Por: Carlos Mira
Existe una corriente de pensamiento que cree que lo que votó la sociedad el 22 de noviembre es un proyecto de despresidencialización de la política, entendiendo por eso una nueva forma de relacionamiento entre la gente y el Presidente, según el cual este será más prescindente de la vida cotidiana de las personas y estas cobrarán más relevancia en el destino de sus propias vidas. ¡Ojalá Dios oyera a esos que interpretan la realidad de ese modo y les diera la razón en los hechos!
Hace ya seis años que imaginamos en estas mismas columnas lo que llamamos “Discurso imaginario de un presidente”, en donde soñábamos exactamente con eso: un jefe de Estado que nos dijera que no había llegado a ese sillón para ser nuestro papá y que cada uno de nosotros, en medio de un clima generado por sus medidas de razonabilidad económica, delineara su horizonte y su felicidad.
Pero hay que reconocerlo: esa cultura política no está en nuestros genes. Para ser simple: no hay tal cosa como haber votado un proyecto de despresidencialización de la Argentina. Lo que la sociedad votó mayoritariamente fue un cambio por hartazgo de un escenario —en gran medida ya grotesco— en el que desde el robo hasta el mal gusto se habían apoderado de la realidad; la sociedad no lo resistió más.
Pero de allí a concluir que los argentinos renunciaron a tener un papá-presidente hay un trecho inmenso que la sociedad no cruzó.
Frente a esta realidad se conciben dos estrategias:
1. Proponer la nueva cultura y a manejarse en gran medida como si la nueva cultura ya estuviera vigente, o
2.- Rescatar de la cultura vieja lo que inteligentemente convenga para que, al mismo tiempo que se le da a la sociedad parte de lo que su idiosincrasia pide, se agreguen dosis cada vez mayores de cultura nueva para operar el cambio.
Es evidente que en Cambiemos estas dos estrategias están en pugna. Hay sectores de la coalición que pretenden manejarse con la estrategia 1 y otros que se inclinan por la estrategia 2.
El Presidente, en lo que va de su Gobierno, tiene más puntos de contacto con la estrategia 1, de lo contrario, no se entendería la manera en que decidió operar ciertas medidas que, aunque necesarias, había que cuidar muy bien su impacto.
La manera de hacerlo es con una presencia constante que le dé a la gente la sensación de que alguien se está ocupando de ella. La sociedad argentina precisa que le digan que alguien se está ocupando de ella. No llegará a esa conclusión aunque vea que se están ocupando; necesita que se lo digan.
La cultura paternal-adolescente es una cultura de la palabra; la cultura individual-adulta es una cultura de los hechos. Pelearse contra esa realidad no hará que pasemos de adolescentes a adultos por arte de magia.
En el caso de la ley antidespidos hubiera sido necesaria una mayor actividad del presidente-papá para explicarles a sus ciudadanos-hijos cómo haría él para cuidar el empleo. No hay dudas, porque en el fondo es una verdad de Perogrullo, de que para cuidar el empleo hay que generar empleo y que, desde ese punto de vista, la ley es contraproducente.
El ámbito de discusión natural de estas cuestiones debe ser el Congreso. Pero en una sociedad adolescente, si la familia habla y no se pone de acuerdo, es el papá el que finalmente debe hacerse escuchar, porque allí podrán alardear todos de la democracia, pero cuando las papas queman, todos reclaman un mando.
Mauricio Macri es un hombre horizontal y probablemente este modelo no le siente ni a su persona ni a su proyecto. Pero más pronto que tarde deberá encontrar una diagonal que una las dos realidades y que acorte el camino hacia el cambio. Enojarse con la idiosincrasia argentina y creer que el cambio ya se produjo sólo demorará que se produzca realmente.
Si me preguntan cuál es la táctica para mezclar el agua con el aceite, confieso que no la sé. Pero si se quiere que al final de este camino haya solamente agua, habrá que encontrar una forma de retirar el aceite sin que sus amantes se den cuenta. En muchos casos habría, incluso, que tirar un poco de aceite a la mezcla.
La oposición, que no tiene responsabilidades de gobierno, puede darse el lujo de decirlo. Es lo que hace Sergio Massa, que vive diciendo que él puede entregar el país nuevo que promete Macri, pero siguiendo en muchos casos las tácticas viejas que aplicaba Kirchner.
Si Cambiemos no encuentra una forma para instrumentar un discurso diagonal, la adolescente argentina seguirá como fue siempre. Y es muy posible, incluso, que en un futuro le recrimine, al mismo tiempo, que no fue ni papá ni un pícaro guía hacia la adultez.