Es muy cierto que frecuentemente la percepción de la realidad se ve alterada por nuestro propio estado de ánimo; situaciones delicadas se suavizan si nos ocurren en un contexto mayoritariamente favorable en lo personal, y problemas menores pueden agigantarse hasta el infinito si cuando acontecen estamos “mal parados” frente a la adversidad. Es así que analizar la “particular” realidad de nuestro país por estos días requiere, de quien efectúe ese análisis, una cuota de frialdad y abstracción no muy fáciles de conseguir. Como ejemplo me permito citar la definición que me dio hace pocos días, acerca de la relación con el poder político, una alta fuente militar: “estamos viviendo un idilio con el gobierno como hacía mucho que no se daba”. Sólo un par de días antes, camaradas de la misma fuerza aturdieron mis oídos con el desastre generalizado que aprecian en el manejo de la cuestión militar y de las fuerzas de seguridad. Citando como obvio y recurrente ejemplo la asignación de tareas no del todo claras en materia de seguridad interior.
Como solemos decir, los ciudadanos comunes (que venimos a ser todos, militares, civiles y -aunque ellos no lo crean- los políticos también) tienen cada mañana problemas tan variados y tan importantes que atender que no suelen contar con tiempo libre para detenerse a analizar aquellos temas que no impactan en su presente urgente. Nuevas preocupaciones afloran cada día y con más fuerza en todas y cada una de las áreas en las que el Estado tiene responsabilidad directa ya sea por acción u omisión. No sólo la inexistente defensa sino la educación, la salud, la seguridad, la política económica… y sigue la lista. Asumiendo entonces que todo lo que ocurre nos impacta más tarde o más temprano, en mayor o en menor medida e incluso aunque nos demos o no nos demos cuenta.
Es cada vez más perceptible que la actual conducción política del Estado nacional se encuentra -por decirlo de una manera elegante- “compartimentada” a un nivel tal en el que cada funcionario es una especie de isla (y como tal, precisamente asilado) del resto del equipo gubernamental. Sólo así se explica que, por ejemplo, el jefe de Gabinete niegue ayuda policial a la provincia de Córdoba mientras que el secretario de Seguridad (que oficia de ministro) estuviera disponiendo el envío de tropas a la misma provincia. Tampoco se entiende por qué el jefe de los recaudadores negó hasta el cansancio que se fueran aumentar las retenciones a las compras con tarjeta en el exterior, hasta pocas horas antes de proceder a hacer lo contrario.
En la actividad de la que suelo ocuparme (la naval) por estos días se vivió un hecho sin precedentes: dos funcionarios nacionales dependientes de la misma cartera debían hacer uso de la palabra en un acto académico. Para sorpresa del público y de los organizadores del evento, el de mayor jerarquía dijo: “si este señor habla yo no lo hago”. ¿Quedó claro no? Ambos reportan al mismo ministerio, no hablamos de las habituales chicanas oficialismo-oposición. A ambos les pagamos un suculento sueldo para que ayuden a conducir la Nación. Y los dos juraron lealtad al modelo. ¿Podemos esperar algún acuerdo de gobernabilidad con la oposición si la interna gubernamental llega a estos extremos?
Ahora bien, nuestro país viene cargando desde hace muchísimas décadas (casi desde su propio nacimiento) con constantes procesos “fundacionales” que hacen que ante cada cambio de gestión gubernamental, todo lo hecho, producido o avanzado hasta ese momento entre en revisión y termine en algún momento siendo descartado y hasta en algunos casos demonizado. La historia argentina está llena de edificios demolidos antes de ser inaugurados, obras canceladas, acuerdos rotos, alineamientos internacionales desechados, etcétera. Recuerde, amigo lector, que según parece nuestro país se refundó en 2003, y nada de lo anteriormente construido (democracia incluida) parece tener valor alguno. Pero la actual conducción de la Nación ha llegado al extremo de cerrar ciclos dentro de su misma gestión.
