La Convención Nacional de la UCR que se celebra hoy en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, tiene una relevancia impensada en otros tiempos. Convivirán en ella posturas pragmáticas, tendencias ideologizantes y apuestas por la conveniencia personal. Hace tiempo que el presidente del radicalismo, Ernesto Sanz, dice a quien lo quiera escuchar que la única forma de ganar la elección de octubre y luego poder gobernar el país es aunando fuerzas con el Pro de Mauricio Macri y con la Coalición Cívica de Elisa Carrió. Entre quienes cuestionan esta visión se encuentran Ricardo Alfonsín, quien privilegia una postura ideológica que pretende ensalzarse en una parte del ideario radical apostando por una socialdemocracia restringida y tratando de fortalecer el muy deteriorado Frente Amplio-UNEN. El senador Gerardo Morales, quien apuesta por un acercamiento a Sergio Massa, pensando fundamentalmente en las elecciones de su pago chico. Y por último, cabalgando entre estas dos posturas, el diputado nacional Julio Cobos, que intenta dilucidar cuál de estas dos objeciones lo dejaría mejor parado en la interna del partido.
Pese a las acusaciones que han recaído sobre el presidente del radicalismo Ernesto Sanz, su estrategia tiene además argumentos contundentes. Ir en un espacio pequeño e ideologizado como lo es hoy el Frente Amplio UNEN les arrebataría toda chance de triunfo ante la inevitable polarización que se avecina entre aquellos que quieren un cambio y quienes apuestan por la continuidad del gobierno de Cristina Kirchner. Por otro lado, un entendimiento con Sergio Massa sería aún peor que un triunfo del Frente para la Victoria dado que, en caso de ganar las elecciones, el ex intendente de Tigre trabajaría fuertemente por la unificación bajo su mandato del Partido Justicialista y obligaría al radicalismo a tener que reconstruir casi de cero el centenario partido.
Los últimos sondeos hechos entre los dirigentes que votarán en esa convención dan cuenta de que la opción impulsada por Sanz va camino a imponerse, aunque no sin chances de generar algún desmembramiento entre las filas radicales. En caso de que finalmente se imponga el presidente del partido, esta nueva coalición va a tener que enfrentar inmediatamente la comparación con aquella Alianza entre la UCR y el Frepaso que dio por resultado el fallido gobierno de Fernando De La Rúa. La comparación -incorrecta más que injusta- olvida sustanciales diferencias entre ambas experiencias. En primer lugar, porque aquel gobierno se enfrentó con el final de un ciclo totalmente anunciado (la convertibilidad) y no se animó a afrontarlo teniendo que pagar por ello un costo aún más caro; en segundo lugar, porque tuvo que lidiar con un contexto internacional absolutamente adverso para la economía argentina; en tercer lugar, porque tuvo en la liga de gobernadores peronistas una fuerte decisión de hacerle pagar a la oposición -ahora gobierno- por todas las dificultades que el país arrastraba y que necesariamente debían encararse; en cuarto lugar, porque no hubo en la Alianza, o al menos en quien fue electo presidente, un convencimiento respecto a los cambios necesarios que el país requería para modificar un rumbo declinante y optó así por gobernar como una suerte de menemismo sin corrupción (estrategia que se le volvió en contra rápidamente ante las acusaciones de soborno en el Senado); y en quinto lugar, porque a menos que los votantes cambien rotundamente sus preferencias de aquí a octubre, el candidato del nuevo espacio va a ser un representante de una tercera fuerza que hasta ahora no ha tenido la oportunidad de gobernar la Argentina.
En concomitancia con la convención del radicalismo, una reunión, aparentemente irrelevante, se va a llevar adelante en el Sindicato del Vidrio. El ex presidente Eduardo Duhalde organiza allí un congreso peronista que, según sus palabras, busca poner en tránsito de normalización un partido copado actualmente por el Frente para la Victoria. El apoderado del justicialismo, Jorge Landau, sostiene que este congreso no tiene validez según la carta orgánica pero no estigmatiza a sus organizadores, con quienes tiene una excelente relación. Está claro que “el zabeca de Banfield” -como maliciosamente lo llamó Luis D`Elía- no es ya un actor relevante para los primeros planos de la política argentina pero es muy respetado y consultado por varios dirigentes del partido. Esta reunión está siendo atentamente observada tanto por el massismo como por el sciolismo, quienes tienen la poco disimulada intención de recuperar y unificar bajo su mando al Partido Justicialista.
Estar inmerso en las informaciones y operaciones cruzadas que toda campaña electoral lleva aparejada nos aleja de una mirada más amplia acerca del sistema de partidos en la Argentina. Por eso siempre es bueno observar cómo analizan esta situación algunos medios extranjeros. Esa lectura tal vez facilitaría el entendimiento entre fuerzas que, con mayor naturalidad, tenderían a converger en países con menores prejuicios. Para los medios que más se ocupan de estas latitudes, principalmente los españoles, las principales tendencias de la política argentina están encarnadas por un peronismo oficial, representado por Daniel Scioli, un peronismo crítico, personificado en Sergio Massa, y una tercera fuerza materializada en el Pro de Mauricio Macri. Bajo esta clasificación quedan tres -y sólo tres- candidatos con posibilidades de triunfar en las próximas elecciones y dos de ellos están situados en el peronismo. Siguiendo este análisis, cualquier sector no peronista -en este caso el radicalismo- que tenga la voluntad de gobernar el país y así romper con la hegemonía del Partido Justicialista no tiene ninguna otra opción más que lograr una coalición federal con el partido comandado por el jefe de gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires.