Por: Carlos Mira
La Presidente echó mano de una excusa barata para no asistir al acto en conmemoración de un nuevo aniversario del atentado a la embajada de Israel. Dijo que el día era el 17 y no hoy. Como todo el mundo sabe ese día se celebraron elecciones en Israel y por ese motivo el recuerdo –al que vino especialmente el Ministro de Agricultura israelí- se pasó para hoy. El día 17, la señora de Kirchner recibió a familiares de las víctimas, pero los que fueron tienen la común característica de ser partidarios del gobierno dentro de las distintas organizaciones judías de la Argentina. Ese dato confirma que, aun en circunstancias penosas como ésta, la Presidente sigue gobernando para una facción (y es la Presidente de una facción) y no para todos los argentinos.
Ese dato sigue profundizándose en un aquelarre plagado de “nosotros” y “ellos”, “patria” y “no patria”, “los de arriba” y “los de abajo”. Una enorme proporción del país está harto de esa lógica; ya no soporta esa asfixia. En el fondo todos los modelos totalitarios son, en definitiva, encarnados por minorías que, por medio de la utilización variada de la fuerza, logran imponerse sobre las mayorías liberales.
Muchas veces esa dominación se logra por el miedo, por el esparcimiento del terror, por el copamiento de lugares estratégicos de poder que permiten, con menos, dominar más; por la presión económica y por amenazas de inteligencia.
Si bien se observa, el kirchnerismo no ha dejado de poner en práctica ninguna de estas herramientas: ha esparcido el miedo, los aprietes, ha copado lugares sensibles del poder para dominar más con menor necesidad de recursos humanos, en fin, una pléyade de instrumentos propios de los gobiernos -cuando menos- autoritarios.
Pero ha llevado estas estrategias al mismo grado de extremos al que llevó su limosnismo y su clientelismo socioeconómico. Y eso ha provocado un hastío de tal magnitud en la sociedad que probablemente su mayor contribución a la Argentina haya sido el profundizar tanto los costados más perversos de nuestras tradiciones que nosotros mismos hemos terminado asqueados.
En efecto, por nuestra historia y por nuestros precedentes (Ortega decía “España no podía darle a sus colonias algo que ella misma no tenía”), no pertenecemos, precisamente, a esa tradición emprendedora, librecambista, individual, privada y repelente del Estado a la que se integran otras culturas que hoy están en la avanzada mundial. Nuestra formación es “fiscalista” y “rentista”. Para nosotros la riqueza es una ecuación de suma cero y el Estado es el gran arbitro en la definición de quiénes son los ganadores y perdedores.
Por lo tanto hemos sido históricamente permeables a teorías que, justamente, se apoyan en la supremacía del Estado para que, desde esas Altas Torres, se nos indique qué podemos hacer, quién lo puede hacer, cuándo lo puedo hacer y cómo lo puede hacer.
Pero el kirchnerismo ha llevado ese costado dependiente de la sociedad a extremos de tal magnitud que, ahora, un número cada vez mayor de argentinos se siente sin oxígeno en este sistema. La Argentina se ha transformado en un país en donde lo que no está prohibido, es obligatorio. No hay nada en el medio, solo el Estado decidiendo lo uno o lo otro.
Las encuestas demuestran -mal que le pesen al carrero Kicillof (la forma en que se expresó el ministro respecto del supuesto “plan bomba” tenían, efectivamente, los modales de un “carrero”)- que el kirchnerismo se ha transformado en lo que probablemente siempre fue: una facción sectaria que desconoce la posible coexistencia con los demás.
Eliminado Scioli del concepto “kirchnerista”, está claro que lo que José Ottavis ha dicho con todas las letras (“A nosotros nos gustaría que fuera Máximo [Kirchner] el Presidente, o Wado [de Pedro], el Cuervo [Larroque] o Axel, porque estamos orgullosos de esta generación”) es lo que dejaría conforme al kirchnerismo de verdad: es decir rescatar su identidad facciosa y sectaria. Nótese que Ottavis habla de “generación” como si, efectivamente, una generación completa de argentinos pensara como ellos: no hay lugar para la disidencia, como seguramente lo postulaba la “juventud maravillosa”, otra “generación” que directamente fusilaba al desacatado.
Si esta tesis fuera cierta (que el kirchenrismo ha sido una especie de caricaturista que ha exagerado tanto nuestros propios rasgos que hasta nosotros mismos nos espantamos al vernos reflejados en la caricatura terminada) entonces habría que reconocerle lo que decíamos más arriba. Le ha hecho un enorme favor a la Argentina: al glotón le han dado tanto dulce que ahora está desesperado por una feta de jamón crudo.
El carrero Kicillof -quizás sin darse cuenta- haya sido el gran vehículo de este hartazgo sociológico. Como bien han explicado muchos, a veces, lamentablemente, es la mishiadura económica la que termina abriendo los ojos de los que no advertían lo mal que estábamos yendo. Pues bien: el PBI per capita desde que él es ministro ha caído; el crecimiento del PBI ha sido superado por primera vez en décadas por el crecimiento vegetativo de la población. De 150 países emergentes, la Argentina de los años 2011-2015 figura 140 en crecimiento del PBI y solo ha sido superada en inflación por un país: Venezuela.
La facción ha vuelto millonarios a sus operadores y ha mantenido en una felicidad zombie a enormes franjas sociales pauperizadas (a lo mejor) a propósito. Pero un centro cada vez más preponderante ha comenzado a sentir asco por esta caricatura y no ve la hora de recuperar su propio destino; que el horizonte de su vida vuelva a estar en sus manos y no en la de un conjunto de iluminados que, hace rato, han escogido ocupar los rincones purificados de las minorías.