La última semana de marzo y la primera de abril marcan año tras año una especie de conexión directa entre el presente y el trágico pasado de la patria. Desde que por designio de la política el 24 de Marzo se destina a ejercitar la memoria (aunque esta sea bastante parcial) el largo desfile radial y televisivo de ex “jóvenes idealistas” y familiares de desaparecidos durante la dictadura cede lentamente paso a la entrada en escena de los protagonistas de otro “ícono” del Proceso: la guerra de Malvinas.
Ciertamente ambas fechas fueron perdiendo entidad a partir de su utilización con fines turísticos; una cosa es hacer “memoria” en el aula explicando a los más jóvenes los sucesos recordados y otra muy distinta es ejercitarla recordando donde “ turisteamos” el año anterior para no repetir el destino vacacional. Hace años, los Veteranos iniciábamos nuestro día con un saludo presidencial en el Regimiento Patricios o en alguna dependencia militar; los actos finalizaban invariablemente con nuestro orgulloso desfile ante las autoridades presentes. Ahora el único desfile notorio es el conformado por la larga caravana de autos marchando presurosos hacia la costa.
Hoy, a 33 años de la denominada “Gesta de Malvinas” y con buena parte de los protagonistas y espectadores de la contienda aún vivos, los máximos dirigentes de cada “bando” se sirven de la guerra para satisfacer sus respectivos intereses políticos.
Así resulta ser que Londres “alerta” en cada oportunidad posible sobre el siempre latente peligro de una nueva invasión “archie”. Obviamente el inglés medio ignora el deplorable estado de nuestras flotas de buques y aeronaves. Los seis “poderosos” tanques que acaban de recibir masilla generosa para tapar las huellas de la corrosión no son amenaza ya que tampoco hay buques mercantes que los puedan transportar a las islas; los barcos chatarra que la Armada acaba de comprar representan peligro solamente para los pobres marinos que los tengan que tripular, y el tour de compras que tiene en el exterior al jefe de la fuerza aérea buscando aviones de oferta, está lejos de concretar una adquisición de material bélico.
Resulta lógica esta postura si se llega a comprender que los presupuestos nacionales aún en el caso de potencias imperiales como Inglaterra, siempre tienen estrecheces y aspectos prioritarios a los que atender; por ello hay que convencer a propios y extraños que cientos de millones de libras eyectadas cada año hacia el lejano Atlántico sur tienen alguna justificación. No obstante si cualquier empleado medio británico hiciera un tour de una semana por Puerto Belgrano o Campo de Mayo, comprendería que su gobierno está malgastando su dinero.
Argentina, entre tanto, o mejor dicho el relato en vigencia, tiene en Malvinas un tema casi tabú. Esta guerra carga en su haber con ingredientes que exceden a los habituales de todo episodio beligerante. A la muerte, la destrucción, el horror de las imágenes de mutilados y el temor de la espera del próximo movimiento del enemigo, se agregan: la absoluta irracionalidad de la acción iniciada y el carácter dictatorial del gobierno que la llevó adelante.
En este contexto, denostar a Galtieri y su locura bélica al mismo tiempo que exaltar el valor y sacrificio de los soldados conscriptos movilizados al teatro de operaciones puede resultar relativamente sencillo, pero ocurre que una guerra no se hace solo con generales, almirantes y soldados rasos; entre los unos y los otros, una enorme cantidad de cuadros de grado intermedio, marinos mercantes, pilotos civiles, curas, médicos y tantos otros participaron de la contienda; en estos casos el relato bipolar “bueno/malo” hace agua a borbotones.
La operación de desembarco de nuestras fuerzas en Puerto Argentino fue bautizada como “Operación Rosario”. En la madrugada del 2 de abril de 1982, tropas del batallón de Infantería de Marina n° 2 cumplieron a rajatabla una de las órdenes más sensibles de toda la guerra. “Tomar el control de la gobernación isleña, sin producir bajas enemigas. Los militares en el terreno estaban al mando del Capitán de Corbeta Pedro Giachino y el comandante de la operación era el Contraalmirante Busser.
