Por: Darío Epstein
El jueves de la semana pasada, la Presidenta de la Reserva Federal de EE.UU., Janet Yellen, dio una conferencia sobre desigualdad en la Reserva Federal de Boston. Fue contundente. Dijo que la desigualdad en EE.UU. es la peor en un siglo y amenaza la democracia. Sus dichos vienen a cuestionar muchos de los preconceptos que existen en torno a una sociedad más igualitaria en la mayor economía del mundo.
A partir de las medidas monetarias adoptadas para combatir la peor crisis económica financiera desde los años 30, hemos visto apreciarse el valor de los activos, llámese acciones, propiedades, bonos, etc. Esto tiene un doble efecto: por un lado aumenta la riqueza de los dueños de los activos, y por el otro aleja a quienes tienen menores recursos de acceder a estos activos. Es decir, el efecto de las políticas monetarias expansivas produjo una ganancia artificial en los hogares de estratos sociales más altos. Por supuesto, la Reserva Federal lanzó estos agresivos programas acomodaticios para cumplir con su Carta Orgánica, ya que una de sus obligaciones es pugnar por el pleno empleo. Sin embargo, el efecto secundario ha sido generar mayor desigualdad.
Medición tradicional
El índice que mide la desigualdad de ingresos en una economía es el índice de Gini: mide hasta qué punto la distribución del ingreso entre individuos u hogares dentro de una economía se aleja de una distribución perfectamente equitativa. Para la medición de los ingresos se utiliza el ingreso per cápita familiar, que surge de dividir el ingreso total del hogar en la cantidad de miembros que lo integran.
Asociado a este concepto, la curva de Lorenz muestra los porcentajes acumulados de ingreso recibido total contra la cantidad acumulada de receptores, empezando a partir de la persona o el hogar más pobre. El índice de Gini mide la superficie entre la curva de Lorenz y una línea hipotética de equidad absoluta, expresada como porcentaje de la superficie máxima debajo de la línea: un índice de Gini de 0 representa una equidad perfecta, mientras que un índice de 100 representa una inequidad perfecta.
Detrás de todas estas variables se encuentra la igualdad y el acceso a las oportunidades para poder escalar de una clase social a otra, algo por lo cual EE.UU ha sido tradicionalmente referente. Que se mencione que los estadounidenses ya tienen relativamente pocas posibilidades de avanzar económicamente, y que el problema puede estar empeorando, es motivo de análisis.
El análisis de Yellen
Las cuatro fuentes de oportunidades económicas según Yellen son: los medios para criar a los hijos, el acceso a la educación, ser propietario de una pequeña empresa y la herencia.
En relación al financiamiento público para la educación temprana, el mismo no aumentó desde la recesión del 2009 en EE.UU. y el costo de la educación superior sigue aumentando, dos aspectos pendientes para reducir la desigualdad. Por el contrario, las ganancias de riqueza prevenientes de herencias están menos concentradas que a nivel global. El promedio de edad para recibir una herencia es de 40 años.
Analizando los números se concluye que la distribución de la riqueza se concentra en el tiempo: la proporción de la riqueza en manos de la mitad inferior de los hogares se redujo de 3% en 1989 a 1% en 2013, según la Encuesta trienal sobre Finanzas del Consumidor de la Reserva Federal (una encuesta de 6.000 hogares).
Lo positivo es que se sinceró, algo que no se ha visto en los últimos años: remontando un poco en el tiempo, encontramos que el anterior Presidente de la Fed, Ben Bernanke, dedicó un discurso a la desigualdad recién en el año 2007. Nada de ahí en más.
Recordemos que la desigualdad en la distribución del ingreso de una sociedad afecta al desarrollo del país dado que junto con el crecimiento del producto es uno de los factores determinantes de la reducción de la pobreza, el cual debería ser el objetivo último de la política económica de largo plazo de todos los países.