Un legado de fraternidad

Cornelia Schmidt Liermann

“Un frente cerrado de nubarrones se había posicionado durante décadas ante la estrella de la unidad alemana. De repente, por un tiempo muy corto, se logró traslucir un halo de luz a través de la densidad de las nubes y dejaron vislumbrar la estrella. ¡Y nosotros nos aferramos a ella!”. Con estas palabras, el canciller Hans Dietrich Genscher resumió lo sorpresivo y veloz de los acontecimientos que llevaron a la unificación entre 1989 y 1990. En 10 meses se logro más que en 10 años.
Hace 25 años del derrumbe de un muro que dividió a una nación involuntariamente y que aisló a un ciudadano del otro.

Dicen los berlineses que aquel muro de 160 kilómetros y tres metros y medio de altura se cayó por su propio peso, por la ineptitud de los Gobiernos nacidos tras el telón de acero en la Europa del Este, por la represión de las libertades democráticas y por la sublevación lenta pero inexorable de los ciudadanos.

Fue el resultado de un movimiento multidisciplinario, que comprendía grupos grandes y pequeños, pero todos inmenso por su significado y coraje. Incluso se puede decir que se inició con los movimientos de resistencia alemana al nazismo, en los que palpitaba un profundo rechazo al totalitarismo Me viene a la memoria la Rosa Blanca: fue el más representativo entre los grupos estudiantiles y universitarios, el Grupo Schumann, el Círculo Chug Chaluzi (fundando por jóvenes judíos que logaron escapara a la deportación), la resistencia en las iglesias cristianas, donde luteranos y católicos se unieron frente al horror y a la injusticia, la Orquesta Roja y tantos otros.

Por ello esta fecha permite recordar un engranaje fundamental de la historia, que no sólo no debe desaparecer, sino nos debe motivar. Simboliza coraje, consuelo y esperanza. No solo significa la concreción de la unión de un pueblo, involuntariamente dividido, sino la recuperación de los derechos humanos. Logró demostrar que la ciudadanía puede enfrentarse a situaciones adversas defendiendo principios democráticos y existenciales, dando fin a una guerra fría y un sistema que impedía a los ciudadanos vivir libremente

Los alemanes han entendido que la reunificación implica una responsabilidad, un deber de mantenerse unidos como pueblo, y también de mantener unida y en paz a Europa y al resto del mundo. Estoy convencida, que los políticos que solo representan los intereses de su propio país no lograrán que el mismo prospere en soledad: solo en la comunión y en la interacción con el otro, está la grandeza. Debemos fortalecer la fraternidad mundial.

Por ello este festejo es también una invitación, en especial a los jóvenes, que conocen la caída del muro sólo por documentos históricos. Y una invitación personal a cada uno de los argentinos, aquellos que sentimos que nos quieren levantar un muro para separarnos unos de otros, y aislar a nuestra nación de gran parte del mundo, en especial de aquella de la que provinieron nuestras familias. Logremos deliberar acerca del futuro de nuestro país y a formar parte en su construcción. Recuperemos las convicciones de aquellos que forjaron nuestra patria, que vieron en ella un sentido democrático, republicano y federal.

Y debemos ser solidarios con Latinoamérica y con el resto del mundo, tal como lo fueran San Martin, Bolívar, y tantos otros, que no dudaron en luchar por pueblos libres y justos. Y tal como se logró derrumbar el muro de Berlín al traslucirse un halo de luz a través de la densidad de las nubes, busquemos averiguar qué nos une y la convivencia en nuestro país será más humana y al mismo tiempo más fecunda.