Giachino muere en la acción, siendo la única baja de ese evento; sería honrado con el ascenso post morten al grado de Capitán de Fragata y colmado de homenajes póstumos durante años. Hasta que el ejercicio de la memoria hemipléjica determinó que aún muerto debía rendir cuentas por su accionar en la lucha contra la subversión; la imposibilidad fáctica de llevar a un fallecido a los estrados judiciales no fue óbice para que los cultores del relato hicieran de las suyas con su memoria y con su imagen; el máximo héroe malvinero, descendió a los infiernos sin sentencia judicial pero con condena política.
El Almirante Busser, entre tanto, falleció detenido en su propia casa a los 84 años; la tan declamada presunción de inocencia que se aplica por ejemplo al vicepresidente de la Nación y en virtud de la cual este buen señor goza de las mieles del poder con honores y todo, no rigió para el extinto jefe naval; el solo hecho de su procesamiento lo privó de recibir el funeral que le correspondía y de los honores militares que se aplican a todo combatiente sea general, soldado raso o civil y que fue dispuesta por este gobierno tan afecto a borrar con el codo lo que escribe con la mano.
La justicia determinó y dejó firme la inexistencia de vejaciones, torturas y malos tratos varios por parte jefes militares hacia los ex combatientes. Ya no hablamos de presunción de inocencia sino de la inocencia misma. La Comandante en Jefe de nuestras desvencijadas e inoperantes Fuerzas Armadas del siglo XXI proclama a todos y todas que no se rindan y que concurran a los tribunales internacionales; la sed de revancha necesita más sangre con jinetas para satisfacer la retórica oficial.
Curioso resulta ver cómo una gestión tan afecta a la “memoria” a la revisión y a la inclusión no se hubiera tomado el trabajo en todos estos años, de convocar a todos y cada uno de quienes fuimos eslabones de esa cadena de sucesos bélicos, políticos y sociales denominados “gesta de Malvinas” a brindar nuestro testimonio antes que sea nuestra propia memoria la que falle. Sólo algún que otro ex conscripto politizado es cooptado por el modelo para testimoniar sobre la integralidad de las operaciones aéreas, navales y terrestres realizadas, cmo si desde unos pocos puestos de combate, se pudiera testimoniar la guerra en forma completa.
Se oculta a las mujeres de la guerra; tal vez porque no sea políticamente correcto que existan otras heroínas que no sea “Ella”. Se esconde el profesionalismo de los buenos cuadros de militares, gendarmes y prefectos que cumplieron su deber; porque aún encarnado en la voz de Galtieri, el llamado que recibieron era el llamado de la Patria a la que juraron defender. Se ningunea la participación de centenares de civiles muchos de ellos extranjeros, porque no hay ni tiempo ni ganas de que nos cuenten sus vivencias; y hasta se hizo un faraónico museo de Malvinas en el que cada frase, imagen o filmación nos recuerdan lo mucho que hizo “El” por nuestras Islas, pero en el que cada día son más los veteranos que al visitarlo no encuentras vestigios del accionar de sus unidades, buques o escuadras en la guerra. Seguramente porque no conviene.
Malvinas, 33 años después: 649 combatientes muertos y miles de ellos que siguen vivos hacen que la gesta sea aún parte de nuestro presente; doloroso y por siempre trágico por su saldo, a la vez heroico por el accionar de sus protagonistas. Debemos asegurar que al menos este capítulo de nuestras vidas quede protegido de los perversos designios del relato y del modelo que se agota.
Hoy, querido amigo lector, me despido con un pedido personal. Si en su barrio; trabajo o familia hay un veterano de Malvinas, dele un fuerte abrazo en este día. Le aseguro que lo necesita.