Por: Carlos Mira
¿Cómo sería la vida de la Presidente si de pronto su mente dejara de estar dominada por la presunción de conspiraciones?, ¿cómo sería su gobierno si no creyera que todo lo que ocurre es el resultado de una conjura, por supuesto maquinada en su contra?
La respuesta es inasible, simplemente porque la situación planteada en la hipótesis es imposible. La Sra de Kirchner, su figura, su pensamiento, sus acciones y sus dichos están todos impregnados de convicciones conspirativas. Cuando no son los empresarios “dueños de la pelota”, son los sindicalistas que engañaban a los trabajadores; cuando no son ninguno de estos son los comerciantes que estafan al pueblo con la inflación, cuando no, son los buitres… Siempre hay alguien detrás de lo que sale mal, siempre están los que explican los motivos de su fracaso.
El ya largo período presidencial de Cristina Fernández ha sido un extenso listado de excusas y acusaciones. Empezó con ellas y se está yendo con ellas.
A los pocos días de ser electa lanzó una acusación mundial contra los Estados Unidos por la valija con dólares que le encontraron a Antonini Wilson en el Aeropuerto Jorge Newbery pocos días después de haber estado presente en la Casa de Gobierno.
Después vino el campo y su conspiración organizada con Magneto para completar un objetivo destituyente. Esa guerra inventada derivó en el embate contra el grupo Clarín en particular y la prensa en general. La ley de medios tuvo en vilo a la sociedad durante casi 5 años en la que se echó mano a todo argumento y estrategia para inclinar la balanza a su favor. Se involucraron organismos de derechos humanos, se la emprendió contra ciudadanos privados y contra empresas a las que se pretendió relacionar con la dictadura militar, con la desaparición de personas y con el asesinato liso y llano.
Hasta se forzaron los extremos de un juicio ya perdido como el de la identidad de los hermanos Noble.
Luego vino el turno de lasa conspiraciones de mercado. A la Presidente se le puso en la cabeza que el mercado financiero quería voltearla luego de su triunfo en octubre de 2011. Como respuesta estableció el control de cambios y luego el cepo. Persiguió gente con perros por la calle y culpó a “la conexión local” de los que “nos quieren hundir desde afuera”. Mandó a estatizar la Rural y cuando la Justicia no convalidó su decreto y decretó la inconstitucionalidad de la ley de medios en fallo de Cámara, la emprendió contra la conspiración judicial a la que se propuso embestir con un proyecto ómnibus para aniquilar las medidas cautelares contra el Estado, para crear tres cámaras de casación por entre las Cámaras y la Corte y para que los jueces debieran ser electos en listas políticas de los partidos. Cuando la Corte, como no podía ser de otra manera, declaró la incostituciopnalidad de todo aquello, le declaró la guerra a través de su soldado Gils Carbó y Justicia Legítima.
Ahora son los “buitres”, una cruza de especuladores financieros y golpistas internacionales de gobiernos populares que conspiran contra la Argentina, el adelantado de las masas a quienes el salvaje capitalismo quiere doblegar.
La presidente no debe tener una buena relación con los espejos. Jamás se ha culpado de nada de lo que ha sucedido durante su administración. Cuando no fue una cosa fue otra. Ella y sus ideas, jamás. Ella y su visión del mundo, nunca. Ella y sus amigos, menos.
Si bien el planteo es especulativo, es interesante imaginar como sería el país y hasta la propia Sra de Kirchner si la conspiración saliera aunque sea una parte del tiempo de su mente. Quizás no sólo tendría más tiempo para ilustrarse sobre las teorías prácticas que hacen que los países crezcan y tengan éxito, sino que hasta podría darse el caso de que que aceptara que parte -al menos parte- de las consecuencias por las que el país atraviesa quizás tengan algo que ver con las decisiones que ella toma.