Durante las últimas dos semanas varios de los principales periódicos estadounidenses y algunos europeos, como New York Times, Washington Post, Financial Times y Wall Street Journal, utilizaron la palabra crisis para referirse al presente de la economía argentina, un escenario que desde enero pasado incluye el cóctel de inflación, crecimiento del déficit fiscal, devaluación del peso contra el dólar y mercado dual de cambios.
Si se compara la realidad macroeconómica previa a 2011, la situación actual del país es mucho más preocupante respecto a las perspectivas futuras. Sin embargo, la historia de la Argentina y otras naciones latinoamericanas indican que tal vez la palabra crisis sea, al menos, compleja de interpretar si por ella entendemos la aceleración de ciertos problemas que ya se manifestaban desde hace tiempo, especialmente relacionados con la inflación y la rápida pérdida de las reservas.
Este tipo de dinámica no es nueva en la Argentina sino una vuelta a décadas como la del 80, en la que lo “normal” era convivir con tasas de inflación incluso mucho más altas que los que sufrimos hoy día. Esta conjetura, que no es más que eso, se basa en observaciones del pasado y también en lo que algunos de los académicos internacionales supieron estudiar en su momento para entender ese tipo de fenómenos.
Los economistas Homi Kharas y Brian Pinto publicaron en 1989 un estudio teórico-empírico para entender el comportamiento de la inflación, el tipo de cambio paralelo y el déficit fiscal en el caso de Bolivia. El trabajo incluía cocteles no muy diferentes a los que se observa en Argentina: un control de cambios, déficit fiscal y tasas de inflación que saltaron de un promedio de 1,8% a 14% en 1982, para luego volver a los niveles de su hiperinflación de 1984-1985, con un promedio de 44% mensual. La investigación destacaba que en un contexto de déficit fiscal permanente estos saltos inflacionarios podrían haberse ocasionado como consecuencia de intentar reducir la brecha entre el mercado monetario oficial y el paralelo, aunque siempre dependiendo del comportamiento de la demanda de dinero.
Claramente no podemos concluir algo terminante a partir de un sólo trabajo de investigación que contiene limitaciones y simplificaciones que difícilmente lo hagan aplicable al actual caso argentino. Sin embargo, desde una perspectiva menos pretenciosa, tal vez sean estos trabajos, que fueron publicados a fines de los 80 y principios de los 90, los que nos puedan ayudar a comprender un poco mejor algunos detalles de lo que está sucediendo con la economía argentina y así evitar problemas todavía más graves, más allá de las obvias diferencias de contexto y de épocas. Así podríamos dilucidar si estamos transitando un camino hacia una muerte súbita de la política económica, con características temibles, o un sendero que implique una transición a un escenario con mayor inflación y devaluación, es decir afrontar un especie de estado de enfermedad crónica.