Por: Francisco Quintana
La isla de Cuba es un país que puede ser visto bajo tres prismas distintos: sus paisajes, la vida de su gente y el sistema político instalado hace varias décadas. Cuba muestra todo eso y está en nosotros la elección sobre qué es lo que queremos ver.
Desde la perspectiva geográfica, es el destino turístico predilecto de muchos argentinos. Un paraíso natural de abundante vegetación y clima húmedo, de arena blanca y agua cristalina sobre el Mar Caribe. Desde una mirada histórica es, a su vez, esa remembranza romántica de la revolución; es ese pequeño que se le anima al gigante del norte.
Pero también es un país de enorme pobreza, dolorosa desigualdad y falta de libertad. Es el país donde los ingenieros manejan taxis y muchas jóvenes se conforman con la prostitución por un puñado de dólares. Es el país donde la gente tiene más necesidades que recursos y posibilidades para saciarlos, con un Estado que domina todo, tolera e incluso ampara que su población viva en situación de escasez.
Sin embargo, pese a la contradicción evidente, es el país cuyo gobierno -el mismo a lo largo de más de medio siglo- se anima a vanagloriarse de su respeto a los derechos humanos. Basta recordar algunas menciones sobre el tema en boca del propio Fidel Castro: “No hay revolución en el mundo, no hay país en el mundo que haya sido más estricto en el respeto a los derechos humanos que nuestro país” o “El gobierno cubano ha realizado una gran contribución a la lucha por los derechos humanos, según esta definición amplia y completa, al mundo en general”. Son palabras vacías frente a una realidad de restricciones a los derechos que vienen siendo intensificadas en Cuba a lo largo de los años. La contradicción entre el discurso y los hechos es flagrante e indisimulable.
Precisamente, sostener que se respetan los derechos humanos en una sociedad donde cualquier ciudadano puede ser detenido sin motivo alguno, no puede expresar sus ideas políticas ni asociarse, no puede reunirse, disponer de su propiedad o entrar y salir libremente del país sin necesidad de permiso alguno, es francamente una burla.
En Cuba impera una supremacía absoluta de los fines del Estado por sobre los derechos humanos fundamentales del individuo. En pos de la revolución, los cubanos deben sufrir privaciones de todo tipo.
Lejos de conformarse, cada vez más cubanos se animan a alzar la voz. Una disidencia cada vez más presente y organizada muestra un camino. Cuando menos, una luz de esperanza.
Entonces, cuando miramos a Cuba podemos vernos reflejados en el modelo de sociedad que admiramos o, por el contrario,
rechazamos. Si aceptamos o consentimos aquello que no querríamos para nuestro propio país o por el contrario, si nos animamos a denunciar abusos y a visibilizar a una oposición latente y presente. Nuestro aporte está en potenciar la tarea de quienes, desde la misma Cuba, se animan a pensar en el futuro que quieren para su país, en una era post Castro.