Por: Darío Epstein
Desde la crisis del 2008 hasta la fecha, la deuda de los países centrales ha crecido a un ritmo desproporcionado. La crisis justificó soportar déficits fiscales y políticas monetarias laxas, todo en pos de evitar que el mundo entrara en recesión.
El viejo dogma de que la deuda sustentable no debería superar el 60% del PBI y el déficit no podría estar por encima del 3% anual tuvo su baño de realidad. Queda claro que ante el aumento del déficit más allá de lo que sugieren los organismos multilaterales, no redujeron gastos, sino que, por el contrario, los aumentaron.
El crecimiento mundial también cayó a partir de la crisis. Previo a 2008 el mundo crecía cerca del 5% anual, lo que permitía duplicar el PBI mundial cada 15 años. A partir de entonces, crece apenas cerca de 3 por ciento.
La realidad es que con los niveles de deuda actuales, pero principalmente con las bajas tasas de interés, consecuencia de las políticas monetarias de los países del G7, la carga financiera sobre el PBI sigue siendo manejable.
Pero tomemos por ejemplo a Estados Unidos: por cada 1% que suba la tasa, el déficit aumentará entre 150 mil y 200 mil millones de dólares anuales. Es decir, casi 1% de déficit adicional por cada 1% de aumento de deuda. La relación deuda-PBI de Estados Unidos está en 104 por ciento.
Sin embargo, hay países como Japón o Grecia que, ante una suba de tasas proporcional en su curva de rendimiento, tendrán serias complicaciones.
Lo bueno: esta “insustentabilidad” no sería inmediata. Pero urge que los países comiencen a diseñar políticas para acomodarse a esta nueva situación.
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