Por: Dardo Gasparre
Para no mostrar los resultados ineludibles de sus políticas fiscal y monetaria, el gobierno debió aplicar el cepo para no tener que llegar al único desenlace posible: devaluar.
Todos parecemos contestes en que cualquier futuro gobierno devaluará la moneda en línea con las barbaridades incurridas, en alguno de los formatos posibles.
Tan pronto ello ocurra, escucharemos los teóricos especulando sobre la pérdida del valor de los salarios y por supuesto, comenzará la pugna para ¨recuperar¨ el valor en dólares de los sueldos.
¿Qué nos ha hecho creer que merecemos el actual valor en dólares de los salarios, o mejor el actual costo laboral en dólares?
No hemos llegado a este valor en dólares de los salarios como fruto de ningún mérito individual o colectivo, sino como resultado de la aplicación de ¨políticas¨ caprichosas y manoseos obscenos de la emisión, el gasto y el tipo de cambio. De modo que, si pensamos seriamente, no hay derecho a protestar por la ¨pérdida¨ de nuestros derechos adquiridos dolarizados.
Y para teorizar un poco, aunque no mucho, la verdad es que el valor en dólares que cada uno gana, no tiene casi nada que ver con su rendimiento laboral, ni con su calidad de prestación. Eso vale para la relación salarial en pesos, no la expresada en divisas.
El sueldo de cada uno, o mejor la suma de todos los sueldos de todos los habitantes, será mayor o menor en dólares según lo que valga lo que exportamos. Si exportamos mucho nuestros sueldos en dólares tenderán a ser altos. Y viceversa.
Si exportamos además bienes con mucho valor agregado, los sueldos medidos en dólares serán aún más altos. Este valor agregado se puede dar por tecnología, por innovación, o simplemente por marketing, una manera de subir los precios de lo que exportamos. Coca Cola, por ejemplo, no tiene demasiada tecnología ni demasiada innovación a esta altura. Pero tiene marketing. Eso implica un precio relativamente alto comparado contra el costo de producción y capital invertido. Eso implica sueldos más altos para EEUU. Como si fuera Viagra o iPhone.
Cuando un país tiene inflación alta y su moneda no se devalúa consecuentemente, se encuentra conque el resto del mundo no quiere comprarle lo que vende a los precios resultantes en dólares, porque se han vuelto caros. Se enfrenta entonces a dejar de exportar, y perder puestos de trabajo, a bajar los sueldos y costos laborales en pesos, cosa imposible con un sindicalismo empacado y millonario, o a devaluar.
La otra alternativa, que es endeudarse progresivamente y dar la ilusión de bienestar, para terminar en un default o una genoconfiscación, no es para mí recomendable, no por razones éticas, sino porque termina minando la confianza en sí mismo de todo el país, un costo demasiado elevado.
En rigor, lo que deberíamos es tener en cuenta el poder adquisitivo del salario, que es lo que realmente mide el bienestar. Pero eso no se consigue mejorar de modo instantáneo. Y aquí viene el mensaje: la manera de aumentar el valor de los sueldos tanto en dólares como en poder adquisitivo no es un misterio.
Se trata de exportar mucho más, y además mejorar el mix de productos con alto valor agregado, alto margen, marcas propias, que son las que agregan valor en definitiva. Ninguna innovación se puede explotar si no tiene una marca reconocida.
La diferencia notable en un mundo global, es que lo que más valor tiene son los bienes con marcas. Esos son los países centrales. Los que tienen las marcas más conocidas. Pero China no tiene marcas prestigiosas, me dirán algunos. Cierto. Tampoco tiene alto nivel de vida ni altos sueldos, ¿verdad?
Hemos llegado sin querer al tema central. ¿Qué modelo de país queremos, si tal cosa fuera volitiva? ¿Qué visión, que autopista debe tomar un gobierno para llevar por ella a la Nación?
Ya hemos plantado el principio de la libertad de comercio como filosofía de base, ingrediente principal de la riqueza de las naciones. Pero para lograr que con esa libertad aumente el bienestar, se debe competir. Ya no en lo individual, aunque también en lo individual.
La idea de competir mete miedo. ¿Qué podemos hacer frente a las grandes potencias, a las grandes marcas, a las grandes tecnologías? Imaginemos a los países que ahora admiramos si hubieran pensado así hace 50 años. Se habrían paralizado mirándose el ombligo.
