La capitana de la política y los nubarrones mediáticos

Fernando Morales

Seguramente, amigo lector, coincidirá conmigo en reconocer una especial tentación de cualquier dirigente, sea cual fuera la actividad en la que ejerce su mando, a recurrir a las metáforas marinas para graficar los distintos avatares de su vida. No es menos cierto que la clase política hace un uso hasta casi abusivo de la dialéctica marinera.

Desde Evita Capitana, pasando por Cristina (capitana también), hasta aquellos famosos “Capitanes de la Industria” y una vieja campaña política que con compases musicales arengaba “si el barco del gobierno se va a pique, la solución es ‘Udelpa’ de Manrique”, son ejemplos más que suficientes para graficar el fenómeno. Para ser justos digamos que en el caso del difunto Paco Manrique, él sí era marino de verdad y tuvo la delicadeza de pedir la baja de la Armada para dedicarse a la política.

Es que la mística marinera es rica en recursos literarios que pueden aplicarse para graficar situaciones cotidianas de lo más variadas. “Haremos un cambio de rumbo de 180°”, “avanzamos a toda máquina hacia el éxito”, “deberemos capear el temporal económico”, “conduciré la nave de la Nación con timón firme” y hasta algún simple y lapidario “a los botes” hacen que quienes vestimos uniforme naval o ropa de paisano entendamos, de la misma forma, lo que nos están queriendo decir.

Curiosamente, cuando alguien intenta hablar con algún político de un tema marítimo o naval concreto, se da cuenta de que sistemáticamente miran para otro lado, porque más allá de ingeniosas y oportunas metáforas marinas, no tienen la menor idea sobre qué es un buque y ni siquiera por qué será que flota. Pero ello es sólo una pequeña queja profesional que no es el objeto de la columna de hoy.

De la mano de esas metáforas, quien las emplea invariablemente se erige en “Capitán” de una nave imaginaria, asumiendo el rol de infalible conductor que nos protegerá de las más peligrosas acechanzas y desdichas llegando a puerto seguro con los tripulantes y pasajeros a salvo.

Las construcciones poéticas siempre nos remiten a hipotéticas figuras de capitanes valientes, sabios y con alto liderazgo que derraman esa sabiduría sólo acorde a aquel viejo concepto naval que reza “después de Dios, el Capitán”. Para pinchar el globo metafórico, bueno es recordar que con el advenimiento de la navegación satelital, internet y la telefonía celular, un capitán está más cerca de ser un gerente de sucursal, que el hijo de Dios en alta mar.

Pero si en alguna situación esa hoy devaluada figura de antaño se vuelve a agigantar es en la emergencia; en la resolución de lo imprevisto y urgente, en la capacidad tanto innata como adquirida para evitar que el problema se transforme en catástrofe. El verdadero capitán jamás se enojará con la tormenta que le impide avanzar, saldrá a capearla aunque para ello tenga que alterar el rumbo que había fijado . No insultará al mar que trata de acomodar la nave a su antojo; exigirá a fondo sus máquinas y dará precisas instrucciones al timonel para dirigir la proa hacia el curso más apropiado. Sabiendo siempre que la responsabilidad por las decisiones será finalmente suya, pero sin dejar por ello de consultar en la medida de lo posible con quienes están bajo su mando y de esa forma afianzar su criterio profesional.

Y para que tanto preámbulo, ¿no? Precisamente para darme el gusto al menos por una vez de usar a mi profesión y a sus ricas metáforas para una breve reflexión sobre la realidad del país (como hizo Manrique, salvando las distancias).

Si bien el barco del gobierno está lejos de irse a pique, la tripulación está un tanto nerviosa porque el (casualmente) llamado “viento de popa” parece ya no soplar; además varios altos oficiales responsables de las distintas maquinarias de la nave no llegan a acertar con su puesta a punto y por lo tanto funcionan de manera muy irregular. El motor principal ( la economía) está escaso de combustible y por ende marcha mucho más lento de lo deseado y para colmo de males, entre los pasajeros de tercera segunda y primera clase, hace campaña un ex miembro de la tripulación y manifiesta sus intenciones de ser el capitán del buque en el próximo viaje. Y hay rumores tal vez malintencionados que indican que algunos colaboradores del capitán roban las provisiones de todos y las guardan en cofres privados. El jefe de Radiocomunicaciones se pasa el día entero comunicando “mal” las infinitas ventajas del rumbo trazado por la comandante, y claro… los pasajeros así se confunden. No puede pretenderse que la entiendan, si ellos de navegación política no saben nada.

