Por: Carlos Mira
El acuerdo dado a conocer ayer con el Club de Paris es muy importante. Cualquier gestión que vaya desbrozando el cardal de espinas que tendrá el gobierno que venga -cualquiera sea- es bienvenida.
Esta deuda es vieja y viene en default desde el estallido del 2001. Varias veces se anunció su pago, pero nunca se cumplió. Se elevó a la categoría de obstáculo insalvable la condición de auditoria por el FMI que el Club dispone para aquellos deudores que proponen planes de pago.
No están claras aun, a horas del anuncio, cómo serán las condiciones de ese seguimiento, pero, una vez más, todo arreglo que contribuya a volver a poner al país en el listado de los normales y sacarlo del conjunto de rebeldes sin causa que revolotean por los márgenes del mundo, bienvenido sea.
Se trata de una propuesta larga: cinco años con dos de gracia. Esto necesariamente comprometerá al próximo gobierno. Pero los perjuicios de seguir siendo un paria internacional son tantos que, llegado el caso, el país debía cerrar los ojos y arreglar estos entuertos antiguos.
La pregunta es si el gobierno considera esto algo necesario, positivo, y si comparte la concepción global por la que el resto de la comunidad civilizada entiende el episodio como un avance.
Porque frente a estos desarrollos el gobierno ha mostrado hasta aquí varias caras. Por ejemplo, ¿qué piensa Carta Abierta de este acuerdo?, ¿qué piensan los grupos afines al gobierno como Unidos y Organizados, D’Elía, Hebe de Bonafini y otros por el estilo que muchos estarán preparados para decirme que son “cuatro de copas” pero que a la hora de estar en la primera fila de los actos oficiales no faltan?
También estoy de acuerdo que todos ellos, como el mono, “bailan por la guita” y si las ordenes de la Jefa son que, para seguir usufructuando los privilegios de su omnipresencia en el Estado, es necesario acordar con el Club, pues se acordará con el Club.
Pero estos ingredientes marginales, que sin duda son útiles para discernir la verdadera aproximación del gobierno a estos acuerdos, también sirven para intentar saber si por el hecho de avanzar en estas negociaciones la Argentina mejorará su imagen al único efecto que sirve: que entren dólares al país.
Y allí entramos en un terreno pantanoso. Podríamos decir que, si bien el cierre de esas viejas deudas es una condición necesaria para que las divisas vuelvan a fluir a la Argentina en una época que el Wall Street Journal definía ayer como de “entrada de dinero a raudales a los mercados emergentes”, no es una condición suficiente.
Si en otros terrenos el gobierno sigue dando muestras de apostar a una radicalización intransigente de un modelo épico, en guerra permanente con las concepciones promedio del mundo global, pues el acuerdo tendrá un efecto parecido a lo que hasta aquí fue el arreglo con Repsol: si bien ese era un ítem también reclamado por la racionalidad económica, su efectivización no redundó en un cambio de la perspectiva de esa empresa respecto de la Argentina (por ejemplo para su participación en Vaca Muerta). Al contrario, ni bien resolvió aquello, vendió su participación restante en YPF y salió corriendo del país.
Por lo tanto la noticia se recibe con expectativa y con la visión puesta en los márgenes que aun quedan por dilucidar. La transformación del país en un centro de las inversiones mundiales no es el resultado de un acuerdo espasmódico para pagar lo que se debe. Eso, por supuesto se da por descontado. Pero es necesario agregarle toda una concepción global de la relación de la Argentina con el mundo que por ahora se ve muy difusa.
¿Cómo puede sonar, por ejemplo, en los centros de decisión mundial que el “think tank” que se supone es la usina de ideas del gobierno, diga que la eventual continuidad de este modelo no puede quedar en las manos de un “moderado”? ¿Y a quien buscan, a alguien que siga incendiando todo?
En ese contexto va a costar que el acuerdo con el Club de Paris produzca las consecuencias benéficas que anunciaban quienes que lo aconsejaban.
Por supuesto que el gobierno ha avanzado finalmente en el sentido de lograr un entendimiento por algo. No lo ha hecho por nada, gratis. La Sra de Kirchner no hace nada si no entrevé un efecto que la favorezca.
Las semanas que siguen serán cruciales para develar estas dudas que rodean el acuerdo con el Club de París. Por ahora se celebra el inicio de un camino que, al menos, cumple el primer objetivo de hacer de la Argentina un país honorable que honra sus deudas. Es el primer paso. Era necesario darlo. Solo el tiempo dirá si solo ha servido para recuperar parte de la honra perdida o si, además, pudo ser el primer indicio para volver a reingresar a la órbita de la Tierra.