Por: Carlos De Angelis
Los reflectores del teatro político argentino volvieron a correrse. En medio del “mes de Macri” fruto básicamente de su triunfo en la Ciudad de Buenos Aires, en el primer round que fueron las PASO, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner intervino públicamente en la interna del Frente para la Victoria. Su pedido de “baño de humildad” provocó una catarata de defecciones: la llamada depuración de los candidatos a presidente de la Nación y a gobernador por la Provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria.
Muchos analistas explican que las PASO de la Ciudad de Buenos Aires dejaron una enseñanza. La dispersión entre múltiples candidatos podría dañar la legitimidad de quien lograra sacar la mayor cantidad de votos. Si esto fuera así, las primarias estarían funcionando como la antigua Ley de Lemas que se aplicaban en algunas provincias. La multiplicidad de boletas podría hacer inflar artificialmente la sumatoria de los votos de un determinado partido o frente, y al final del día resultar electo alguien que no hubiera ganado en la elección entre los votantes por candidato individual. Esa resultado podría sobrellevarse en una elección municipal, pero no en una elección nacional. Esta es una verdad relativa, ya que existen dos siguientes instancias superiores de legitimación: las elecciones generales y el ballotage.
Por esto, puede señalarse que la intervención de CFK apuntó más que a sellar quién manda (por si alguien no lo recuerda), a corregir posibles imperfecciones de la estructura de las primarias. Frente a una catarata de interpretaciones acerca de una posible decisión de “dejar correr” a todos los aspirantes que tuvieran intención de intervenir, la Presidenta ha optado por marcar la cancha, lo cual la habilita también para armar las listas de todo el país o al menos tener la última palabra, desde los diputados y senadores hasta el último concejal de pueblo. Esto sería vital, desde su perspectiva, para sostener el proyecto más allá de los resultados del 25 de octubre, la elección verdadera y concluyente.
Los resultados ya son palpables. Dos candidatos para las presidenciales: Daniel Scioli y Florencio Randazzo, y lo que es novedad, dos candidatos para la gobernación de la provincia que reúne casi el 38% del electorado nacional: Aníbal Fernández, y Julián Domínguez. Quizás haya lugar para un tercero.
El ordenamiento que establece CFK tendrá seguramente su correlato en las fuerzas que intentan reemplazar al kirchnerismo para los próximos cuatro años.
Si Mauricio Macri llegara a las PASO en soledad, ¿no lo perjudicaría electoralmente cuando hoy por hoy la estrategia Scioli-Randazzo ya estarían sumando cuarenta puntos y en alza? ¿No será hora de incorporar a Sergio Massa en la Gran PASO Opositora antes que el Frente Renovador dé señales de total agotamiento, por su propia “depuración”?
Tampoco le resulta sencillo ampliar el abanico de opciones al ex Presidente de Boca Juniors, que tendrá que convencer a Ernesto Sanz y sobre todo a Elisa Carrió. Ninguno de los dos tiene incidencia electoral directa, pero sí podrían causar un revuelo mediático, sobre todo si la Diputada rechazara ampliar sus límites al tigrense.
Esta posible alianza le resolvería a Mauricio Macri una cuestión crucial: tener candidato competitivo en la megaprovincia de Buenos Aires, ya sea De Narváez o el propio Massa. Como establece la historia argentina reciente, sería un milagro ganar la presidencial sin dominar la Casa de Gobierno de La Plata, cuestión que el kirchnerismo ha resuelto en un pase de magia: Aníbal Fernández es un candidato que arranca con el total conocimiento por parte del electorado, María Eugenia Vidal es aún “work in progress” como gusta decir a los cineastas.
Arranca desde ahora una nueva etapa en la contienda electoral. La definición de los candidatos a vicepresidente, y al Parlamento del Mercosur, una categoría misteriosa, serán las próximas instancias de discusiones en una carrera que por ahora preocupa más a los políticos que a la sociedad argentina.