Por: Carlos Mira
Seguramente Jaime Durán Barba tendrá sus méritos luego de haber trabajado años al lado del hoy presidente Mauricio Macri. Pero no caben dudas de que sus consejos en cuanto al sinceramiento de la herencia K son de muy mala factura y le pueden costar muy caro a la administración.
El ecuatoriano insiste en que no hay que revelar el estado en que se encontró el país bajo el argumento de que aún existe un 40% de argentinos que respalda a Cristina Kirchner. Con ese criterio, mi querido Jaime, las democracias no votarían, se manejarían con un conjunto de gurúes como usted que indicarían qué es lo que se supone que quiere la gente. Pero da la enorme casualidad de que las democracias no son eso. Las democracias requieren de la consulta a la sociedad para investir a un Gobierno de la legitimidad de origen que exige la Constitución.
Una vez instalado, el Gobierno necesita tener legitimidad de ejercicio para pasar, por fin, la prueba ácida de la democracia, esto es, que en el país rija el Estado de derecho y el imperio de la ley por sobre la voluntad de las personas. Esa es justamente la legitimidad que el Gobierno de la señora de Kirchner nunca tuvo.
Y nunca la tuvo precisamente porque basó su, digamos, administración, en un relato fantástico completamente mentiroso que privó a la sociedad de saber cuál era la situación real del país y, fundamentalmente, estar avisada de las consecuencias catastróficas que las medidas tomadas por años, con base en esas mentiras, iban a causar inexorablemente.
La tarea titánica que enfrenta el Gobierno de Macri debe basarse en la verdad. La sociedad debe saber cómo ha quedado luego del devastador paso del huracán k. Usted, mi querido Jaime, no cosechará un solo voto siendo un pusilánime mentiroso: usted debe decirle a la gente la verdad.
Su última declaración incluso es verdaderamente sorprendente. Con el argumento de sus focus group en la mano, ha salido a decir que sólo el 14% de la gente quiere ver a CFK presa. ¿Qué insinúa, Durán Barba? ¿Que esas mediciones esotéricas deben estar por encima de la Justicia?
Este jueguito de conquistar a quien no está conmigo diciéndole lo que quiere escuchar ha llevado a la Argentina al estado en que se encuentra hoy. Ese jueguito debe acabar, lo aconseje Durán Barba o nuestro señor Jesucristo.
Las responsabilidades deben caer en cabeza de quienes correspondan. El paso del tiempo va a diluir la línea divisoria entre las cuitas de unos y otros.
Resulta francamente sorprendente que un señor que aconseja semejantes dislates pueda ocupar un lugar de influencia cerca del Presidente. Los argentinos merecemos conocer la verdad; sólo así muchos estarán dispuestos a hacer el enorme esfuerzo que hay que hacer para dejar la miseria atrás.
Hasta ahora el Gobierno ha dado a conocer medidas que han restringido sus ingresos (como, por ejemplo, la baja de las retenciones, que obviamente debían implementarse) y han aumentado sus gastos (la extensión de la asignación universal por hijo, el acuerdo por ganancias y demás).
Si el argumento de Durán Barba fuera cierto, quienes apoyan la gestión k deberían haber reconocido el valor de esas medidas y estar dispuestos entonces a no reclamar bonos de fin de año o, incluso, a entender la movida del Gobierno en la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca).
Pero no. La política del populismo radical, mi querido Durán, no funciona así, con ondas de amor y paz solamente. Es necesario enterar a la población de las consecuencias del cáncer que ha tolerado por más de una década. De lo contrario, la sociedad pronto empezará a creer que el culpable de las consecuencias del cáncer es el médico.
El Presidente debe tomar urgentemente cartas en este asunto central. Prestándole el oído a este tecnócrata, medidor de las etéreas preferencias de la gente, dejará pasar la oportunidad de tratar a la sociedad argentina con una dosis de adultez que hasta ahora ha brillado por su ausencia.
¿Acaso cree el Presidente que porque oculte el estado en que encontró el Gobierno va a conquistar el cariño de los que no lo pueden ver? Por ese camino es más probable que pierda el apoyo de los que creyeron en él antes de llevar para su molino una sola voluntad de los que nunca lo tragarán.
El Presidente debe hacer lo que tiene que hacer. Nunca la pusilanimidad ha conducido a buen puerto. Y para hacer lo que tiene que hacer es preciso que parta de una plataforma de verdad y de no ocultamiento. Esa ecuación miserable de que quienes tienen cuantas que pagar no las paguen porque Durán detectó que no es simpático puede ser el primer paso hacia una monumental desilusión.
Ojalá haya alguien en el Gobierno, incluido, claro está, el mismísimo Presidente, que tenga la visión y la inteligencia necesarias para advertir que la sociedad está ávida de verdades y no de cuentos fáciles que luego terminan en la pobreza de todos.