Esta semana, en un ámbito privado, uno de los más estrechos colaboradores del gobernador Daniel Scioli comentó que la elección ya está ganada, “y en primera vuelta”, agregó. Según este colaborador y amigo del gobernador, el pacto con el kirchnerismo está consumado y bajo esa premisa el triunfo es un mero trámite. Hace mes y medio, él mismo reconocía que la cosa estaba difícil. Todavía no había señales claras acerca de cuál iba a ser la postura de la presidente frente a la candidatura de Scioli y hasta se dudaba de que le permitieran competir en el Frente para la Victoria.
Evidentemente las frecuentes apelaciones a la fe y la esperanza son contagiosas. También el tesón y la voluntad. No hay político más comprometido con su carrera presidencial que el ex motonauta y así lo transmite a su círculo íntimo. Hay políticos que saben que sería un punto culminante y final a su vocación por la cosa pública pero dejan abiertas otras puertas fuera de la política. Tal es el caso de Mauricio Macri, que ha dicho que le gustaría volver al ámbito privado, a sus otras pasiones, a estudiar. El caso de Scioli es diferente, da la sensación de que no hay futuro alguno para él si no es la presidencia.
Luego de un auspicioso y prometedor comienzo, el concepto y el discurso de la tolerancia fue perdiendo adherentes, sin embargo al gobernador bonaerense le va como anillo al dedo. La tolerancia -del latín tolerantia- es la cualidad de quien puede aguantar, soportar o aceptar. Así ha sido la vida política de Scioli, al menos en la última década y es una fuente de orgullo para él y los suyos. Frecuentemente denostado, vapuleado y ninguneado por dirigentes de diversa envergadura dentro de su propio partido, el gobernador nunca ha perdido su impronta conciliadora. Sin embargo, no fueron solamente sus compañeros de partido quienes lo han “cacheteado” sino que en muchas ocasiones fue la propia realidad. El flagelo de la inseguridad (insoportable en varias zonas de la provincia de Buenos Aires), los habituales conflictos docentes (que suelen demorar el inicio de clases), rutas y caminos en estado calamitoso, hospitales que obligan a muchos de los habitantes de la provincia a acercarse a la ciudad de Buenos Aires para lograr una atención algo más decente, inundaciones, etc., etc., etc. Los propios bonaerenses lo saben y por ello, para la mayoría de las encuestas, la imagen de Scioli político está muy por encima de la valoración de su gestión.
Volviendo sobre la confianza que exuda este colaborador sciolista, la pregunta sería ¿en qué consiste ese pacto con el kirchnerismo? ¿Hay un compromiso de no avanzar con las causas que aquejan a sus más altos funcionarios? ¿La Presidente habrá pedido solamente protección para ella y su familia o irá más allá, incluyendo a figuras con procesos en estado avanzado como el propio vicepresidente Amado Boudou? ¿Qué sucederá con los cientos de miles de empleados que, en planta transitoria o permanente, deja de lastre su administración?
La apuesta del gobernador es bien clara. Sabe que hay un porcentaje de la ciudadanía que se siente kirchnerista y que -si finalmente él se consagra ganador en la interna del Frente para la Victoria- no tendrán más remedio que apoyarlo. Sabe también, tiempista como es, que ese es el primer objetivo a conseguir, por lo que no resultaría para nada extraño que brinde peligrosas concesiones a la Presidente para lograrlo. Las encuestas también le marcan que la balanza se inclina más por el cambio que por la continuidad por lo que el segundo paso va a ser mostrarse como un moderado capaz de modificar aquellas cosas del kirchnerismo que producen mayor rechazo en la gente.
Analistas han repetido hasta el cansancio que en caso de llegar al poder un dirigente opositor va a tener que afrontar una serie de problemas que, cual bombas de tiempo, irán estallando. Lo que pocos han visto es que si hay un político que llegará a la presidencia con compromisos contraídos difíciles de compatibilizar, ese es Daniel Scioli. Exigido por aquellos que votaron en él una continuidad del kirchnerismo, y tironeado por aquellos a los que les ha prometido cambios; y esto tan solo desde el lado ciudadano. Desde la política, la situación es peor aún. Con listas de candidatos que seguramente tendrán la impronta de la Presidente, con dirigentes de La Cámpora metidos en todos los estamentos del Estado a los que se les ha prometido continuidad y sin poder contar con una bandera que aglutine fuertemente a los suyos (como fue para los comienzos del kirchnerismo la política de Derechos Humanos), la situación es complicada.
Retomando aquella frase del asesor de campaña de Bill Clinton, James Carville (the economy, stupid), que luego se utilizó para poner el foco en distintas cuestiones elementales a un gobierno, cabría preguntarle al gobernador: si no es su gestión, no son los cambios en política exterior, no es su política contra la inflación y la pobreza, no es su lucha contra la corrupción, no es el establecimiento de infraestructura básica, no es su política educativa ni la de seguridad y no son sus estándares en salud; ¿qué es Daniel lo que lo va a llevar usted a la presidencia de la Nación?