Salud España, bienvenida a lucha contra el colonialismo. Las curiosas vueltas de la vida hacen que en pleno siglo XXI la “Madre Patria” y una de sus “hijas” compartan una penuria que va más allá de sus respectivas crisis socioeconómicas, la corrupción de sus gobernantes y el más que inminente fin de ciclo (el ciclo del Partido Popular mucho más corto que el del pseudo progresismo K, por cierto).
Juguetear literariamente con la paradoja de nuestros colonizadores, redescubriendo su condición de víctimas de la política colonial británica, es una gran tentación; pero prefiero dejar esa gimnasia para cada lector y aprovechar estas líneas para analizar algunas cuestiones del presente que nos brindan una oportunidad de reposicionar el tema Malvinas a nivel mundial
Sabido es por estos días que España ha subido varios grados la tradicional temperatura que reina en el estratégico estrecho de Gibaltrar (llave de entrada al Mar Mediterráneo) controlado desde 1713 por Gran Bretaña en virtud de lo dispuesto por el tratado de Utrecht por el que se puso fin a la guerra de sucesión española.
Sin pretender transformar esta columna en una mala cátedra de historia, resulta insoslayable recordar que la razón de ser de la presencia inglesa en el peñón tiene un fundamento político dado precisamente por la firma del tratado nombrado, el que incluso contempla en una cláusula que establece que si Inglaterra abandona el territorio, España tiene derechos sobre él.
Lógicamente, a 300 años de su firma el bendito tratado tiene olor a obsoleto. El sentido común, la geografía y la política global de descolonización indican claramente que llegó la hora de integrar Gibraltar a España. Pero claro… los ingleses -quienes aún ubican los volantes de sus autos a la derecha, mantienen un sistema métrico que nos complica la vida al no ser decimal y anteponen la libra al euro- no parecen estar muy de acuerdo con estas premisas.
Lo cierto es que hoy España se anima a compararse con Argentina y promete un frente común para denunciar al mundo el atropello que significan Malvinas y Gibraltar. Situaciones sin duda alguna parecidas pero bien diferentes… En Gibraltar se habla español, sus policías nos causan gracia, cuando desde nuestro rol de turistas los vemos ataviados como ingleses hablando con su castizo acento; España y su territorio perdido están separados por una verja de hierro más pequeña que la reja que separa a los habitantes de la Casa Rosada del resto de la población. Argentina y sus Malvinas tienen cientos de kilómetros de helado mar austral como frontera de difícil traspaso y salvo algún inmigrante chileno, la lengua de Cervantes no se habla mucho por sus calles. No se come mucho asado y mucho menos se juega al truco y se toma mate.
Son muchos más los españoles que conocen el peñón que argentinos que pisaron Malvinas; más aún, son muchos más los argentinos que conocen el peñón que los que conocen nuestras Islas. El clima es agradable, la pequeña ciudad es acogedora, hay lindas tiendas y muchos españoles trabajan en la colonia inglesa y al final del día regresan a pie a España, ya que viven en Algeciras. La afrenta colonial a nosotros nos queda lejos. No las vemos desde el living de nuestras casas, las tenemos en el corazón pero la dura realidad local nos lleva muchas veces a no darles la importancia que realmente tienen; es como lo que nos ocurre con esos familiares que viven a mucha distancia de nuestro domicilio: los queremos pero no nos acordamos todo el día de ellos.
A España el dolor por el orgullo herido los saluda cada mañana; el peñón los mira desde sus 400 metros de altura y les reclama acción; la temperatura, el clima, el sol o la lluvia, la radio y la televisión son las mismas de un lado y del otro de la curiosa frontera con cerrojo picaporte, que se abre o cierra con más facilidad según sean la necesidades y urgencias políticas de uno u otro lado. Y hablando de urgencias políticas, todo parece indicar que al mejor estilo “sudaca” el gobierno español ha echado mano a endurecer sus habituales reclamos en pos de la recuperación de la soberanía de Gibraltar como forma de licuar en parte no sólo las consecuencias de su crisis económica sino también la creciente pérdida de credibilidad de Rajoy y las crecientes denuncias de corrupción que afronta en lo personal y que cada día amenazan con más fuerza la continuidad de su gestión gubernamental. Además, la Corona tiene lo suyo y un conflicto internacional siempre viene bien.
Al margen de este rudimentario análisis, sí es muy cierto que Gibraltar tiene más prensa que Malvinas -sobre todo en Europa, claro está- y que geografía y glamour al margen, el status colonial de uno y las otras es el mismo. Se abre aquí una muy interesante oportunidad para nuestro país de reposicionar el reclamo por nuestras islas en medios, foros y cumbres que habitualmente nos son esquivos o asocian nuestro reclamo con los últimos movimientos de una vieja dictadura sudamericana de la que mejor no acordarse. Pero para ello, deberíamos al menos por un ratito dejar de lado el capitulo del “relato” que recomienda pelear constantemente con todos y todas ya que somos los mejores, los más lindos, los más progres y los que damos cátedra en Harvard sobre cómo construir un mundo mejor.
Nuestras relaciones con España no atraviesan su mejor momento (bueno, nuestras relaciones, excepto con Irán y Venezuela, no atraviesan su mejor momento con nadie), pero así y todo parecería ser que en la Península Ibérica están dispuestos a dejar por un momento de reclamarnos por las empresas que primero les vendimos y luego les confiscamos, por tildar de genocida al descubrimiento de América y por alguna que otra gentileza que les hemos propinado en la última década, y hacer causa común en defensa de la recuperación de los territorios usurpados.
Habrá que ver ahora si nuestro gobierno se hace un hueco en medio de las catástrofes eleccionarias -la pasada y la por venir- y hace lo que no supo hacer con las cientos de oportunidades económicas que han golpeado a nuestra puerta en los últimos años… ¡Aprovecharla!