Por: Alejandro Radonjic
En la Argentina, y en el mundo, existe una correlación positiva entre la economía y el éxito electoral de los gobiernos. Una economía pujante tracciona votos a favor del oficialismo y una anémica, a favor de las opciones opositoras. Dada la inminencia de las elecciones legislativas de medio término, vale preguntarse cómo está la economía argentina y, sobre esa base, elaborar algunas conjeturas sobre los efectos electorales que tendrá.
Los números indican que la economía está navegando entre el estancamiento y el crecimiento bajo hace más de un año y medio. Las tasas de variación del PIB siguen siendo asiáticas, pero ahora son japonesas y no chinas. La desaceleración estuvo acompañada por una tendencia similar en la creación de empleo, en el pulso del consumo privado y en otras variables, tanto objetivas como subjetivas, que típicamente se mueven al son del ciclo económico. La capacidad del modelo de “derramar” se ha debilitado claramente. Alterando levemente a Karl Marx, podríamos decir que el modelo está padeciendo la tendencia decreciente en la tasa de producción de logros. La economía ha perdido el sesgo nítidamente pro-oficialista que tuvo en 2011.
Pero si bien las frías cifras parecen zanjar la cuestión, la cuestión es mucho más compleja y subjetiva. El pasado y el futuro también influencian el voto, no sólo el presente. Y parte de esa complejidad se percibe en los “relatos”, término puesto en boga por la oposición para criticar la narrativa, según ellos fantasiosa y parcial, que hace el oficialismo sobre el acaecer económico nacional. Pero no sólo está el relato oficial; está también (y cada vez más notoriamente) el relato opositor, aunque haya más de una opción electoral de ese lado del campo de juego.
Los ejes rectores de ambos relatos son el nivel, por el lado del kirchnerismo, y el del ritmo, por el lado opositor. Produndizemos un poco más: decíamos que la economía está estancada y que probablemente siga en ese estado en el futuro cercano. Si bien se espera un mayor crecimiento en 2013 comparado al de 2012, seguirá estando muy lejos de las tasas chinas. Por segundo año consecutivo, el kirchnerismo enfrentará una economía estancada o de crecimiento bajo (luego de la recesión de 2009 vino la fuerte recuperación de 2010). La economía perdió el “ritmo” que la caracterizaba. El Gobierno ya no puede exhibir las tasas chinas que deslegitimaban de raíz el relato opositor. Ahora, el relato opositor tiene más receptividad y oídos en la sociedad; de alguna manera, es como si la realidad les terminó dando la razón (o una parte) a sus anteriores críticas al esquema económico. Hay más lugar para una narrativa alternativa.
Este renovado relato opositor, que ya se viene desplegando y que lo seguirá haciendo en los próximos meses (y probablemente hasta 2015), busca instalar la pérdida del ritmo como una consecuencia de las erradas políticas oficiales, que habrían llevado a la economía a una especie de callejón sin salida. Medidas como el control de cambios, el desmantelamiento selectivo de subsidios, la creciente presión impositiva sobre los salarios medios, la búsqueda insaciable de nuevas “cajas” o el congelamiento de precios son presentadas como “parches”, cortoplacistas y maneras de contener (pero no solucionar) los crecientes desequilibrios. Los asiste, desde ya, el ritmo: la economía pasó de crecer 8-9% en 2010 y 2011, a 1-3% en 2012-2013. También los asiste la realidad regional: son más los países de la región los que han mantenido sus tasas de crecimiento que los que lo han extraviado (además de la Argentina, Brasil figura en este lote). Eso, dicen, demuestra que el kirchnerismo ha conducido al país a una ruta atípica y distinta a la que recorren los países que, como nosotros, son latinoamericanos pero “exitosos”. Los problemas en la provisión de los servicios públicos (entre los cuales la tragedia de Once es el caso más desgraciado, pero en el que también figuran los cortes de luz) son presentados como ejemplos de que, pese al crecimiento económico, los avances en este terreno han sido módicos.
De la vereda de enfrente está el relato oficial, ahora carente de los vistosos resultados de antaño. En el último tiempo, la Presidenta ha expurgado a las otrora obligatorias referencias al Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE). Es que el kirchnerismo no es más el discurso del ritmo; es el del nivel. ¿Qué es el nivel? El lugar que hemos llegado con el actual modelo. Porque, si bien es cierto que la economía se estancó, lo ha hecho, como dice Nicolás Dujovne, “en la parte más alta de ciclo”. Digámoslo de manera esquemática: no se crean nuevos empleos, pero la tasa de desempleo es baja y está estable (actualmente, de 6,9%), y las fábricas no se agrandan ni se crean nuevas, pero están operando muy cerca de su potencial. Según Miguel Bein, es ahí donde pretendía llegar el Gobierno: “El modelo llegó adonde quería que llegaran: a la plena utilización de los factores productivos”. Por eso, lo meritorio, según este relato, ya no es el ritmo de avance actual, sino el nivel. El discurso viró de la exhibición de logros y conquistas periódicas hacia uno más conservador: “Aun en esta crisis fenomenal del mundo, estamos logrando mantenernos a flote”. Rescata lo que hemos conseguido, cómo lo hemos mantenido y ubica a la oposición como un regreso al pasado. Cristina busca presentarse como la mejor guardiana del “nivel” o, como diría Aníbal Fernández, “de los garbanzos de los argentinos”. Así cerró la Presidenta su discurso reciente ante la Asamblea Legislativa: “En estos siete años hemos subido muchos peldaños. Yo creo que hemos salido del infierno. Y quiero decirles que en nombre de él, de los que ya no están, de todos ustedes y de los 40 millones de argentinos, me voy a jugar la vida en no volver a descender en esa escalera al infierno de todos los argentinos, porque nos merecemos vivir en una patria mejor, en un país mejor. Él luchó y se fue por eso. Y todos debemos, los 40 millones de argentinos, hacer un inmenso esfuerzo por no volver nunca más a ese lugar horrible del que él nos sacó”.
Desde ya, la gente no forma su opinión “económica” sólo mediante los relatos: la forma en la calle, en diálogo con sus pares, en su lugar de trabajo, mediante los medios y en sus propias experiencias. Los relatos también juegan un rol en modelar las percepciones, y por eso son un terreno de disputa constante. ¿Qué marco comparativo elegirá el gran público para catalogar la economía? ¿La comparará con el 2001-2002 o con las complicadas economías de la periferia europea, como sugiere el Gobierno? O, como insinúa la oposición, ¿con los “años dorados” del modelo o los países “exitosos” de la región? ¿Primará la valorización del nivel y de lo que hemos conseguido o, en cambio, se privilegiarán el ritmo y las oportunidades perdidas que aún hoy ofrece el benévolo contexto internacional? La discusión no está zanjada y habrá que esperar hasta octubre, o hasta 2015, para saber cuál de los dos relatos cala más en la sociedad. La batalla de relatos ya está entre nosotros.