Por: Bjørn Lomborg
Fuera del centro de conferencias donde se desarrolla la Cumbre del Clima en París, los organizadores han erigido un árbol de viento (arbre à vent) que produce electricidad a partir de la potencia de la brisa. Al hacerlo, han resumido exactamente el enfoque equivocado de la conferencia.
El árbol sólo producirá 3.500 kWh por año y cuesta alrededor de 27 mil dólares (25 mil euros). Por lo tanto, a un precio de producción de alrededor de ocho centavos de dólar al año, tomará 89 años compensar sólo el costo de capital. Dicho de otra manera, el costo es 300% más caro que la energía eólica, incluso tradicional, que aún lucha sin subsidios.
La conferencia COP 21 se trata de simbolismos: gastar un montón de dinero para sentirse bien, pero hacer muy poco.
Esta semana el cinismo alcanzó nuevas alturas, cuando Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, firmó una declaración liderada por Filipinas y otros Gobiernos que indica que las temperaturas deben limitarse a un aumento de 1,5 grados, en lugar del objetivo de 2 ºC del que muchos habían estado hablando. Los anfitriones franceses apoyaron la idea. Los periodistas ambientales publicaron esta noticia con caras serias y los activistas declararon que mantener las temperaturas por debajo de 1,5 °C era de hecho lo moralmente correcto.
El cinismo de todos los involucrados es impresionante. Con una meta ya imposible de alcanzar sobre la mesa de negociaciones, la cabeza del organismo sobre clima de las Naciones Unidas y muchos otros que también trabajan sobre el tema están pretendiendo creer que el mundo debe perseguir un objetivo aún más inverosímil.
El objetivo de 2 °C se ha convertido en una piedra angular para los activistas climáticos; incluso muchas personas creen que es una especie de punto de inflexión identificado por los científicos, más allá del cual el planeta se desploma en una bola de fuego.
Parece tener su origen en un documento William Nordhaus, de 1977, en el que el economista argumentó que un aumento de dos grados pondría al clima fuera del rango de la temperatura de la Tierra a lo largo de varios cientos de miles de años.
Desde entonces, eso ha sido impulsado por una agenda política, no por un análisis científico. El límite de dos grados no es mencionado en un solo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, los científicos del clima del mundo.
El economista climático Richard Tol analizó el objetivo en 2007, en un artículo publicado en la revista Energy. Escribió: “Los documentos oficiales que justifican un calentamiento de 2 °C como política climática a largo plazo tiene graves deficiencias. Los métodos son inadecuados, los razonamientos descuidados, las citas selectivas y la argumentación en general es más bien ligera. Esto no es suficiente para Gobiernos responsables, que responden ante el pueblo, al decidir sobre una cuestión importante”.
Como dijo el profesor de Climatología del Colegio Universitario de Londres Mark Maslin al Wall Street Journal esta semana: “No es un objetivo sensato y racional porque los modelos dan un abanico de posibilidades, no una única respuesta”.
El problema fundamental con la meta de dos grados, sin embargo —y la razón por la cual declaraciones de gente como Figueras son alucinantes—, no es que sea arbitraria y política. Es que alcanzarla es imposible. La mayoría de los modelos económicos muestran esto y la mayoría de las personas comprometidas con la ciencia del clima lo entienden.
El profesor David Victor, de la Universidad de California en San Diego y el profesor Charles Kennel del Instituto Scripps de Oceanografía escribieron recientemente en la revista Nature que las pocas simulaciones económicas que muestran que los aumentos limitados a 2 ºC podrían ser posibles “hacen suposiciones heroicas tales como una cooperación mundial casi inmediata y amplia disponibilidad de tecnologías como métodos de captura y almacenamiento de carbono bioenergéticos que no existen aún en demostración a escala”.
Los profesores Victor y Kennel argumentaron que en lugar de perseguir una figura de aumento de temperatura arbitraria debemos realizar un seguimiento de una serie de signos vitales planetarios. Esto tiene sentido. Sin embargo, en lugar de tomar ese camino más inteligente, se está impulsando una ambición aún más quijotesca: limitar los aumentos de temperatura a 1,5 ºC. Difícilmente sea necesario explicar que si 2 ºC es imposible, un límite aún más estricto es también imposible.
Los efectos de las promesas climáticas de París en las temperaturas para 2016-2030 serán de un aumento de sólo 0,05 °C (0,09 °F), menor de lo que hubieran alcanzado en 2100. El costo para el tratado climático de París, de lograr precisamente eso, es de por lo menos 1 billón de euros al año para el 2030; incluso tratar de abrazar una meta de 1,5 °C sería desastrosamente caro.
Al igual que con el árbol de viento, el objetivo de 1,5 ºC es simbolismo en su estado más vacío.