Quienes hayan tenido la suficiente paciencia de haber hecho un buen zapping durante el mediodía del 9 de Julio, seguramente habrán tenido la oportunidad de ver los actos centrales por un nuevo aniversario del único “día de la patria” que reconoce la República Argentina. Es decir, precisamente del día del nacimiento de la República.
Y si vieron lo que vi, habrán notado que mucho antes de irrumpir masivamente en nuestros hogares y automóviles la cadena nacional, la ceremonia oficial ya había iniciado de una manera a la que gustosamente voy a denominar como “casi normal”. La presidente (con “e”) de nuestro país y los máximos responsables de la conducción civil, militar, policial y eclesiástica nacional, más los representantes de distintas etnias autóctonas, entonando nuestro Himno Nacional, ejecutado magistralmente por nuestra fanfarria “Alto Perú” (integrante de ese regimiento histórico que no recuerda otra cosa que la lucha por nuestra emancipación) con absoluta circunspección, sin bailarlo, sin darle un toque tanguero, melódico, cuartetero o ninguna otra cosa que lo aparte de lo que compusieron sus autores.
Miraba atónito a nuestra jefa (acá si aplica la “a”) a nuestro vicepresidente, ministros e incluso al mismísimo Moreno, en una actitud digna de lo que son: funcionarios públicos. Luego colocaron una ofrenda en memoria de aquellos que nos abrieron el camino para que algún día (ojalá lo lleguemos a ver) seamos una gran Nación, y hasta incluso nos sorprendieron rindiendo un merecido minuto de silencio a nuestros próceres sin que se “cuele” en el solmene homenaje ninguna mención partidaria o referencia a Él, Ella, Vosotros o Aquellos…
Tan grande fue mi emoción al pensar que tal vez habíamos aprendido de una buena vez que, en medio de tanta política de inclusión, este tipo de acontecimientos sirven además de para descansar de nuestras diarias obligaciones, para reavivar nuestro tan olvidado concepto de unidad nacional, que llamé a varios amigos para hacerlos participes de mi descubrimiento televisivo, digno por la rareza, de integrar la grilla de algún canal de esos que emiten eventos poco comunes.
Mientras tanto, acomode mi mejor sillón frente al televisor más grande de la casa y en honor a la fiesta patria, ensillé el mate reservado solo para las grandes ocasiones para disfrutar desde mi hogar algo que tal vez marcaría un punto de inflexión en esta equivocada mezcla de patria, historia y oportunismo político que a diario solemos encontrar en los actos de nuestros dirigentes.
Lamentablemente, al ponerse en marcha los “eslabones” de la gran “cadena nacional” el 197º aniversario de nuestra independencia volvió a quedar sepultado por la patria chica de lo partidario. Llamativas señoritas con las caras pintadas con los respetables pero innecesarios colores de la bandera de Venezuela; la bandera de La Cámpora ocupando el lugar del pabellón nacional; los acordes del ya famoso “Cristina, Cristina, Cristina corazón acá tenes los pibes para la liberación” no dejaron oportunidad para que todos los presentes pudieran entonar el himno nacional, tal como lo habían hecho casi a escondidas los funcionarios nacionales puertas adentro de la “casita de Tucumán” con acordes militares y no nac & pop. Tal vez existan dos místicas diferentes, una la oficial y tradicional, y otra para la tribuna, ¿no?
Y seguramente fruto de esa mística proselitista, a pocos minutos de iniciar su discurso, la presidente de todos y todas volvió a desperdiciar una excelente oportunidad de hablar no slo a aquellos que de una manera totalmente honesta, legítima y valedera son sus seguidores y a los que se han enamorado del modelo más que nada por las prebendas que obtienen de él.
Una vez más el ataque al que piensa diferente, la priorización de la coyuntura por sobre los grandes lineamientos de unidad nacional que protagonizaron aquellos a quienes precisamente honramos cada 9 de julio. Las veladas referencias a un grupo periodístico, a algún que otro juez de la Corte Suprema y algunos políticos de la oposición, son siempre más importantes antes que recordar a figuras de la talla de Francisco Laprida, Juan José Paso y tantos otros.
Un escenario tan pequeño como lo fue el discurso del gobernador sólo destinado a endulzar los oídos de su jefa política y algún oscuro interés propio de la campaña electoral local; disponible sólo para militantes debidamente acreditados, falto de dirigentes no alineados con el partido de gobierno y ni que hablar de dirigentes extrapartidarios, quienes aun siendo opositores, siguen manteniendo su condición de argentinos y vedado incluso al resto del pueblo tucumano no militante. Más que bronca, da pena…
Y tal vez la pregunta insoslayable que debemos hacernos es por qué nos pasa esto. Tenemos diferencias políticas (obviamente que las hay) pero hace años que gracias a Dios y a nosotros mismos no dirimimos nuestras diferencias con armas de puño o bombas en colegios o dependencias policiales y militares. Por más denuncias que aparezcan sobre los más altos funcionarios de la Nación, no existe ninguna mente “iluminada” que pretenda ir más allá de la correspondiente investigación y eventual castigo judicial con más el agregado de reclamar el castigo electoral en el momento oportuno. El pueblo (el de verdad, no el arrastrado como ganado en camiones y colectivos) periódicamente manifiesta su disgusto en las calles sin que se dañe ni el más frágil cristal de una luminaria pública. Y las puertas de los cuarteles son sólo golpeadas por algún soldado que debe ingresar fuera de horario.
Circunscribir la historia del país a solo10 años es desaprovechar una enorme oportunidad de encontrar causas comunes que nos unan en lo profundo y nos permitan transitar sin el actual grado de crispación e intolerancia nuestras diferencias del presente. Desde el sublime acto de aquel 9 de julio de 1816, pasando por aquella patria receptora de miles de inmigrantes que hicieron posible nuestra propia existencia; nuestros comunes valores de solidaridad ilimitada en una emergencia, nuestra firme convicción frente a la causa Malvinas y tantas pero tantas cosas que hacen a nuestro tan mentado “ser nacional” deberían ser para los conductores circunstanciales de los destinos de la patria la llave de oro para abrir la puerta del éxito a su gestión.
Hace pocos días creí sufrir una experiencia paranormal. De repente me vi en un palco escuchando a un ministro de la Nación rendir homenaje con motivo de los 103 años de vida de la “Prefectura Nacional Naval”. Creí estar soñando pero cuando por tercera vez escuché a quien es el responsable máximo de la conducción de las fuerzas policiales repetir los mismos conceptos, me comencé a preocupar… Había salido de mi casa para asistir a los 203 años de creación de la Prefectura Naval Argentina, y me encontraba en un acto desfasado 100 años en el tiempo y realizado en honor de una institución que sin lugar a dudas no es argentina. Afortunadamente ante mi angustia creciente, un compañero de palco me tranquilizó: el que estaba errado en tiempo, espacio y denominación era el ministro, no yo.
Por ello humildemente desde esta columna aporto una idea (para los que dicen que más que criticar hay que proponer): ¿por qué no probamos suerte dejando descansar en paz a nuestros antepasados y a sus estatuas, intentado esforzarnos en conocer un poco mejor nuestro presente, asumiendo con responsabilidad nuestras obligaciones y poniendo todas nuestras energías en diseñar un futuro mejor para nuestra hermosa Argentina?
Feliz día de la patria, para todos los habitantes de este bendito país.