Política de precios: a contramano del mundo y acelerando

Daniel Sticco

Desde 2007, para no ir más atrás, pero especialmente desde fines de 2011, tras el rotundo e incuestionable triunfo electoral para otro período de 4 años, el Gobierno nacional se abocó no sólo a transitar a contramano del mundo -a menos de aquel que explica más de 90% del PBI-, sino, peor aún, a acelerar la marcha.

La confianza que dio encontrarse sólo en el camino, sin casi nadie en el frente y con la asistencia de vientos de cola que facilitaron la marcha durante largo parte del trayecto -el precio de la soja mantenía una tendencia ascendente y Brasil traccionaba la compra de autos, partes y de algunos alimentos-, hizo pensar que no se corrían riesgos, y por tanto se podía afianzar la velocidad de crucero, pero cada vez más fuerte.

La ausencia de semáforos, al desnaturalizar el sistema de medición de precios, y también de cruces de caminos, al no contar con una oposición articulada que enfrentara seriamente tamaña irregularidad y forzara a revisar la marcha, hizo olvidar que se está transgrediendo las reglas y que las consecuencias serían inevitables.

Y así sucedió. Aparecieron los baches y desniveles en el camino con una profundidad que ni el más avezado piloto podía superar sin bajar la marcha: las reservas de divisas en el Banco Central empezaron a drenar aceleradamente, al perder capacidad de retener los miles de millones de dólares que aún genera el comercio exterior; la actividad productiva dejó de crecer; los precios suben alimentados por una emisión desorbitada para financiar un creciente agujero fiscal y los sindicatos claman por no poder capacidad de compra.

Historia con final prenunciado
Frente a esto, en lugar de frenar la marcha, retomar la cordura y comenzar a desandar un camino que sólo conduce a enfrentar mayores dificultades, se optó por acelerar un poco más con la mirada puesta en las legislativas de octubre, a través de volver a los ya probados y fracasados “acuerdos de precios” y extender otro año el default con el Club de París, mientras se cruzan los dedos para no recibir el próximo 27 un fallo favorable a los holdouts.

De eso se trata con el mal llamado acuerdo de congelamiento de precios que administra la Secretaría de Comercio, mientras la expansión monetaria se intensifica a ritmo superior a 40% y el aumento del gasto público se distancia de la tasa de alza nominal de los recursos tributarios.

El camino ya no es más tan llano. La sinuosidad, con pendientes cada vez más acentuadas, reduce los grados de libertad de manejo, en especial cuando el piloto se empecina por conducir con la mirada atenta en el espejo retrovisor de la historia, desorientado por los múltiples asesores que aconsejan doblar para un lado, o para el otro, probar los frenos, encender las luces de alertas, parar y volver atrás, etcétera.

Es así como no ve los enormes perjuicios sociales que provoca una economía que no sólo ya no crece sino que, peor aún, retrocede por lustros. Las reservas del Banco Central son las más bajas desde 2007, cuando en el mundo baten récord; la actividad inmobiliaria es la menor en más de 15 años; la inflación es la más alta en 10 años, la destrucción de empleos volvió a registros de principios de este siglo; las retenciones llevaron a los tiempos de los 70 y 80, de igual modo que el posterior desdoblamiento del mercado de cambios en comercial, turista y paralelo, junto a las variantes intermedias.

¿Pronósticos o expresiones de buenos deseos?
Cada vez más son los economistas que, apoyados en las propias limitaciones que brindan las estadísticas oficiales, vaticinan que el 2013 se caracterizará por un año de estanflación, esto es, de estancamiento del nivel del PBI con alto ritmo de aumento de los precios al consumidor.

Pero, a esta altura, esas previsiones lucen optimistas. La larga historia de alta inflación que tiene la Argentina previa a los ’90, muestra que entre 1970 y 1990 se registraron once años con crecimiento, sólo tres con estancamiento (más-menos uno) y siete con recesión.

La pérdida de competitividad cambiaria ya mostró en 2012 sus efectos sobre la caída de todos los grandes rubros de exportación; el deterioro del poder de compra de los ingresos de quienes no están beneficiados por negociaciones en paritarias, sea porque son trabajadores independientes, en negro o asalariados no convencionados, comenzó a manifestarse con claridad en los indicadores de consumo durable y no durable.

Con ese escenario, al que se agregaron las trabas al pago de dividendos a las matrices del exterior y a las compras de insumos en el exterior, los casos de inversión productiva en serio -esto es, algo más que el uso de las ganancias del ejercicio- se cuentan con los dedos de una mano y la inmobiliaria fue lisa y llanamente desalentada.

Algunos países, grandes, medianos y pequeños, enfrentan situaciones de crisis, pero son muy pocos los que han optado por conducir la política económica a contramano del mundo. De ahí que, salvo muy contadas excepciones, no enfrentan un desborde inflacionario, pérdida de reservas y marcada desaceleración del crecimiento de la actividad como el que ha comenzado transitar la Argentina desde fines de 2011.