Si al menos por una vez la jefa de nuestro maltrecho Estado nacional fuera a cumplir la ley, el acto realizado en dependencias del pomposo Ministerio de Ciencia y Tecnología ha sido el último que legalmente haya encabezado antes de las próximas elecciones del 22 de noviembre. La norma sentencia que 15 días antes del comicio le queda vedado a quien detenta el poder publicitar actos de Gobierno que impliquen una solapada campaña electoral.
Esclarecida ya la población (por no decir avivada) de que los hospitales se inauguran sin camillas, equipos y médicos en su interior, que las obras faraónicas se bendicen una y otra vez sin que nunca lleguen a funcionar y que muchos emprendimientos tales como el tren bala o el polo cinematográfico se agotaron en simples maquetas y millonarios estudios de prefactibilidad, la arquitecta egipcia echó mano una vez más al misterioso mundo de la ciencia y la tecnología, con el convencimiento de que a la población en general se le hace muy difícil al día siguiente del anuncio constatar si esta vez hay algo más detrás del humo y la puesta en escena.
En el marco del faraónico emprendimiento arquitectónico levantado en lo que —hay que reconocerlo— durante años fueron las ruinas de viejas bodegas, se celebraron varios “éxitos de la década ganada”. El primero fue la terminación de la segunda parte del predio ministerial, en el que un puñado de científicos y miles de jóvenes militantes trabajan (6.500 aproximadamente pagados por usted, querido amigo lector y por todos nosotros). El chiche tecnológico costó 500 millones de pesos, sin contar el mobiliario y el equipamiento tecnológico.
El megaproyecto es, por supuesto, “inclusivo”, así que no hay que ser un émulo de Newton o Einstein para poder disfrutarlo. Hay un parque lúdico para que todos podamos ensayar nuestras propias fórmulas, auditorios, mini teatros y un montón de otras bonitas cosas a las que lo desafío a ingresar sin pertenecer a ninguna agrupación oficialista. Si lo consigue, me lo cuenta.
En medio del fervor militante y la cara de espanto del candidato oficialista, quien extrañamente estaba sentado a un costado, como si padeciera alguna suerte de enfermedad contagiosa, la Presidente se dio el gusto —teleconferencia mediante— de “inaugurar” un nuevo radar primario “fabricado” íntegramente en el país.
Las comillas en los vocablos “inaugurar” y “fabricado” no son casuales. Se supone que una inauguración es real cuando, acto seguido, el elemento a estrenar entra en funcionamiento; no es este el caso, por cierto. Por otra parte, si fabricar es sinónimo de ensamblar, podríamos decir entonces que sí, que fabricamos radares, televisores, celulares y automóviles. Pero la Real Academia por ahora nos niega la derecha en ese aspecto.
Los pocos, pobres e ineficientes radares que tenemos desplegados hasta el presente son únicos en el mundo por una sola cosa: tienen horario de funcionamiento. En el mejor de los casos 8 horas al día; no sólo porque hay que cuidarlos, sino porque además falta personal para hacer turnos corridos y porque en muchos de los lugares en los que están emplazados falta energía eléctrica y se deben emplear motogeneradores que no son aptos para funcionamiento continuo.
Por otra parte, nuestra política de preservar los derechos humanos de los criminales narcotraficantes y la consecuente negativa a implementar una ley de derribo (cumpliendo todas las formalidades previas que el mundo tiene en práctica) hacen que entre la detección de un vuelo no regular y la actuación judicial respectiva pase tanto tiempo que el señor narcopiloto pueda ir y venir más de una vez por nuestro ultrajado espacio aéreo.
No conforme con “cuidar nuestro cielo”, la jefa fue por más e “inauguró” un “nuevo” buque científico. El Austral. Ella no bautiza buques, sostiene que se bautizan los bebés. Así que sepan todos, desde los vikingos hasta nuestros actuales marinos, cómo son las cosas y ¡sanseacabó!
El nuevo barco tiene bajo sus cubiertas casi 40 años de vida con el nombre de Sonne. Fue desafectado del servicio activo en Alemania, ya que las nuevas normas en materia de seguridad marítima lo dejaron sin trabajo. Son buques difíciles de desguazar (desarmar), porque la gran cantidad de amianto que tienen en su sala de máquinas los hace muy cancerígenos y los astilleros europeos prefieren no correr riesgos. Siempre hay un país sudamericano dispuesto a comprar chatarra a muy buen precio.
Si bien es un buque civil, según me confió en primera persona el ministro del área: “Se lo daremos a manejar a los militares; no nos gusta la idea, pero son mucho más baratos que los marinos mercantes”. Y allí está nuestra Armada poniendo la cara y conformándose a falta de naves que hagan a la defensa nacional, haciendo de glamorosos choferes de científicos poco afectos a la disciplina militar.
Esta “joya” de la tecnología es otra de las adquisiciones realizadas en el exterior por un Gobierno que declama querer reactivar la industria naval nacional. Incluso después de haber colocado al dueño de un importante astillero marplatense al frente de un área afín a la actividad naviera, hasta ahora, no obstante, no han parado de comprar chatarra cara para cosas inútiles. Pero ya llegará la hora de los nuestros.
La incorporación se enmarca en el proyecto Pampa Azul, un plan de investigación plagiado del brasilero Amazonia Azul (podrían haberse esmerado un poco más con el nombre) y que busca iniciar una era de profundo conocimiento de nuestras riquezas marinas, en especial los recursos pesqueros.
Parecen haberse olvidado nuestros dirigentes que desde hace casi dos años el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep) se encuentra paralizado, entre otras cosas porque sus obsoletos buques no pueden realizar los relevamientos necesarios para que posteriormente la Subsecretaría de Pesca determine qué se puede pescar y cuánta cantidad se ha de permitir. El mar argentino está sin control y es muy probable que estemos afectando seriamente nuestros recursos pesqueros a cambio de la entrega generosa de permisos de pesca en condiciones no del todo claras.
Tal vez por vergüenza o tal vez por el fin de ciclo, la parodia naval realizada en el puerto de Mar del Plata tuvo pocos actores de uniforme. El almirantazgo faltó sin aviso, el capitán del buque no tuvo más remedio que poner la cara, y un sólo alto oficial, que además de ser una excelente persona ha llegado al final de su carrera, estuvo presente con cara de cristiana resignación.
Mientras ello ocurría, enviados militares de las tres fuerzas intentan explicar a ambos candidatos lo extremadamente grave de la situación defensiva de la patria. Saben que ni uno ni el otro dispondrán de fondos para atender las más mínimas necesidades. Pero necesitan al menos que quien detente el poder a partir de diciembre no les siga haciendo hacer el ridículo, ni ante el mundo ni ante sus propios subordinados, a los que cada vez les cuesta más mirar a la cara.