Sin embargo, Argentina está en impecables condiciones para ser protagonista global, y rápidamente. Es evidente que su agro y su ganadería, y todas las industrias conexas, tienen un campo casi ilimitado de expansión. Lo ha demostrado en el pasado, lo ha demostrado cada vez que se lo permitieron. Lo demostró sobreviviendo a Cavallo, a los Kirchner, a todos los milagreros que atrasaron el tipo de cambio para complacer a la industria prebendaria.
Lo bueno es que ni siquiera un gobierno cualquiera tiene demasiado para hacer ni pensar. Basta dejar la cancha más o menos despejada. Acaso habrá que ayudar a crear marcas, a transformar el bulk o el commodity en producto. Con marca. No es fácil. Todo el mundo quiere copiar el modelo inglés del aceite de copra y las especias que compraba por monedas en sus colonias y vendía carísimo como manufacturas.
Pero es simplemente una competencia en la que se logran buenos resultados con constancia, con cumplimiento, con relaciones personales, con enfoque de largo plazo y servicio, como todo negocio de exportación que no sea de commodities. Es evidente que si el tipo de cambio se manosea y se lo pone 50% debajo de su paridad, se perderán todos los mercados cada 4 ó 5 años. Tal vez la mayor ayuda sea dar esa estabilidad cambiaria. Y no me refiero a un tipo de cambio fijo, sino a un mercado de cambios libre con un mercado de futuros libre, como en un país civilizado.
El agro es una base magnífica para obtener rápidamente resultados prodigiosos y esperanzadores. Pero no alcanza para mantener una población de 42 millones. Ni para darles trabajo. Ahí entran las Pyme. Ahí entra el talento, la creatividad, la perseverancia de nuestras pequeñas y medianas empresas.
Esos emprendimientos, proveedores en todo el mundo del 60/70% de los puestos de trabajo, siempre que en nuestro medio han tenido libertad y seriedad económica han florecido. Y hablamos de miles de rubros, de una formidable maquinaria de contención social, inclusive, de empresarios con capacidad de adaptación, de evolución, de incorporar tecnología y de inventar.
Y lo más importante, cada Pyme es una marca registrada en si misma cuando establece lazos personales y de confianza con el comprador en el exterior, le soluciona sus necesidades y le cumple. Ese ciclo ha sido históricamente así, sólo interrumpido por experimentos mesiánicos, populistas, progresistas o de tipos que hablan con Dios y que creen que han descubierto quién sabe qué fantasía.
Me van a preguntar, con seguridad, si ese es el modelo actual en EEUU o Europa. No. No lo es. Sí lo fue en la etapa de éxito de esos países. Si lo es en China o India. Argentina tiene mejores condiciones para hacer lo mismo. Sólo le falta decidirse y librarse de los parásitos que no sólo la ordeñan sino que la confunden.
Si, me refiero a los supuestos creadores de empleos que hace 70 años nos vienen convenciendo de que debe protegérselos, y condicionan a todo el país a sus ventajas. El país, el campo, las Pyme, no necesitan protección. Los que necesitan protección son los prebendarios. También esa falsa dicotomía debe cortarse de un tajo.
Y sí, habrá quienes tengan éxito y quienes fracasen. ¿Y? Ahora también. La diferencia es que casi siempre fracasan todos, en aras de un modelo miedoso que sólo beneficia a unos cuantos vivos con buen sistema de relaciones institucionales, lobby, auspicio y avisos y que nos ha acorralado en el estatismo.
Con el modelo que describo, seguramente nuestros sueldos en dólares aumentarán, y también su poder adquisitivo y el número de puestos de trabajo auténtico. No estoy diciendo nada nuevo, como siempre. Nada que no haya pasado ya. Nada que el campo no sepa hacer, o que las Pyme no hayan encarado con éxito varias veces en el pasado.
Mientras se hacen todos los ajustes, todos los arreglos, se zurcen todos los agujeros, se arreglan los desaguisados, se mejora la educación y se pone algún grado de orden y seriedad en la administración sensata de la República, juguémonos al modelo de competencia y participación protagónica en el mundo global. Cuesta muy poco. Requiere muy pocas medidas de quien gobierne. Se hace casi solo.
Me atrevo a decir que ese es el destino plasmado en nuestra Constitución de 1853 que tanto añoramos y defendemos. Un destino de competir, de tener con qué competir, de crear, de crecer y de ser protagonistas. Un destino de trabajo y de pleno empleo, no de estatismo, planes, prebendarios y mendigos.
Y así, sólo con este modelo, se podrá mantener el valor de su sueldo en dólares.