.
Todas estas escenas de la obra de Caroll, llevadas magistralmente al cine por Tim Burton, son simbólicas, cada personaje remite a algún arquetipo, algún deseo, algún miedo, alguna realidad hospedada en el oscuro inconsciente, todo está allí por alguna razón, aún lo más morbosamente extraño, y ello fascina a los chicos generación tras generación desde que aparecieran “Alicia en el país de las Maravillas” y “Alicia a través del espejo”, porque saben leer los códigos de lo ilógico porque, para ellos, todo es posible.
De la misma forma el grupo terrorista ISIS, devenido en Estado Islámico, presenta al mundo su sangrienta obra del Teatro del Absurdo, en el que, al igual que en el de Alicia, cada elemento forma parte de su mise en scène por algún motivo. Los periodistas degollados vestían traje naranja, que no por coincidencia es el uniforme carcelario de los presos islámicos de Guantánamo, lo que conforma un triple mensaje: a EE.UU., de que están tomando vendetta; al mundo musulmán, de que ISIS los representa; y a la juventud islámica que habita al interior de las otrota seguras ciudades de Occidente, para comunicarle que otro mundo, el de la radical interpretación wahhabista del mensaje del profeta, es posible.
Y, peor aún, que pueden ser actores y actrices de la próxima obra en el que tienen asegurado desde ya su ticket para el Paraíso con 72 vírgenes y manjares ofrecidos por su martirio. Otra acepción, tampoco casual, de shahada, uno de los 5 pilares básicos del islam. Cada elemento de las decapitaciones está allí por alguna razón, el escenario del desierto de fondo, el contraste con el negro y la filosa espada del verdugo de acento inglés.
Cabe destacar que cada palabra del cortador de cabezas tiene un sentido. Tienen como intención no solo culpabilizar a EE.UU. por intentar estropear su sangrienta obra, sino que vienen a dar continuidad y consistencia doctrinaria a la decapitación como parte de la sharia (o ley islámica), y a la tradición. Existen a lo menos dos suras o capítulos del Corán que contienen un aya o versículo que ordena decapitar. La 8 y la 47. Cada sura lleva además de un número un nombre, que es como se la conoce. No resulta casual por tanto que la sura 8, conocida como Al Alfal o Sura del Botín señale: “Cuando vuestro Señor inspiró a los ángeles: Yo estoy con vosotros. ¡Confirmad, pues, a los que creen! Infundiré el terror en los corazones de quienes no crean. ¡Cortadles el cuello, pegadles en todos los dedos!”. Los “infieles” son su botín, cada niña yazidí, cristiana, o de otra o sin fe, violada y vendida como esclava forma parte de su botín, por eso actúan y decapitan a su arbitrio, así lo ordena el Corán. Están en su ley.
Luego la sura 47, conocida también como Sura Muhammad o Sura del Profeta dice: “Cuando te encuentres a los infieles en el campo de batalla, arráncales la cabeza hasta que los hayas aplastado por completo; luego ata fuertemente a los prisioneros”.
Obedeciendo, el mismo profeta ordenó decapitar al millar de miembros de la tribu judía de los Banu Qurayza, después de que ésta se rindiese ante las huestes islámicas tras un asedio de 25 días. No hay piedad entre los seguidores del “Clemente y Misericordioso” Allah.
Pero no sólo en la sharia y en la práctica de la conquista está la decapitación, sino en el día a día, y hasta en los cuentos. Arabia Saudita, el gran financista de ISIS durante años, decapita con espada hasta por “delitos” de brujería o apostasía del islam. Y en Las Mil y Una Noches, Sherehezada decide casarse con el Sultán para salvar a sus pares, después de que este asesinase a tres mil vírgenes, las desposaba en la noche y las decapitaba en la mañana.
El mismo nombre “Estado islámico de Irak y del Levante” no por casualidad es ISIS en ingles, como la Gran Diosa Madre egipcia, fuerza fecundadora, que concede la fertilidad. En Egipto se creía que la cabeza o TEP era la esencia misma de lo que cada uno es, de allí que decapitar a alguien fuese el peor de los castigos. Era cortar lo que nos hace humanos.
Todos esos mensajes transmite el terrorista hijo o nieto de inmigrantes musulmanes en Inglaterra, uno más de los millones que hoy pueblan los suburbios de cualquier ciudad de Europa y EE.UU. y que nos viene a decir también que el próximo verdugo decapitador podría ser cualquiera. Están adoctrinados y mimetizados entre nosotros mismos.
Nada es casual en el mundo de la sinrazón que ha creado ISIS. Esta semana fue el turno del periodista norteamericano y judío Stephen Sotloff, desafiando así a Israel, mostrando, otra vez, el horror de un mundo ajeno a la lógica del Derecho, un absurdo mundo carente de razón, pero que, sin embargo, atrae a centenares de musulmanes al Califato del siglo XXI que quieren formar parte del Ejército de belicosos y enloquecidos súbditos al servicio de la reina ISIS, que sigue gritando, como en una pesadilla sin fin: “¡Córtenle la cabeza!”.