Por: Carlos Mira
Mientras los allanamientos en el sur continuaron proporcionando novedades durante el fin de semana y los sindicalistas realizaron su convocatoria por el 1° de mayo, un capítulo de los dichos del Presidente durante la campaña electoral y en su discurso inaugural sigue sin demasiada visibilidad. Se trata de lo que Macri llamó “el arte del acuerdo”.
En efecto, frente a las medidas de notorio impacto en la economía familiar, el Presidente no ha sido visto como a muchos les hubiera gustado, en reuniones imparables con gremialistas, empresarios, ONGs y otras fuerzas vivas de la sociedad.
La mayoría no recibió ninguna explicación de por qué era necesario hacer lo que se hizo; tampoco nadie fue llamado para negociar una manera de presentarle esto a la gente ni para elaborar algún amortiguador que contara con el consenso de los distintos sectores.
Se sabe que el Presidente ha insultado en voz baja y en privado a quienes fueron sus pares empresarios hace unos años y que el ministro de Trabajo viene manteniendo conversaciones con los sindicatos.
Pero lo que espera una sociedad como la argentina es una hiperactividad presidencial haciendo al mismo tiempo tres cosas:
1.- explicando lo que hay que hacer y por qué hay que hacerlo
2.- teniendo conversaciones con todos los sectores para sumar acuerdos a su estrategia
3.- delineando un camino y una meta a la que se espera llegar en cuánto tiempo.
Esa hiperactividad del Presidente es vital para empatar la necesidad de la sociedad de no sentirse desamparada. También es necesaria por la viveza política de no dejar el capítulo “sensibilidad” en manos de quienes no dudaran en explotar políticamente esa veta.
En eso y no en otra cosa consistió, en gran medida, el acto sindical del viernes: señores que se mantuvieron callados cuando toda esta bomba de tiempo se armó con paciencia oriental y que ahora se quejan porque el gobierno “prometió pobreza cero y no cumplió” (sic Piumato)
Cambiemos no podía esperar otra cosa. Mauricio Macri dijo este martes “no sé si es ignorancia o mala fe” refiriéndose a los comentarios sobre que las retenciones beneficiaron a los ricos. El Presidente explicó que esas medidas le devuelven la vida a las economías regionales de las que dependen miles de empleos y que estaban agonizando bajo el gobierno anterior.
Pero el Presidente no puede ceder la iniciativa bajo el argumento de que “el sentido común finalmente será comprendido”. Hemos explicado hasta el cansancio aquí mismo que no es así, lamentablemente.
La sociedad argentina tiene una proclividad muy marcada a dejarse cautivar por la demagogia. Si no hay una reacción inteligente a esa estrategia, al Presidente podrá resultarle extrañísimo que la gente no acompañe sus medidas, cuando, a poco de pensar, todo el mundo debería comprender que están dirigidas a crear las condiciones para la generación de trabajo estable y bien remunerado. Lo que ocurre es que no siempre el “debería” se corresponde con los hechos reales: sí, la gente debería entenderlo y deducirlo con un poco de razonamiento. Pero como pensar no es fácil y es más sencillo escuchar discursos encendidos y tener a quien echarle la culpa, el gobierno debería tomar nota de esa realidad y operar inteligentemente sobre ella.
¿Cómo? Pues, con el arte del acuerdo. Después de todo ese era el ingrediente supuestamente novedoso de la administración del presidente Macri: la constante convocatoria a la conversación.
Es de toda urgencia que ese camino sea comenzado para cauterizar las heridas proferidas por el sinceramiento económico. El espectáculo de tener a un Presidente que todos los días emite señales de que no tiene todas las respuestas –como repetidamente dijo durante la campaña- y que, al contrario, abre su mano para entregar y recibir respuestas puede producir un click social que alimente el único hilo del cual depende su éxito: la paciencia.
Como lo comentamos aquí tan solo 10 días después de la asunción del nuevo gobierno, ese elemento inasible es, paradójicamente, el más formidable y fuerte sujetador que tiene Macri para lograr lo que se propone.
Ya ha habido gente –minoritaria como siempre lo fue, pero que de todas maneras expresa el sentir de algunos- que ha confesado que desea que a Macri le vaya mal para que ellos puedan volver. Sí, sí: desean el mal del Presidente, el caos, tal vez muertes, el helicóptero… Con eso serían felices.
Esa gente no debe contar con un terreno cultivable: deben ser aislados y borrados del mapa político por una estrategia inteligente. Lo mejor de esa estrategia es que ya sido anunciada, nada más y nada menos, que por el propio interesado en sus resultados. El único misterio es por qué no está en marcha.