Hace pocos días, las autoridades del Ministerio de Seguridad de la Nación impusieron el nombre de “Mujeres de Obligado” a una dependencia de la Prefectura Naval Argentina ubicada en Puerto Madero. Hubieran querido bautizar con ese nombre a una calle del barrio más nuevo de la Ciudad, pero se dieron cuenta que para ello necesitaban la bendición de la Legislatura Porteña y la misma no parecía muy viable.
Estamos viviendo una moda de exaltar y reconocer a figuras (todas muy respetables por cierto) de nuestro pasado. En ese orden, ascendimos a generala a Juana Azurduy, descubrimos en medio de una gira comercial al África que el sargento Cabral era angoleño, y hasta nos permitimos darle el grado de Almiranta a la virgen Stella Maris.
Todo muy bonito y conmovedor. Y muy contrastante con la cruda realidad que atraviesan este año más que nunca los veteranos de Malvinas, en particular los que al parecer están cometiendo el pecado de seguir vivos y no hallarse en el extremo sur de la Patria.
Por estos días hemos visto impactantes fotos del Cenotafio en homenaje a nuestros ubicado en Retiro, que muestran el “relevo” de la guardia de honor militar allí apostada, por un grupo de okupas que al menos tienen la delicadeza de regar las plantas. La lámpara votiva cuya llama simboliza vida eterna ha sido reemplazada por un yuyo que encontró en su hueco lleno de agua el clima propicio para desarrollarse.
En realidad, no importa si antes del martes y luego de leer esta columna alguien lo “empolva” a las apuradas, una hora de abandono ya es un sacrilegio y, como tal, imperdonable.
Nuestro jefe de Gobierno ha decidido suspender los actos tradicionales para honrar la memoria de los caídos en defensa de nuestra soberanía so pretexto -según informan los funcionarios de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Ciudad- de estar los esfuerzos dirigidos a la organización de la competencia automovilística que tan alegres nos tiene a todos los porteños.
Nuestro Ministerio de Defensa, no tenía información de ninguna actividad oficial para el 2 de abril, este humilde veterano recibió la siguiente respuesta: “Es fin de semana largo, el miércoles habrá actos en las fuerzas y seguramente se hará algo el 2 de abril en el Sur y allí irá también seguramente la Presidente”.
Nadie parece recordar que el establecimiento del Día del Veterano como feriado inamovible, obedeció a una razón muy simple: la mayoría de los veteranos trabajan y en lugares que tienen la “mala” costumbre de exigirles el cumplimiento de horarios, e incluso son tan rebuscados que lo hacen en sitios frecuentemente alejados de Plaza San Martín o de las jefaturas de las fuerzas militares; así las cosas, la única oportunidad de asistir a los actos en su honor, era hacerlos en un día feriado. Les agradeceremos mucho los homenajes realizados a la vuelta del “finde” turístico, pero, señores gobernantes, los miraremos por televisión a la noche al volver del trabajo.
Hoy podría escribir la columna más larga y más ácida de mi vida, pero me haría mucho daño a mí mismo y sobre todo a muchos miles de veteranos que puedan leer estas palabras.
Prefiero quedarme con la vergüenza e indignación que en este momento siento con buena parte de la dirigencia de mi país y de mi ciudad, la que, pese a besar en actitud recoleta la mano del Santo Padre hace pocos días, no es capaz de unirse ni tan sólo para honrar a nuestros muertos recientes y a nuestros héroes vivos.
Declaman en los palcos, reclaman en los foros y amenazan desde las pantallas de TV. Pero se suben a sus aviones oficiales para retirarse a descansar o, lo que es peor, organizan festejos para aprovechar estas mini-vacaciones de seis días, de los cuales dos son de profundo recogimiento para buena parte del electorado católico y un tercero es para recordar una guerra perdida con 649 muertos. ¿Qué festejamos?
Seguramente los hijos de nuestros de hijos algún día asistirán a actos muy emotivos en los que circunspectos ministros de Defensa o jefes de Gobierno hablarán maravillas de un grupo de valientes combatientes que “hace 100 años defendieron con hidalguía nuestra soberanía en la tierra irredenta” y otras cosas por el estilo. Los estudiantes en las aulas realizarán trabajos prácticos y hasta tal vez recreen en talleres de teatro las duras escenas de la guerra.
Y me atrevo a imaginar a una muy feminista ministra de Seguridad rodeada de muy obsecuentes funcionarios políticos, inaugurando en algún coqueto barrio de Buenos Aires una calle o incluso una avenida que se llamará “Mujeres de Malvinas”.
Qué lástima. Hubiéramos querido que alguien nos dijera “muchas gracias”, antes de que la pérdida de elasticidad de nuestras arterias nos impida recordar qué es lo que nos están agradeciendo.