Por: Daniel Sticco
Ahora parece que la culpa de todos los males de la política económica se reducen a una hortaliza muy difundida no sólo en la mesa de los argentinos, sino del mundo, cuya aparente escasez forzó romper con el largamente predicado “vivir con lo nuestro” para acudir al mercado internacional para nivelar la oferta y demanda a los precios que quiere el Jefe de Gabinete.
Claramente se está frente a un escenario de acelerada devaluación de los instrumentos de política económica, el cual como es natural el mercado anticipa y lo refleja en la acelerada pérdida de valor de la moneda, sea a través de la inflación, sea a través de la escalada del tipo de cambio, oficial y más aún el libre.
Primero se intentó regular y administrar los precios de 10.000 productos, luego se redujo a 500, y desde comienzos del año nuevo a 100, pero ahora se advierte que el acento se pone en uno. Más de 220 años de historia económica ampliamente difundida en el mundo moderno fueron reducidos a la nada en la Argentina de hoy.
Y la pregunta clave es por qué este Gobierno muestra tanta vocación por remunerar a los proveedores internacionales, sea de petróleo venezolano, gas de Bolivia, energía de Uruguay y ahora tomate de Brasil, con precios singularmente mayores a los que se les niega a los productores argentinos.
Se puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias
Naturalmente, frente a semejante señal que se le envía a los agentes económicos no sorprende que la reacción sea el debilitamiento de la inversión productiva y por tanto la escasez aparece a la vuelta de la esquina en varios rubros donde la Argentina tiene condiciones naturales para ser claramente excedentaria y ser fuente de mayor generación de divisas, como la carne vacuna, el trigo, el petróleo, la energía, los lácteos, la minería, los vinos, el turismo receptivo, entre muchos otros rubros.
La miopía de los funcionarios, o el capricho de quienes no se animan a contradecir los lineamientos que reciben de la primera mandataria, continúa pese a que esa actitud ya se manifiesta en destrucción de puestos de trabajo en algunas industrias, reaparición de las vacaciones anticipadas como paso previo a las suspensiones y consecuente deterioro de la capacidad de consumo de las familias argentinas y por tanto conspiran contra el logro de las metas de recaudación de impuestos.
Para peor, ese escenario no se traduce como en el pasado en mayores exportaciones de saldos ocasionales, porque pese a haberse acelerado el ritmo de devaluación del peso a un ritmo que parece superar a la inflación real en unos cinco puntos porcentuales, muchas firmas exportadoras, principalmente pequeñas y medianas, no se atreven a generar negocios por la creciente incertidumbre para el corto y mediano plazo.
Por tanto, a fuerza de ser reiterativo con columnas previas, cabe resaltar que mientras se niegue la realidad y con ello la señal que transmiten los precios en todos los mercados, hoy es el tomate, ayer fue la carne o la harina del trigo, y se insista con que los aumentos de precios surgen de prácticas inescrupulosas de empresarios que sólo se ocupan de maximizar las ganancias, sin mirar sus consecuencias en términos de pérdida de ventas, en lugar de observar los desaciertos que se vienen cometiendoen materia de política monetaria, fiscal, comercial y de respeto de las instituciones, la inflación y el dólar seguirán su carrera ascendente e incontrolable.