La inefable Mafalda se preguntó alguna vez por qué hubo tantos próceres en el siglo XIX y ninguno en el XX. Nos decía desde su ácido humor: “¿Será que los próceres se dan un siglo sí y uno no?”. Considerando que la genial criatura de Quino nos dejó más de una enseñanza, este siglo XXI debería ser prodigo en patriotas dignos de quedar en el bronce de la historia.
Transcurrida largamente la primera década y más allá de fastuosos mausoleos y decenas de calles con nombre propio, estamos lejos de estar en presencia de líder alguno que emule a los prohombres de antaño y la cosa no pinta mejorar en el corto plazo al menos.
Con mucho sentido común, el gobierno nacional ha determinado que este año sea declarado como Año de homenaje al Almirante Guillermo Brown. Esto obedece a cumplirse en 2014 el bicentenario del llamado Combate de Montevideo, sin lugar a dudas un resonante triunfo naval de nuestras fuerzas emancipadoras, magistralmente conducido por Brown, un marino mercante irlandés que se enamoró de estas tierras y lucho por su libertad. Su ejemplo de entrega y su talento, ya que no era militar de carrera, le valieron ser considerado el padre de la Armada Argentina, si bien es cierto que recién sería Sarmiento quien crearía muchos años después la Escuela Naval Militar.
Cuestiones históricas al margen, Brown está presente en cada milímetro de nuestra marina militar, no sólo por los homenajes que se le brindan con frecuencia. Su ejemplo es inculcado en las aulas de todos los institutos de formación naval, sean estos semilleros de futuros oficiales, suboficiales, marinos mercantes (es decir colegas de Brown) y reservistas navales.
Sobre estos últimos (los reservistas), una de sus tradicionales fuentes de formación son los liceos navales militares, y obviamente el primus inter pares es el Liceo Naval Almirante Brown. Importantes hombres de la Argentina han pasado por sus aulas y hoy son excelentes profesionales civiles, deportistas, religiosos y artistas. La función principal de un liceo militar no es formar militares, sino futuros profesionales civiles con fuertes lazos con la institución que los formó y con valores y principios que los hagan líderes en su actividad, emulando en todos sus actos al legendario Guillermo Brown. En caso de necesidad, la patria cuenta en “reserva” con potenciales hombres y mujeres de mar aptos para defenderla.
Entre los “notables” egresados del Liceo Naval Almirante Brown, perteneciente a su promoción número 31, se encuentra nada más ni nada menos que una de las espadas más filosas del modelo nacional y popular. Me refiero a Don Ricardo Echegaray, co-creador de las conocidas y polémicas medidas restrictivas de las libertades económicas de los argentinos en el exterior. Además, el por entonces joven guardiamarina Echegaray prestó durante algunos años servicios militares efectivos en la Armada, alcanzando la jerarquía de teniente de corbeta, la que aún conserva, claro está.
Recordemos brevemente que nos referimos a las medidas que mientras intentan limitar con poco éxito el desplazamiento de las clases media y alta de nuestro país por el exterior, han resultado muy efectivas para complicarle la vida a miles de obreros y empleados procedentes de países limítrofes que han visto incrementados sus gastos de viaje en un 35% cuando intentan regresar a visitar a sus familias y que no podrán deducir ese recargo de ningún impuesto ya que no tributan ni ganancias ni bienes personales. También, fruto de su talento, los familiares de los camaradas caídos en Malvinas que quieran llegar a nuestras islas a colocar una flor en sus tumbas serán considerados para la autoridad tributaria nacional como viajeros al exterior. De paso, le cuento que como en la lista de destinos prefijados por la AFIP las Malvinas no aparecen, el viajero con ese destino debe elegir la opción “Territorios vinculados al Reino Unido” (nos salió patriota el tenientito). Aplausos le tributan desde el Foregin Office.
Sin juzgar -por no estar capacitado para ello- los resultados de la gestión del teniente Echegaray al frente de la agencia recaudatoria nacional, ni mucho menos intentar indagar si posee los recursos económicos para realizar sus particulares festejos de fin de año rodeado de familiares y empresarios (doy por descontado que podrá justificar hasta el último centavo de sus gastos), me quiero permitir reflexionar sobre todo aquello que al parecer no aprendió del todo bien durante su formación como hombre de mar.
Un marino aprende muchas cosas que son sólo aplicables en alta mar. Pero nos enseñan muchas otras que nos marcan para siempre en cada acto de nuestra vida. Una de esas es la de predicar con el ejemplo, tratar siempre de que nuestros subordinados o conducidos nos obedezcan no por miedo sino porque nuestra actitud amerita su respeto y obediencia natural. Se nos enseña también la diferencia entre el poder y el deber. De más está decir que en la historia naval argentina muchos han sido los marinos que confundieron los términos, pero eso no está bajo análisis en esta columna.
Un marino, uno de verdad, jamás tomará la ración de agua de su compañero si es que ésta escasea a bordo. Jamás abusará del cargo para obtener una porción más grande de alimento si sabe que la comida no alcanza. Nunca abandonará la nave (al estilo Schiettino) si hay camaradas o subordinados en peligro. Nunca hará lo que quiera, ni se conformará con hacer lo que pueda, intentará hacer por todos los medios a su alcance simplemente lo que deba.
Es por ello que reconociéndole al Dr. Echegaray su derecho a viajar al exterior cuando le plazca, asumiendo que los miles de argentinos sin luz, sin agua y en riesgo cierto de vida por falta de atención básica no hubieran mejorado su situación si él permanecía en el país; suponiendo que la gran cantidad de dólares que gastó en su pequeño lujo para nada nacional y popular son fruto de ahorros producidos antes de que él mismo le prohíba ahorrar en moneda extranjera a todos sus conciudadanos. Me permito decirle de capitán a teniente: usted realmente podía hacer todo lo que hizo, el problema está en que simplemente no debía hacerlo. Un poco de recato, una pizca de vergüenza, unas gotas de sentido común y un chorrito de compasión, deberían haber sido suficiente para hacerle dar cuenta de que sus camaradas de la vida civil (es decir, el resto de sus conciudadanos) no la están pasando bien. Usted es un oficial de la plana mayor del gobierno que conduce esta nave y como marino que es debería recordar que en medio de un temporal la tripulación debe mantenerse unida y en sus puestos de guardia.
Si luego de leer esta columna, abre la puerta de su guardarropas y ve colgado su uniforme de marino, recapacite en todo lo que aprendió y tal vez olvidó, podría tener un gesto digno y renunciar si no a su cargo en el gobierno, a su condición de hombre de mar al menos, y si no lo hace, recuerde que lo que Brown nos dijo fue: “Es preferible irse a pique que rendir el pabellón”. A pique teniente, no a Río de Janeiro.