Por: Claudio Avruj
Una vez más los hechos coyunturales ponen de relieve los temas imperativos en la agenda de los Estados que no deben ser olvidados y que exigen una atención sensible permanente.
En las últimas semanas, las noticias sobre el drama de quienes son obligados a emigrar ocupan un espacio considerable en todos los medios, pero sin lograr conmover suficientemente a las sociedades y a los gobiernos.
Desde el año 1949, Argentina tiene un día consagrado a homenajear a los inmigrantes: el 4 de septiembre. La motivación es celebrar la inmigración, con los aportes y beneficios que le dio al país y reafirmar la convicción Argentina de ser una Nación de puertas abiertas y de respeto a los inmigrantes, como se señala en el preámbulo de nuestra Constitución con su invitación “a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
Nuestro país, según el último censo, está integrado por un 4,6 % de inmigrantes (el 73% concentrado territorialmente en la Ciudad y Provincia de Buenos Aires). En nuestra Ciudad Autónoma de Buenos Aires vive un 15% de migrantes provenientes de unos 50 países. Estos datos reafirman nuestra histórica política de inserción, pero demandan más que nunca políticas claras que posibiliten, favorezcan y ayuden a la integración y desarrollo de los inmigrantes.
No basta con abrir las puertas si no se ejecutan programas que permitan cumplir el sueño tan simple y tan fundamental de todo migrante de tener una vida digna. Es oportuno detenernos un instante e imaginar los múltiples motivos por los cuales alguien decide dejar su tierra natal y lanzarse a la aventura de la emigración; en muchos casos es la guerra, la política, el hambre, las necesidades, pero en otros es el amor, las ansias de superación, la curiosidad o simplemente la oportunidad. Sea cual sea la causa, hay una corresponsabilidad de políticas de Estado que involucran a la sociedad; de abrigar, proteger y no ser indiferente.
En la Ciudad llevamos a cabo desde hace 8 años una política constante y activa para ello, fundada en una articulación y asociación con las instituciones de las colectividades que tienen un rol protagónico en esta temática. No ha sido por azar que esa tarea se realiza por primera vez desde la órbita de los Derechos Humanos, pues el trabajo con las colectividades a favor del pluralismo es precisamente una política de Estado.
Recientemente, la Ciudad de Buenos Aires adhirió a la Coalición Latinoamericana y Caribeña de Ciudades contra el Racismo, la Xenofobia y la Discriminación. Es el desafío de construir en red y poner en común un plan de acción regional para prevenir toda forma de discriminación. En particular, según un reciente informe de Naciones Unidas, entre la Argentina, Venezuela, México y Brasil suman 4 millones de migrantes, concentrados mayoritariamente en sus ciudades principales.
El inmigrante le ha dado en el tiempo y le da en el presente muchísimo a nuestra sociedad, tanto a nivel individual como a través de las instituciones que han sabido proyectar y desarrollar, que dieron y dan respuestas a múltiples demandas tanto de sus connacionales como de la sociedad en general.
En este 4 de septiembre debemos sentirnos honrados y agradecidos de vivir en una Argentina donde el pluralismo y la convivencia en la diversidad son valores emblemáticos y resultan un paradigma en el mundo. Cada uno de nosotros es heredero de la inmigración, lo que nos obliga a tener una mirada clara y una mente abierta y libre de prejuicios, teniendo en claro que no hay jerarquías en la inmigración. Se trata de seres humanos en igualdad.
El desafío en esta fecha no es mirar ni evocar melancólicamente sólo el pasado y sus gestas, sino pensar y conquistar un futuro en el cual los problemas que a la migración se le plantean sean traducidos en desafíos confrontados con proyectos y programas consistentes a largo plazo que elevarán la moral y la calidad de vida nuestra sociedad.