No quiero abrumarlo con ejemplos pero con sólo repasar los nombres de buena parte del arco opositor actual nos toparemos con: Alberto Fernandez, Sergio Masa, Lavagna, Redrado, Losteau y sigue la lista. Nos alegramos porque se fue el malo de Moreno, como si este soldado del modelo hubiera hecho lo que quiso y no lo que le ordenaron. En fin, creo que usted entiende a lo que apunto. A la “exitosa” gestión de Garré en Defensa, la siguió la “exitosísima” gestión Puricelli, que trató de desandar todo lo hecho mal (según don Arturo) por su ineficiente antecesora. Entre otras cosas el nuevo ministro se ocupó prontamente de dar por tierra con todo el andamiaje logístico de emergencia, armado para contrarrestar la falta de nuestro único rompehielos, imprescindible para el abastecimiento de las bases antárticas transitorias y permanentes y para el recambio de las distintas dotaciones. Así fue que contrató a un costo elevadísimo los servicios de un buque no apto para la tarea antártica, dejando en serio riesgo de vida a decenas de argentinos, que debieron implorar a los dioses que el clima polar posibilitara un abastecimiento a cuentagotas de víveres y combustibles arrojados desde el aire, o provistos en forzados aterrizajes invernales.
Hay que destacar que si algo compartieron Garré y Puricelli fue el empecinamiento en mantener la reparación del averiado coloso en manos del taller naval Tandanor, que ya lleva varios años de infructuosa labor intentando poner en servicio al “Irizar”, sin medir costos y tiempos y con el particular orgullo que suele demostrar el funcionario a cargo del pseudoastillero estatal, quien se jacta de haber transformado al rompehielos en una fuente inagotable de trabajo para los argentinos. Sin decir que ya gastamos el equivalente a dos rompehielos nuevos. La llegada de Rossi al Ministerio de Defensa implicó un nuevo fin de ciclo, descartando lo actuado por Puricelli (que al parecer, según la gestión Rossi no fue tan impecable) y este año volveremos a contar con los servicios de un rompehielos ruso “Vasily Golovnin” que por la módica suma de 25 millones de dólares más gastos operativos de helicópteros y otras yerbas, intentará hacer que nuestros polares conciudadanos no deban temer por la falta de alimentos o insumos para calefaccionar sus heladas jornadas.
Es más que evidente que Córdoba nos queda más a mano que la base Marambio. Que la falta de electricidad en el Gran Buenos Aires es más acuciante que el racionamiento en el uso de los generadores eléctricos de la base Orcadas (esa que Puricelli rebautizó como “Ahorcadas”) y la falta de dólares en la “citi” nos impacte más que la friolera de dólares que se siguen escapando para intentar seguir manteniendo la celeste y blanca flameando en el polo sur; pero todo parece obedecer a un denominador común. La mala calidad de la gestión administrativa llega incluso más allá del signo político de los ocasionales gobernantes.
No podemos pensar racionalmente que quienes conducen el timón de la patria nos quieran hacer daño deliberadamente. No se pueden alegrar al ver que nos matan como a perros por robarnos un reloj de cien pesos, o un par de zapatillas usadas. No pueden reír por la falta de agua potable en el norte argentino; no los imagino brindando por los malos resultados que obtenemos en comparaciones educativas regionales, ni los veo organizando una fiesta para celebrar el 30% de “corrimiento de precios”. Entonces, si no estoy equivocado, si en el fondo son un montón de gente buena que trata de hacer lo mejor que puede, que nos quiere y nos respeta pero que no llega a acertar con la solución acertada para cada área de la gestión estatal, si el problema no es ni más ni menos que una manifiesta incapacidad para la gestión, ¿cómo hacer para que entiendan que al menos podrían pensar en pedir ayuda? Debemos tener cuidado; tal vez nuestros gobernantes coincidan en general con lo que ese alto funcionario militar me dijo y crean que el idilio no es sólo con los camaradas militares, sino con la sociedad toda. Si esto fuera así, me permito recordarles a nuestros funcionarios de todos los niveles que hay amores que matan.