Por: Carlos Mira
La Presidente ha cortado ayer toda posibilidad de vivir, al menos hasta que termine su mandato, en una sociedad reconciliada. Y la Argentina debería rezar para que las semillas del rencor plantadas durante todo este tiempo no sigan produciendo brotes más allá del 10 de diciembre.
Resultó francamente chocante ver a Cristina Kirchner, detrás de una semisonrisa ácida, decir “quedémonos nosotros con los cantos y con la alegría y dejémosle a ellos el silencio”, en una clara referencia a la marcha que con ese nombre fuera convocada por los compañeros de trabajo del fiscal Alberto Nisman para recordar su memoria a un mes de su trágica muerte. ¿Con los cantos y con la alegría en el medio de la muerte?, ¿cuál es el límite para la urbanidad presidencial?
En esa frase la Presidente envió una confirmación final hacia los que aun albergaban alguna esperanza, de que no está interesada en pacificar los ánimos o en tender una mano de misericordia y respeto a los que no piensan como ella. Para la Sra de Kirchner la democracia debe subsumirse en ella. Como ella ganó las elecciones de 2011, solo ella (y los que piensan como ella) pueden hablar, porque la democracia, según su particular criterio, consiste, justamente, en eso: en que el único con derecho a hablar es el que gana. Los que pierden son la antidemocracia y deben someterse y callar.
Está claro que esta concepción no es la que surge de la Constitución y se debería tener mucho ingenio para encontrar una definición más clara del fascismo. La democracia es el sistema, justamente, en donde los que pierden pueden seguir hablando sin que les pase nada… aunque pierdan. Pero el cristinismo está en las antípodas de este pensamiento.
De todos modos, la conmoción causada por la muerte del fiscal especial para la causa AMIA hizo creer a muchos que ése era una especie de límite frente al cual se iban a accionar los más rudimentarios sentimientos de humanidad y de empatía. Nada. Solo contraataques feroces, palabras destempladas, insinuaciones fuera de lugar, rabia, furia, odio.
Lo que ha ocurrido en la Argentina es gravísimo: se trata del regreso al país de la muerte por razones políticas, algo que no ocurría desde las más negras décadas del país. Frente a ese suceso, los compañeros de trabajo del fiscal Nisman convocan a una marcha en su memoria y la Presidente dice que a esa gente la mueve el odio. Pregunto: ¿hay alguna forma más impresionante de dar vuelta los hechos de pies a cabeza? ¿Resulta que los odiosos son las víctimas? Bueno, algo no tan alejado de cómo el gobierno, en otro terreno, ha enfocado su interpretación de la delincuencia y la inseguridad.
La Sra de Kirchner ha vuelto a trazar una raya que separa el “nosotros” del “ellos”. No cesa de profundizar esa línea de pensamiento y ese sesgo para gobernar. Muchas veces parecería que todo se ha convertido en una táctica para ejercer el poder desde el fanatismo y el enfrentamiento.
A veces uno se siente tentado a preguntar cuál es el ideal de sociedad que la Presidente tiene en la cabeza. Si ni siquiera la muerte logra conmoverla; si frente a ella apela a la ironía, al sarcasmo y a la acritud como si se tratara de un capítulo más de su batalla contra los molinos de viento, ¿qué la estremecerá entonces?, ¿puede la Presidente de un país en donde el investigador especial del atentado más grande de la historia local ha sido encontrado muerto en su casa un día antes de presentarse en el Congreso para explicar las pruebas que tenía justamente contra ella y otros miembros de su gobierno, hablar en tono coloquial de que su hijo se compró una heladera con el plan “Ahora 12”?, ¿a qué grado de banalización y falta de respeto hemos llegado?
Resulta particularmente chocante ver cómo el supuesto gobierno de los derechos humanos, de la solidaridad, de la justicia social y del socialismo romántico pretende taparle la boca a todo el mundo con un fajo de billetes. Su argumento frente a cualquiera que lo critique es que ahora la gente se puede comprar equipos de aire acondicionado y heladeras. ¿Creerá la Sra de Kirchner que el pueblo vale tan poco como 12 cuotas de $ 670?
Es comprensible que el gobierno esté nervioso por todo lo que ocurre. Pero no es pretendiendo ocupar el lugar de víctima y mofándose de la gente (que está verdaderamente dolida, preocupada y con miedo), como solucionará sus nervios.
Detrás del furibundo ataque de ayer, la presidente esconde su aversión por una justicia independiente y, en general, por vivir bajo una república de controles y límites al poder. La Sra de Kirchner aspira a que ella y su nomenklatura sean los que controlen a la gente; no que la gente -a través de los jueces, los fiscales independientes y los medios- la controlen a ella y a su gobierno.
El gobierno pretende estar ab-suelto (es decir desligado) de todo control externo porque reputa al control como limitante de la democracia aluvional del voto mayoritario. Pues bien: debería notificarse que ése NO es el sistema organizado por la Constitución. Los constituyentes vinieron, justamente, a sepultar el absolutismo, que -por supuesto- comparte la raíz etimológica de lo “ab-suelto”. El que está absuelto es absoluto, porque nadie lo controla y porque no debe rendir explicaciones ante nadie. Es supremo. Y eso es lo que se considera a sí misma la presidente: suprema. Nada hay por encima de su voluntad. Ni la muerte absurda, ni la pérdida inexplicada, ni la negrura feroz de asesinos que formaron parte de organizaciones de las cuales el propio gobierno se valió en estos últimos 12 años. Nada. Por encima de la presidente no hay nada. Solo, quizás, alguna de las ironías que ella misma juzgue oportuno manifestar.