No siempre las tendencias de los gobiernos hegemónicos pueden revertirse a tiempo. Un ejemplo de ello es lo que sucede en Venezuela, donde Nicolás Maduro gobierna a punto de llevar a su país a un proceso de hiperinflación, con unos índices de inseguridad alarmantes, aislado internacionalmente, pero con un control de la maquinaria electoral, judicial y represiva que, más allá de que las encuestas muestran un hartazgo hacia su gobierno y una masiva inclinación hacia la oposición, existe el riesgo concreto de que el gobierno se desentienda del mandato popular y se abstenga de respetarlo.
En Argentina, y en beneficio de una necesaria alternancia en el poder, el Frente Cambiemos ha dado un gran primer paso para poner un límite al proyecto hegemónico familiar de Néstor y Cristina Kirchner y, por si fuera poco, logró quitarle al peronismo su histórico bastión bonaerense luego de 28 años. En una elección histórica y sorprendente, María Eugenia Vidal resultó electa gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Con ella se llevó numerosas intendencias de distritos claves destronando a algunos de los famosos barones del conurbano (Hugo Curto en el partido de 3 de Febrero es tan sólo un ejemplo) y también dos intendencias simbólicamente claves: Quilmes, distrito originario de Aníbal Fernández, donde el chef Martiniano Molina derrotó al Barba Gutiérrez, y también Morón, distrito de Martín Sabatella, donde Ramiro Tagliaferro (esposo de María Eugenia Vidal) derrotó al hermano del titular del AFSCA. Fue todo win-win, pero en este caso no para todas las partes.
Las próximas semanas -hasta que se realice el ballotage- van a ser las más difíciles de la carrera política de Daniel Scioli. Sabe internamente que, con esta escasa diferencia obtenida sobre Mauricio Macri y habiendo sido derrotado su candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, sus chances de ser el próximo presidente son escasas. Sabe también que la tormenta interna es imposible de controlar en todas sus variantes. Si hay algo que Cristina Kirchner disfruta hacer es echar culpas y él será su principal víctima. Serán vanos los intentos por hacerle entender que la derrota es también de ella; que el 60% de los argentinos quiere un cambio y que el techo del candidato estaba dado por su propia figura; será imposible que reconozca que tuvo que optar a regañadientes por el rostro más amable del Frente para la Victoria para presentarse a la elección; que el 54% obtenido en el 2011 responde a una coyuntura absolutamente diferente y que de haber podido presentarse ella misma a una re reelección hubiera perdido contra cualquier candidato.
El 22-11 puede ser para Daniel Scioli un momento de profunda tristeza por no ver alcanzado el sueño que lo desvela desde hace años, pero también puede ser un momento de alivio. Luego de años de esfuerzo para mantenerse en una facción política que no le ha hecho la vida fácil y esforzarse por mostrar coherencia, paciencia y templanza con el único objetivo de consagrarse candidato, se topó con que la sociedad ahora apuesta por un cambio. El kirchnerismo con buenos modales ha perdido adherentes y Daniel Scioli se quedará ahora sin nada.
Luego del primer cimbronazo propinado por los escasos 2 puntos y medio de ventaja que obtuvo –muy por debajo, claro está, de las expectativas generadas- Scioli ha recuperado de alguna manera el aliento para seguir luchando. Con las frases a las que ya nos tiene acostumbrados ha demostrado que piensa dar pelea por el sillón de Rivadavia. Los gobernadores peronistas han salido a arroparlo en estos días aciagos pero, si se ve algo más allá, se podrá notar que hay en ello un fuerte síntoma de supervivencia. Efectivamente le han pedido al candidato a presidente que se abstenga de recorrer sus provincias y deje en sus manos tal cometido. Aún creyendo que cuando ya no hay batallas locales que librar los caudillos provinciales pondrán su empeño en conseguir un triunfo para el bonaerense –lo que requiere un esfuerzo grande para la imaginación- los objetivos de ellos son claramente más modestos: controlar el ascenso de Sergio Massa.
El ex postulante de UNA, que obtuvo un digno tercer lugar en las elecciones reteniendo los votantes de ambos contendientes en la interna y evitando la polarización extrema, ha reafirmado intenciones que se podían vislumbrar tiempo atrás. Muy a pesar de figuras como Adrián Pérez y otros miembros no peronistas del Frente Renovador, Massa ha dado muestras inequívocas de querer erigirse como una figura de poder dentro del Partido Justicialista. Como había podido expresarlo en un artículo previo en este medio, los objetivos políticos de Mauricio Macri y de Sergio Massa tienen una sincronicidad particular. Para ponerlo en términos simples: el tigrense apuesta con fuerza por un triunfo de Cambiemos para luego ir a recoger las migajas de un peronismo que quedaría huérfano de liderazgo ante la derrota del kirchnerismo y de un sciolismo que apenas llegó a ser incipiente. Incluso ha ido más lejos al dar algunas muestras de querer convertirse a partir del 10 de diciembre como el líder de la oposición (constructiva, al menos durante los dos primeros años de gobierno) al Frente Cambiemos.
Luego de doce años de un gobierno que hizo todo lo que estuvo a su alcance para convertirse en hegemónico, la rueda gira en dirección del cambio y se llevó puesto a su paso al voluntarioso ex motonauta.