Por: Carlos Mira
La desafectación de Graciela Bevacqua del cargo de directora técnica del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) es un hecho curioso por donde se lo mire. Bevacqua había sido desplazada del Indec por las huestes de Guillermo Moreno, cuando el ex secretario de Comercio —el mismo que hacía poner de pie a la gente cuando él entraba a un despacho— decidió que los índices profesionales que publicaba el equipo del instituto bajo la supervisión de Bevacqua no le gustaban.
Producido el cambio de Gobierno, el presidente Mauricio Macri decidió reponerla en su cargo bajo la dirección general de Jorge Todesca. Cuando el economista —que había sido uno de los multados por Moreno y que llevó a juicio a “Lassie” por considerar inconstitucional que se impidiera que expresara libremente las conclusiones de sus trabajos, demanda que Todesca ganó— se hizo cargo del instituto, dijo que este estaba destruido, que aquello era “tierra arrasada”, que no quedaba nada. Lo cual era bastante creíble, dados los métodos que todos le conocíamos al “economista” que ahora publica libros prologados por el Papa. (Seguramente Francisco no está al tanto de que este señor hablaba con la gente con un revolver 38 arriba de su escritorio y, por eso, cándidamente, ha accedido a prologar su “obra”).
De allí pasamos a la información que decía que elaborar un índice confiable, respetado e internacionalmente reconocido llevaría unos ocho meses. Dicho período era mucho más corto de lo que internacionalmente se conoce como tiempos de elaboración de un índice de precios razonablemente creíble. Los especialistas en la materia dicen que ese tiempo es de entre uno y dos años. Ocho meses parecían, entonces, un tiempo adecuado para la reconstrucción. Más allá de los desvaríos de Moreno, el instituto estaba allí, se suponía que algo podría rescatarse y utilizarse. La mezcla de uno y otro dato daba que ocho meses era un término razonable: ni dos años, como los especialistas dicen que se tarda cuando se empieza de cero, ni un mes, como quien se encuentra tan sólo con problemas menores, de detalle.
Mientras tanto, Todesca anunció que se utilizarían como índices de referencia los de la ciudad de Buenos Aires y el de la provincia de San Luis, que forman parte del sistema nacional de estadísticas y que son organismos confiables.
Pasaron unas semanas y el tema inflación comenzó a ser batido como un parche que no podía esperar. A la cabeza de esos reclamos se ubicaron los muchachos que antes ni siquiera pronunciaban esa palabra, que se enojaban cuando la pronunciaban otros y que te llenaban de insultos cuando tus comentarios hacían centro en la inflación de diez años del Gobierno de los Kirchner. La ex presidente Cristina Fernández nunca pronunció esa palabra en público, ni la palabra ‘inseguridad’, ni ninguna que contraviniera el relato de Walt Disney World. Pero ahora Macri es el primer inflacionario, el demonio insensible que mata a la gente con los precios.
El Gobierno asumido el 10 de diciembre fue el primero en hablar del tema y en considerarlo como el problema más grave que tenía la economía. Presentó un programa de metas para llevar la inflación al 5% en el último año de esta administración. Pero no alcanzó. Los nacionalkirchneristas, los sindicatos y alguna parte de la oposición peronista acusaron al Gobierno de esconder los índices bajo el argumento de estar arreglando el Indec.
Entonces, el Gobierno tomó la decisión de desplazar a Bevacqua y sugirió así que, en efecto, no se podían esperar ocho meses. Los efectos de la decisión han sido múltiples. Por empezar, sectores gremiales del Indec resisten la medida. Algunos directores amenazaron con renunciar si Bevacqua no seguía. Los nacionalkirchneristas dicen que los acusaban a ellos de desplazar a directores del Indec y que Macri hace lo mismo.
Se trata de una situación francamente kafkiana, en donde quien parece darle el gusto a otro recibe los cachetazos de ese otro, y en donde la reflexión más a mano consiste en preguntarse si el Gobierno está realmente firme en sus decisiones o se bambolea cuando soplan los vientos de la oposición.
Si realmente elaborar un índice de precios confiable e internacionalmente aceptado y respetado lleva entre 12 y 24 meses, ¿por qué no respaldar a la funcionaria que prometió entregarlo en ocho, sea quien sea el que venga batiendo el parche?
Macri dijo que es falible, que puede equivocarse. Esa realidad contrasta, a su vez, con 12 años en donde la Argentina vivió creída que estaba en manos de seres que dominaban hasta el más diminuto detalle de la sabiduría humana, desde la arquitectura egipcia hasta la abogacía exitosa.
La escena huele al típico péndulo argentino en donde pasamos del blanco al negro sin escalas. Si el Gobierno pretendía confeccionar un sistema de medición de precios confiable, no tenía ninguna necesidad de dejarse patotear por los que le exigían un número ya. Tendría que haberse hecho fuerte alrededor de la idea de que el nacionalkirchnerismo destruyó el Indec (como era cierto) y que levantarlo sobre sus escombros llevaría ocho meses. Que mientras tanto se utilizarían los índices de San Luis y Buenos Aires.
Esos índices dieron 6 y 4% de incremento en enero, respectivamente. Hasta el índice Congreso fue menor (3,6%). De modo que no se podía decir que el Gobierno estaba mandando a utilizar índices que lo favorecían. Además, Bevacqua era una técnica buena, reconocida por toda la profesión seria.
La histeria por la inflación debe acabar. A la inflación hay que combatirla, no usarla como argumento político. Encima, por los que la crearon y la ocultaron, por los que la reprimieron. La hipocresía en este campo debe acabar. El Gobierno debe ser consciente de que su mayor activo con la sociedad sana es decir la verdad por más que esta sea dura, lenta o desagradable. Lo decimos una vez más: el Presidente, cuando era candidato, dijo que creía que la sociedad estaba madura para aceptar el cambio. No hay ninguna razón para que ahora dude acerca de nuestra madurez para entender las razones que lo imponen.