Como si esto fuera poco, el clima está empeorando. En este caso contrariando las reglas básicas de la meteorología, el aumento de la presión (social) es presagio de mal tiempo y negros nubarrones acechan por babor, estribor, proa y popa. De las variadas formas y características de esas nubes hay algunas en especial que (en mi opinión) injustificadamente desvelan el sueño del capitán (o la capitana, como usted prefiera). Son los temibles nubarrones mediáticos.

Ella, instalada en el puente de mando, parece más ocupada en pelear con esas nubes a las que culpa de todos los sobresaltos del barco, que en usar su arte, ciencia oficio y profesión para elegir el rumbo que neutralice su supuesto poder de daño. Ha elegido un curso de ruta un tanto peligroso para ella misma, para la nave y por supuesto para los pasajeros (nosotros y nosotras). Cree fervientemente ver nubarrones corporativos, nubarrones “house organ”, nubarrones cipayos, nubarrones titulares y nubecitas suplentes, todos armónicamente articulados por obra y gracia de un poder extraordinario y plenipotenciario que como único objetivo persigue el hundimiento de la nave y su comandanta para desgracia del resto de tripulantes y demás almas presentes a bordo.

La nave ya no rola (balanceo lateral) suavemente, más bien cabecea de manera abrupta e incómoda; ningún oficial se anima a sugerir un pequeño cambio de rumbo por miedo a ser pasado por la quilla. Ella sigue atenta a los malignos nubarrones, olvidándose de atender las otras variables de la buena navegación. La estructura del barco es sólida y resistente, pero cruje y se resiente cada día más, los pasajeros saben que el viaje bajo su mando aún es largo. Pero confían y hasta ansían que en un puerto de escala al que llegarán en un par de meses aborden la nave nuevos tripulantes que reemplazaran en parte a oficiales y marineros desgastados por tantos años de navegación. La capitana está molesta porque estos nuevos tripulantes no serán elegidos por su infinita sabiduría (más bien todo lo contrario).

Todos estarían más tranquilos si la capitana estuviera serena, si enfrentara las asechanzas con mano firme pero mente calma, si invirtiera el tiempo en trazar la mejor derrota (“derrota” es el curso de la ruta, no me refiero a ningún resultado electoral) en lugar de pelear con las nubes vía Twitter, Facebook o cosas por el estilo. Cómo podríamos hacer desde nuestro humilde rol de pasajeros de tercera clase para decirle a la capitana que aprenda a interpretar lo que están marcando los instrumentos; los termómetros y manómetros que tiene a su alcance y que parece empecinada en no atender; cómo podríamos hacer para que se diera cuenta que muchos de sus oficiales, sin llegar todavía a amotinarse, comienzan a murmurar delante de los pasajeros que el rumbo no es el mejor. De qué manera se podría hacerla virar para evitar ahora tener el viento francamente de proa y en progresivo y peligroso aumento.

Sus tan odiadas nubes no son su enemigo, son sólo una consecuencia del clima reinante; no podrá hacerlas desaparecer de su horizonte por muchos gritos y amenazas que ella o sus cada vez más pocos fieles oficiales les profieren. Sólo podrá despejar su horizonte si timonea la nave hacia un rumbo un tanto más propicio que el que irresponsablemente insiste en mantener. Cómo hacer para que no cometa la misma torpeza del legendario capitán Sdmith (Titanic) quien desoyó una y otra vez las claras señales que le indicaban que el peligro no estaba en las nubes sino bajo la superficie del mar.

Dedico esta columna a todos los hombres y mujeres que día tras día tratan de informarnos según su mejor y más leal saber y entender.