Por: Daniel Sticco
Cada vez que cambia un gobierno en una Argentina acostumbrada a caer en crisis cada 7 u 8 años, aparecen los temores de algunos sobre la llegada de tiempos de ajustes que traerán más angustias que satisfacciones a gran parte de la población: los asalariados y jubilados que ganan como el promedio, o menos. Más aún, cuando a los repetidos escenarios de crisis se llega por deliberadas políticas de atraso cambiario, tarifario, cierre de la economía y sobredimensionamiento del rol del Estado como bolsa de trabajo, por la incapacidad de fomentar políticas que incentiven el crecimiento privado y promuevan oportunidades laborales productivas.
Sin embargo, no hay razones sólidas para asegurar que no podrá ser de otra manera, más allá que basarse en una historia de recurrentes fracasos porque la mayoría de los gobiernos de los últimos 70 años se han caracterizado, salvo muy contadas excepciones, por sembrar en el primer mandato y cosechar en el segundo.
Dicho de otro modo, en el primer tiempo se recomponen las reservas en divisas y se reduce el desempleo, a partir de retomar la senda del mal llamado crecimiento, porque sólo se trata de una recuperación a partir de la reducción de las capacidades subutilizadas, y en la segunda etapa se consumen los stocks, al punto de terminar en general con las cajas vacías: sin reservas genuinas, atraso de inversiones, consumo de la infraestructura, y vuelta al alto desempleo -aunque se lo busque disimular con menor oferta de trabajadores-, y elevada pobreza.
Problemas de base
Una de las causas que explican esas recurrentes situaciones de auges efímeros y recesiones repetidas se origina en la falsa creencia de muchos políticos y economistas teóricos de que “la economía es la ciencia que se ocupa de la mejor utilización de los recursos escasos”, cuando en rigor es “la ciencia social que estudia los recursos disponibles y accesibles, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas”, la cual brinda una perspectiva de persistente progreso, como muestra la historia de la humanidad.
Aquella óptica ha conducido a la Argentina a un uso muy limitado y restringido de sus abundantes recursos naturales, humanos e incluso financieros, a contramano de lo que han hecho la mayoría de los países de la región, al punto que cada vez aparece más abajo en el ránking comparativo internacional de generación de riqueza e institucionalidad.
Sin embargo, hay en el planeta innumerables ejemplos de superación en los últimos 50 años de un estado de recurrente estancamiento a un estadio de desarrollo avanzado y con singular mejora de la calidad de vida de la mayoría de sus habitantes, a partir de la decisión estratégica de sus gobernantes de impulsar la puesta en valor de los recursos naturales y, sobre todo humanos, luego de estudiar los casos exitosos en el mundo.
En el caso de la Argentina la tarea cuenta con la ventaja comparativa respecto de la mayoría del resto de las naciones de que es una nación con abundancia de recursos naturales, con los cuatro climas; reservas de agua dulce; amplísima frontera minera e hidrocarburífera; diversidad de explotaciones agropecuarias; tanto extensiva como intensiva; reconocida generación de talentos humanos; bellezas turísticas en sus 24 provincias y singular atesoramiento de divisas como mera reserva de valor que podrían volcarse a la generación de riqueza.
De ahí que no estamos ni condenados al éxito, ni condenados al fracaso. Sólo se requiere de hombres y mujeres que sean capaces de tener una visión estratégica de país y del mundo amplias, orientada a elevar la calidad de vida de todos sus habitantes, y no de los partidarios de tal o cual agrupación política, a costa del resto.
Cambio de paradigma
Claramente, luego de un tremendo desbarajuste de la economía que ha afectado la realidad social de más de un tercio de las familias que habitan el país, con cada vez más amplia presencia de extranjeros en las regiones urbanas, es inevitable y necesario un ajuste u ordenamiento de las políticas de administración eficiente de los recursos monetarios y fiscales. Pero el potencial que ofrece la puesta en valor de la abundancia de recursos ociosos, naturales, humanos y financieros, torna posible llevar a la Argentina a un deseable estadio de también abundancia generación de riqueza como supo lograr a fines del siglo XIX, principios del XX.
Sólo será cuestión de desterrar la vieja creencia de que somos un país rico. “Sólo seremos ricos el día en que los argentinos decidamos poner en valor los abundantes recursos naturales, humanos y financieros”, me decía el siempre querido y recordado Tomás Bulat.