Por: Daniel Sticco
“Tengo fe en que tenemos razón de lo que estamos planteando. Un país que ha dejado atrás un camino de endeudamiento permanente. Pero algunos intentan volver la historia para atrás”, señaló el martes la Presidente en su visita pre elecciones municipales en Santiago del Estero para entregar 750 viviendas.
La economía es una ciencia social, que analiza el comportamiento de las personas físicas y jurídicas frente a situaciones de administración de recursos escasos, que buscan grados de optimización de los sistemas de producción y consumo, tanto para su provecho como para el conjunto de la sociedad, para evitar situaciones de caos, y generar mejores condiciones de vida para el conjunto.
Y como tal, se han estudiado los factores y políticas que contribuyen a su buen y mal funcionamiento, pero no se han agotado. Por tanto es común elaborar teorías a partir de evidencias concretas y dictar leyes, luego de análisis de casos y comprobaciones empíricas relevantes. Pero nunca se diseñan cambios de políticas en función de pálpitos, corazonadas o cuestiones de fe, y menos aún se sacan conclusiones contrarias a las que muestran los datos de las propias cuentas oficiales.
Más aún cuando los resultados de los experimentos que se hacen para romper con el pasado suman fracasos, no sólo en la obtención de los objetivos planteados, como puede ser el desendeudamiento y la inclusión social, sino peor, cuando revelan a todas luces efectos inocultablemente perjudiciales, en particular para quienes se quiere favorecer: los pobres y sectores más postergados, sean personas físicas que pierden el empleo y capacidad de compra de sus ingresos, sea para las jurídicas, principalmente PyME que trabajan menos y pierden mercados internos y más aún externos.
Después de un primer mandato donde se disfrutó de los efectos inerciales de la recuperación de la actividad productiva y comercial, con desaceleración de la inflación y consolidación de los superávit gemelos, de la anterior conducción del país, siguió un segundo período que desde su comienzo dio claras muestras de un giro de política que no sólo interrumpió aquel proceso, sino que, peor aún, amenaza con volverlo al punto inicial de la última crisis, con recesión, inflación, pérdida de reservas y, en particular destrucción de empleos y alza a dos dígitos de la tasa real de desocupación, a partir de haber decidido caer en el segundo default en poco más de una década.
La fuerza de los hechos
Son demasiados indicadores desencadenantes de regreso a una crisis que se profundiza a una velocidad insospechada apenas dos meses atrás y que se suman a un vertiginoso aumento de la deuda pública, sea en valores absolutos, como más aún en términos de las menguadas reservas de divisas en el Banco Central, como mostraron los datos de la secretaría de Finanzas de la Nación, con datos al cierre de 2013, y que claramente se agravaron tras los acuerdos de pago a Repsol, el Club de País y a las empresas que habían presentado demandas al Comité de Controversias del Banco Mundial (CIADI) en el curso del primer semestre; o de las debilitadas exportaciones, e incluso del PBI revisado, según informa mes a mes el Indec.
De ahí que sólo la expresión de muy buenos deseos y la búsqueda de un acto milagroso pudo haber llevado a la Presidente a decir en Santiago del Estero, en un acto previo a las elecciones municipales, que tiene “fe en que tenemos razón de lo que estamos planteando. Un país que ha dejado atrás un camino de endeudamiento permanente”.
Únicamente con la vuelta a las fuentes, que exige el cambio hacia una política de austeridad del gasto, que permita liberar recursos al sector privado; el cumplimiento de los fallos judiciales; la apertura de los mercados internacionales de bienes y servicios; y el levantamiento de las regulaciones de precios y cambio, junto con una política monetaria que tenga como principal objetivo proteger el valor del dinero, podrá comenzar a revertirse la recesión y todos sus efectos nocivos sobre el empleo, el poder de compra de los salarios y la inversión.
De lo contrario, la caída de la actividad productiva y comercial se intensificará, y con ello también la inflación, el aumento del endeudamiento del sector público y consecuente deterioro de las expectativas de los inversores, que derivarán en un explosivo salto del desempleo y deterioro acelerado del cuadro social, con creciente huida del peso a los activos dolarizados, generando un círculo vicioso que por ahora parece más dirigido a aumentarlo que a romperlo.