Por: Bjørn Lomborg
El reciente tifón Haiyan fue terrible. Azotó a las Filipinas, matando a miles de personas, debido a la pobreza: viviendas precarias que fueron arrasadas, refugios inadecuados y mala planificación. Es un patrón que conocemos muy bien. Cuando un huracán golpea la rica Florida, hace un daño significativo, pero mata a pocas personas. Cuando un huracán similar golpea países pobres como Honduras y Nicaragua, destruye la economía y mata a decenas de miles. Sin embargo, muchos de los principales líderes de opinión del mundo no han hablado de la pobreza sino que más bien vincularon el tifón Haiyan con el calentamiento global, centrándose en la reducción de CO₂. El secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, y el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kimambos, atribuyeron la causa del Haiyan al cambio climático y afirmaron que eso pone de relieve la necesidad de reducir las emisiones. El primer ministro británico David Cameron dijo: “me parece que la evidencia va en aumento” en cuanto a “la relación entre los fenómenos meteorológicos extremos y el cambio climático”.En la cumbre del clima que finalizó recientemente en Varsovia, el negociador de Filipinas, Naderev Saño declaró que “el cambio climático significará tormentas tropicales más intensas” y que un tratado sobre el clima lo puede solucionar. Ante una estridente ovación, exclamó: “podemos solucionarlo. Podemos poner fin a esta locura. Ahora mismo, aquí mismo”. Sin embargo, esta conexión es errónea y el enfoque sobre el cambio climático es posiblemente la peor forma de ayudar. El calentamiento global es real, y hay muchos buenos argumentos para recortar las emisiones de CO₂ de manera eficaz. Pero los huracanes no son uno de ellos. No hay ningún indicio de la existencia de un número cada vez mayor de huracanes alrededor de las Filipinas o incluso a nivel mundial. El estudio científico mundial comparable más amplio que se ha hecho “no admite la presencia de tendencias lineales de cuencas mundiales o individuales por períodos prolongados significativos para huracanes menores, mayores o totales”. En realidad, la tendencia de huracanes fuertes alrededor de las Filipinas ha disminuido desde 1950. Incluso cuando se mide mediante la energía total de los huracanes, la llamada Energía Ciclónica Acumulada (ECA), el área de las Filipinas está por debajo del estándar, incluso después de Haiyan. El Atlántico no ha tenido grandes huracanes y el ECA total mundial se encuentra en su nivel más bajo desde la década de 1970. No se puede considerar Haiyan y afirmar que es el calentamiento global sin -incorrectamente- afirmar que la falta de huracanes mundiales también es causada por el cambio climático. Más aún, la reducción de CO₂ es una de las maneras menos eficaces de ayudar. Incluso si aceptamos que el cambio climático a largo plazo hará que los huracanes sean un poco más fuertes, pero menos frecuentes, las reducciones en las emisiones importarían poco. La política climática de la Unión Europea va a costar 20 billones de dólares a lo largo del siglo y, aún así, reducirá las temperaturas en unos inconmensurables 0,05 ºC. Si queremos ayudar, todo se reduce a la pobreza. En el corto plazo, obviamente se trata de asegurar toda la ayuda necesaria para los afectados en Filipinas. A mediano plazo, se trata de garantizar mejores refugios, sistemas de alerta, planes de evacuación y ayuda de emergencia. Y a largo plazo, se trata de garantizar que los filipinos salgan de la pobreza, de modo que dejen de ser vulnerables, como los hondureños o nicaragüenses, para estar bien protegidos como los habitantes de la Florida. Gastar miles de millones de dólares para no hacer nada por cumplir estas metas tan simples es una mala manera de ayudar. Y el uso de una tragedia humana como un vehículo para promover la reducción en las emisiones de CO₂ es inmoral.